Dice Patricia Moreno en este texto que la crisis del coronavirus derrumba algunas jerarquías y “nos coloca en una horizontalidad de igualdad y respeto social”. Siempre con excepciones, la respuesta empresarial en muchos sectores se está sumando a la ejemplaridad ciudadana, que ya sea a golpe de palmas, caceroladas o a través de la liberación de contenido cultural para amenizar el confinamiento, demuestra que la humanidad saca su mejor rostro en las situaciones críticas.
Ante un escenario extremo en el que los establecimientos de compra están vacíos y con la persiana echada, el negocio cultural ha aparcado la búsqueda de clientes para desvelarse como el mayor generador de contenido para evadirse del virus durante la cuarentena.
El festival Yo me quedo en casa diseñó un nuevo concepto de ocio responsable por streaming en el que tanto artistas como asistentes disfrutaban en directo sin ponerse en riesgo. Además, los músicos tocaban gratis. Este acto altruista fue muy aplaudido por otros sectores y rápidamente imitado en el mundo del arte, de los videojuegos o de la literatura.
He aquí el problema: la casuística de cada parcela cultural ha descubierto una lucha entre distintas editoriales y escritores sobre la liberación gratuita de contenido justo ahora. ¿Es el momento de arrimar el hombro y dejar las cuentas para más tarde? ¿O debe la industria cultural solidarizarse de otras maneras menos arriesgadas para su supervivencia y la de sus 720.000 trabajadores? Hay opiniones para todos los gustos.
La escritora y poeta Luna Miguel rogaba en Twitter que dejasen de pedirle poemas gratis, puesto que buena parte de los proyectos literarios están paralizados con el consiguiente impacto en las economías familiares. Algo de lo que también se hacía eco el periodista cultural Peio Riaño, cuya reciente obra, Las invisibles, se ha visto arrollada por el estado de alarma. “La solidaridad se puede mostrar desde muchos lugares”, espetaba, y añadía: “las instituciones culturales, desde luego, que liberen”.
Por otra parte, están los que creen que mediante estos gestos el sector cultural se diferencia de los altos poderes que lo maltratan: “Estamos dando un ejemplo a la sociedad”. Súper ventas como Arturo Pérez Reverte, Dolores Redondo, Elvira Lindo, Juan Gómez Jurado o Almudena Grandes han visto algunos de sus grandes éxitos liberados en los catálogos de gigantes editoriales como Planeta o el sello Penguin Random House. Pero no son los únicos.
A Benito Olmo, autor de La tragedia del girasol, la editorial Suma, que pertenece a Penguin, le comunicó simplemente que había sido seleccionado para una campaña de rebajas en apoyo al #yomequedoencasa: “No sé como fue la selección ni por qué escogieron esa obra en concreto”, desvela el escritor a eldiario.es. Para él, no es más que “una campaña de marketing como otra cualquiera, como cuando nos colocan en las ofertas flash de Amazon”. Aún así, piensa, “no debería ser problemático”.
En su caso concreto, no cree que Suma le haya enfrentado a una fuga de ventas: “La vida comercial de una novela cada vez es más corta y los de marketing ya debían de haberse olvidado hasta de mi nombre”. Así que, “es un empujón inesperado que solo me traerá beneficios”. Olmo también reconoce que los sellos grandes son los únicos que pueden permitirse campañas de este tipo. “Por eso entiendo que editoriales más pequeñas e incluso las librerías lo vean como algo negativo”, concede.
Una de las que se ha pronunciado a ese respecto es la editorial Transbordador, que teme que se termine generando una lista de autores “solidarios” y de autores “no solidarios”. Pilar Márquez, una de las responsables de este sello independiente, dice sin embargo que su mayor miedo es “que el trabajo en el sector cultural se devalúe”.
