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Entrevista

Edurne Portela, escritora: “No poder decirle a tu jefe cuatro cositas por miedo a que te despidan y quedarte en la puta calle también es violencia”

Rocío Niebla

19 de abril de 2021 22:20 h

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La literatura de Edurne Portela (Santurce, 1974) maneja silencios que hablan más que palabras. En su último libro te mantiene con los ojos abiertos, mientras su gran protagonista Pedro consigue ver incluso con los ojos cerrados. Pedro es un niño roto por haber presenciado el cruel asesinato de sus padres. Llegaron los franquistas y la violencia (y sus consecuencias) se espesó como la niebla en el campo. A su vez, décadas más tarde, Ariadna se instala en el pueblo en búsqueda de la historia familiar, además de para intentar recomponer su relación amorosa. He ahí la trama de Los ojos cerrados, su nueva novela, que consagra como autora a Edurne Portela. Hablamos de memoria, de literatura hecha por una experta literaria. 

¿Cómo deja una doctora en literatura hispánicas su plaza de profesora titular en literatura en la Universidad de Lehigh (Pensilvania) para volver a España a intentar vivir de la escritura?

Con el privilegio de haber tenido un trabajo estable y muy bien pagado durante casi 20 años. Y también con todo el conocimiento y la experiencia adquirida durante esos años, que creo que me ha servido mucho, no sólo en mi trabajo de escritura, también para todo lo que rodea ese trabajo como las colaboraciones en prensa o las conferencias.

¿Cómo le ha marcado su lugar de nacimiento (y dónde se ha criado) como persona y escritora?

A todos nos marca el lugar donde desarrollamos nuestra infancia y adolescencia. Y si en mi caso creces en la margen izquierda del Nervión en los años 80 creo que eso deja huella. Vivir en esa parte de Euskadi, donde el peso de la crisis de la desindustrialización se combinaba con la violencia política, marcó mucho a varias generaciones, entre ellas la mía. Es la Euskadi de Eskorbuto, ya saben.

Mis novelas son una continuación de esa exploración de 'El eco de los disparos': el interés por reflexionar, desde la imaginación, sobre las secuelas de la violencia

Los ojos cerrados es su tercera novela, y cuarto libro porque en España se estrenó con un ensayo, El eco de los disparos, sobre qué puede hacer la cultura respecto a la violencia del llamado “conflicto vasco”, así como con todo tipo de violencias. ¿Para qué le ha servido la literatura respecto al tema (que le obsesiona) de la violencia? ¿Qué hace su ficción con la violencia?

Mis novelas son una continuación de esa exploración que hice en El eco de los disparos y que hice también antes, durante mi etapa académica. En Mejor la ausencia la exploración tenía que ver todavía con el tema de la violencia en Euskadi, pero me he ido separando geográfica y afectivamente en las otras novelas, sobre todo en esta última. Lo que tiene de continuidad es el interés por reflexionar, desde la imaginación, que es otro tipo de conocimiento, sobre las secuelas de la violencia. Y lo hago a través de vidas y situaciones inventadas. Es difícil explicar qué hace mi ficción con la violencia, igual le da forma concreta a través de la creación de esas vidas y situaciones, a través de un lenguaje que fija la violencia en la página y la amplía después en la imaginación de los lectores y lectoras. No lo sé.

Tenemos presente la violencia física, la violencia machista, la violencia de conflictos armados, pero ¿considera que hay violencia en la precariedad? ¿son las condiciones laborales otra forma de sometimiento y violencia?

Por supuesto que lo son, sí. Cuando antes me refería por ejemplo a esos años 70 y 80 en la Margen izquierda, de las crisis de la desindustrialización, con un 50% de paro juvenil, un consumo de heroína disparado, etc., estoy hablando de violencia estructural, económica y política. La precariedad es violencia, no poder pagarse una vivienda digna es violencia, los desahucios ni te cuento, no poder decirle a tu jefe cuatro cositas por miedo a que te despidan y quedarte en la puta calle es violencia. 

La precariedad es violencia, no poder pagarse una vivienda digna es violencia y los desahucios ni te cuento

En Los ojos cerrados plantea otra violencia con la que España se lleva muy bien: el silencio. 

El silencio puede ser muchas cosas y una de ellas es una forma de violencia cuando recae sobre la experiencia de las víctimas. El silencio ampara al verdugo y condena a la víctima a su propio silencio y a la soledad. Es, como dices, una forma de violencia muy asumida en España: hubo muchos silencios durante la dictadura y, lo que es mucho peor, algunos se han perpetuado durante la democracia. Porque no preguntar, no indagar, no intentar buscar la verdad (y mucho menos la justicia o la reparación) es perpetuar los silencios anteriores y por tanto, la violencia contra las víctimas y sus descendientes.

