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El libro de Simon May, El poder de Lo Cuqui, editado por Alpha Decay y traducido por Albert Fuentes, ha colado en las librerías una cubierta protagonizada por un montón de patitos de peluche. Son adorables pero ¿son machos o hembras? ¿cuántos años tienen? ¿están felices o asustados? En esta indeterminación empieza el lado siniestro de ese adjetivo que en un principio resulta tan reconfortante.
Pese al tema que ha escogido para analizar, el ensayo no es precisamente una lectura ligera. De hecho, este libro se publicó en inglés en 2018 en la Universidad de Princeton y no llegó mucho más allá del círculo académico (donde recibió buenas críticas, eso sí). Es ahora cuando llega al público masivo que, como dice el refrán, no debería juzgar el libro por su portada.
La premisa de Montesquieu de hablar con seriedad de lo frívolo y frívolamente de lo serio, inspiró la estrategia de estudio sobre Lo Cuqui en los trabajos de otros dos investigadores de la cultura pop contemporánea: Notas sobre lo camp de Susan Sontag y On Bullshit de Harry Frankfurt. La pregunta principal es por qué la sociedad del mundo desarrollado ha impulsado el auge esas figuras adorables, abrazables y perturbadoras, todo a la vez.
Pero para entenderlo, hay que empezar definiendo qué es Lo Cuqui. May, profesor visitante de filosofía en el King's College de Londres especialista en Nietzsche, explica a eldiario.es que: “Al igual que muchos fenómenos poderosos, Lo Cuqui tiene un espectro de significados. En el extremo 'dulce' se encuentran las cualidades inofensivas, inocentes y amenazantes que con mayor frecuencia se asocian con Lo Cuqui y que vemos en bebés, osos de peluche o pandas”. Lo que se delimita a la infancia, a lo que le gustaría a un niño pequeño.
Al otro lado, en el extremo que denomina 'extraño', “las cualidades dulces se distorsionan en algo más oscuro, más indeterminado y más herido. Algo así como el perro globo de Jeff Koons, que parece poderoso (hecho de acero inoxidable) e impotente a la vez (es hueco y carece de cara, boca, ojos). Es enorme pero también parece vulnerable; un perro familiar de proporciones y texturas desconocidas”, afirma May.
En el camino que lleva de una punta a otra de dicho espectro es donde se manifiesta la locura global por Lo Cuqui que invade la realidad desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. Aunque la palabra 'cute' (que en este caso se traduce como cuqui en castellano) surgió en la lengua inglesa sobre el siglo XIX, no adquirió su significado actual hasta después de la devastadora contienda.
Por ejemplo, la figura de Mickey Mouse se redondeó para ganar simpatía en Estados Unidos y en Japón se estableció la cultura kawaii, integrada por jóvenes de apariencia vulnerable, dulce, infantilizada, atrincherados en una burbuja de purpurina y rodeados de muñecos de frentes amplias y ojos gigantes.
El poder de Lo Cuqui reside en la estética y el mundo se siente atraído por figuras realmente deformes como Hello Kitty, que en lugar de ojos tiene botones y en lugar de dedos, muñones. O por Pikachu, un animalito que pese a su aspecto agradable es una rata eléctrica con poderes destructores.
May lleva esa dicotomía entre lo adorable y lo siniestro a la percepción de los líderes mundiales. Según su planteamiento, Obama o Hillary Clinton no tendrían ni pizca de cuquismo mientras que Kim Jong-Il, Stalin o Churchill, sí. Incomprensible de entrada, lo explica a través del caso contemporáneo de cuquez más indigesto: Donald Trump.
“Sugiero, juguetona y provisionalmente, que Donald Trump ejemplifica Lo Cuqui en el sentido de que Lo Cuqui es la última manifestación del antiguo arquetipo de lo monstruoso”, afirma May a este medio. El actual presidente de los Estados Unidos tiene una figura redondeada, un color de pelo chillón y un tono de piel que podría ser el de un dibujo animado. Tiene gestos torpes y una impostada bonachonería que pueden despertar ciertos sentimientos de agrado (sobre todo en sus votantes). Sin embargo, sus decisiones pueden acabar con la vida de miles de personas y desencadenar un desastre mundial.
“En lo monstruoso encontramos un tipo particular de indeterminación: entre dos o más tipos de ser radicalmente distintos, como la esfinge, que es un híbrido de humano y animal. Tales criaturas tienen el aura misteriosa del hechicero. Pueden amenazar con crear desorden, pero también pueden prometer la salvación del desorden. Pueden parecer siniestros pero también reconfortantes. Este doble aspecto es crucial para su poder, y creo que explica parcialmente el fenómeno de Trump”, aclara.
Por supuesto, el sentimiento reconfortante que aportan los objetos o las imágenes adorables que la sociedad actual venera no es gratuito. El sistema neoliberal empuja a las personas a alcanzar la felicidad con frases motivacionales, sesiones de coaching, peluches de E.T y tazas de Minnie Mouse.
May declara que Lo Cuqui es “una expresión del consumismo: del producto de moda en constante cambio que se produce en masa y se explota sin piedad para obtener ganancias”. La ansiedad generada por alcanzar satisfacción hace que las personas trabajen más para ganar más dinero y comprar esos productos. Una rueda que no cesa de girar para que el capitalismo siga funcionando. Por algo Lo Cuqui empezó a expandirse en determinado momento histórico.
Pero ¿qué va a pasar a medio plazo? ¿Va a durar esta fiebre por lo adorable para siempre? No se puede saber cuándo sucederá eso, aunque básicamente “perderá su poder solo cuando deje de expresar realidades profundas de nuestro mundo contemporáneo”, explica el académico.
Según su investigación, el ardor internacional por Lo Cuqui está relacionado con la actualidad en al menos tres formas. La primera es, obviamente: “la necesidad de escapar de nuestro mundo tan amenazante a un jardín de inocencia y paz”. La evasión del mundo real como solución temporal a los problemas, un cierto triunfo del comportamiento infantil sobre el adulto.
Le sigue la tendencia de nuestra época, según May, “a abandonar lo que solía verse como opuestos claros: masculino o femenino, niño o adulto, bueno o malo e incluso humano o animal. En los objetos cuquis más exitosos como Hello Kitty o E.T., allá por la década de 1980, no hay ninguna de estas cosas: son de género, edad, moralidad y especies indeterminadas”.
Y la tercera forma para el experto es que “el éxito de la ternura está relacionado con el deseo de escapar de un mundo gobernado solo por el poder. Los objetos lindos, siendo vulnerables, son en cierto sentido anti-poder”.
Puede que la tesis de Simon May no se comparta o se mire con escepticismo. Pero es provocadora y llama la atención sobre el candor que lo impregna todo. ¿Quién más ha puesto por escrito en un texto académico que Donald Trump podría ser cuqui? “Ha habido mucho interés en Estados Unidos. Hasta ahora nadie, ni siquiera los republicanos, se ha opuesto a que yo llame cuqui a Donald Trump”, afirma el autor. Que alguien envíe una copia a la Casa Blanca.
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