“El problema no es renunciar a los ingresos de posibles ventas perdidas por regalar títulos en digital, nos podemos permitir hacerlo con cierto número de copias sin que pase nada. Pero esto es algo que tiene consecuencias, a nuestro juicio”, continúa. Sin ferias del libro, ni Sant Jordi ni eventos literarios propios, los sellos han renunciado ya a la temporada fuerte: “Son ingresos que no figuran en nuestra previsión y que no van a entrar, aunque las facturas no van a dejar de llegar”.
La editorial Cazador de Ratas se posiciona en contra de esa forma de pensar y critica a quien “ataca todo lo que no sea seguir sus criterios”, refiriéndose a la respuesta de otras firmas o autores. “Creo, sinceramente, que la literatura puede y debe cambiar el mundo, pero no lo va a hacer si nos comportamos como si fuésemos unos grandes almacenes”, opina Carmen Moreno, al frente del sello.
“No sé si habrá títulos que se podrán recuperar para la venta. Quiero creer que sí, pero, si te soy sincera, ni siquiera lo pensé”, asegura. “Todo no puede ser el dinero. Hay que estar con quien lo necesita en la medida que podamos y esta es en la que nosotras podemos”. Una opinión que enlaza con la de Roca Editorial, pionera en la iniciativa y en la que asegura, a través de su responsable Blanca Rosa, que ahora no debe primar el beneficio.
“La verdad es que fue algo espontáneo, cuando vi que la gente salía a tocar música a los balcones o pasaban enlaces para clases de yoga, pensé, y por qué no libros gratis. Nos enorgullece haber sido los primeros”, desvela Rosa. Eso sí, reconoce que puso un especial cuidado en pedirles permiso a todos los autores, extranjeros y españoles. “Es una manera de conocer el resto de la obra de esos escritores que han cedido uno de sus libros”, añade.
No obstante, en el caso de Errata Naturae, que también se ha sumado a la iniciativa, la decisión fue espontánea pero el criterio de selección de obras sí que fue pensado: “Son todos libros que, por distintas razones, son prácticamente inencontrables en las librerías. Para nosotros era importante tener ese gesto de cuidado con los libreros, amigos y compañeros de aventura”, admiten a eldiario.es.
También marcan una diferencia entre los sellos pequeños, que hacen un esfuerzo “por mostrar apoyo y cariño a sus lectores”, y las que lo hacen como una deliberada estrategia de marketing: “Vemos cómo los telediarios de La Sexta y Antena 3, que pertenecen al mismo macrogrupo empresarial que Planeta, hacen publicidad de estos libros gratuitos. Nosotros no tenemos opción de hacer algo así, ni siquiera tenemos un departamento de marketing en la editorial”, comparan.
“Creemos que en esta cuestión no tenemos nada que ganar, pero tampoco nada que perder”, concluyen desde Errata Naturae. Algo que alaban otras editoriales que, si bien han decidido buscar formas alternativas de contribuir a esta crisis, entienden “que todas las acciones forman parte de la buena voluntad”, como El Transbordador. “En todo lo complejo de la vida no hay una única respuesta; en esto tampoco”.
Ellas abogan por otras acciones que no “redunden en la idea de que los libros son gratis”, un modelo para el que han trabajado mucho ajustando los precios tanto en físico como en digital. Por eso, “hemos decidido generar contenido nuevo específico para poder aportar, para que nos sintamos todos más acompañados”. Algo a lo que se suma Blackie Books, a través de su campaña de actividades Casa Blackie, o Alpha Decay, que no regala libros pero ofrece consejos para combatir la ansiedad en el confinamiento junto a su autora Olivia Sudjic.
Al final, todas están colaborando en la medida de sus posibilidades para que en estos días extraños, con las carteleras sin ningún estreno, las salas de conciertos vacías y las tiendas de libros con el cerrojo echado, la cultura siga formando parte de nuestra realidad cotidiana. Por último, como recuerda Benito Olmo, “resta ver si, una vez que la alarma pase, las grandes editoriales aplican algunos beneficios a las librerías para compensar las pérdidas y estimular la recuperación. Sería lo más sensato”.