Lo peor es cuando asumimos que porque las leyes fallen no podemos aspirar a la justicia. Siempre deberíamos aspirar a la justicia y cambiar las leyes que hagan falta para llegar a ella.

¿Se puede vivir con silencios que gritan demasiado? ¿Qué le pasa a uno de sus personajes protagonistas, Ariadna, con ellos?

Ariadna es una mujer que ha crecido entre silencios, mentiras y medias verdades. Y llega un momento en su vida en que tiene que averiguar de dónde viene, cuál es la historia del padre, qué pasó en ese pueblo al que regresa. Algo que se repite en la novela es la idea de que por mucho que huyas de tu pasado, lo llevas contigo puesto y al final tendrás que enfrentarte a él. Y que lo que se reprime suele encontrar una válvula de escape por donde filtrarse o por donde volver a la superficie.

La voz de Pedro es poética y poderosa, es hijo de ver cómo los franquistas asesinaron a sus padres. La violencia le cae como un rayo. Pedro encarna la venganza. ¿Es sano (fuera y dentro de su libro) lo del diente por diente?

A veces llamamos venganza a intentar restaurar cierto grado de justicia. No siempre el acto de violencia que responde a otra violencia es diente por diente porque en esa expresión hay una igualdad, una correlación de fuerzas. Y hay violencias que por muy duras y crueles que sean no llegan a la magnitud de la violencia primera, la que genera todo el conflicto. 

Pero, ¿qué hacemos cuando la justicia nos falla?

Normalmente lo asumimos como algo inevitable, consecuencia de un sistema que falla. Y no nos preguntamos si es que falla la ley o falla la justicia. Lo peor es cuando asumimos que porque las leyes fallen no podemos aspirar a la justicia. Siempre deberíamos aspirar a la justicia y cambiar las leyes que hagan falta para llegar a ella.

Las parejas hacen esas cosas absurdas en medio de una crisis: se mudan de casa, deciden tener hijos, comprarse un perro, cualquier cosas antes de reconocer que el problema está en ellos

Ariadna llega a un pueblo ficticio llamado Pueblo Chico con dos misiones: salvar su relación de pareja y encontrarle sentido a las palabras que su difunto padre soltaba antes de morir. Sobre las relaciones de pareja, ¿por qué se cree que cambiando de escenarios es posible enmendar una relación?

Porque es la solución fácil, ¿no? Buscar en las causas externas tanto el origen como la solución al problema, cuando normalmente las relaciones se van al traste porque no hay suficientes mimbres para mantenerla sólida y hacerla crecer. Por eso las parejas hacen esas cosas tan absurdas en medio de una crisis: se mudan de casa, deciden tener hijos, comprarse un perro, cualquier cosas antes de reconocer que el problema está en ellos.

Su actual pareja, José Ovejero, es también un reconocido escritor. “La llave de todas mis puertas”, reza hacia él la dedicatoria. ¿Es Ovejero su primer lector, del primer manuscrito y su leal consejero? 

Sí, los dos leemos la obra del otro antes de compartirla con nadie más y nos apoyamos y damos consejos. Para nosotros es muy bonito hacerlo y tenemos un pacto implícito de honestidad a la hora de evaluar la obra del otro. 

José Ovejero y usted viven desde hace un año en Gredos. ¿Qué ha aprendiendo del medio rural este año de convivencia?

Cuando veo las condiciones naturales tan duras que hay en esta zona de la sierra siempre pienso en lo difícil que tenía que ser la vida realmente rural de hace años y que no me extraña que la gente se tuviera que ir. Es una zona de una belleza increíble pero muy dura si se quiere vivir de la tierra y el pastoreo. Aprendemos sobre ese pasado gracias a lo que comparten los vecinos con nosotros y también sobre el presente, que tiene que ver con una forma destilada y mucho más amable de esas vidas de antes: cómo preparar la tierra para el huerto, cómo tratar a los caballos que vienen a pastar, cuándo plantar patatas y cuándo lechugas, etc.

También sobre las necesidades de las personas que estamos empadronadas aquí: si van a abrir o no el consultorio médico una vez a la semana, si van a poner el servicio de autobuses que pasa por el pueblo más próximo, etc. 

Me preocupa dónde compran ustedes los libros en Gredos. ¿Hacen uso de Amazon?

Amazon jamás, es el mal. Cuando vamos a Madrid visitamos nuestras librerías de confianza. La última vez pasé por Sin Tarima y la vez anterior por Mujeres y Cía. Y muchos libros nos llegan porque nos los mandan las editoriales amigas, así que no nos faltan lecturas.