Santa Justa y Santa Rufina fueron dos adolescentes fans de Jesucristo que prefirieron la tortura antes que renegar de su ídolo en época de los romanos. Como otras jóvenes lo podrían haber hecho por Nick Carter o David Bustamante siglos después. Así ve Lali a las dos mártires que dan nombre al colegio privado católico en el que le ha tocado hacer las prácticas de Magisterio. No lo ha escogido ella, sino que se olvidó de echar la solicitud de destino y acabó en ese centro de niños con uniforme y rezo diario. Un traspiés más en el desarrollo de su carrera universitaria que no lleva demasiado bien. Es el punto de partida de El Evangelio, la nueva novela de Elisa Victoria que la editorial Blackie Books publica dos años después Vozdevieja, una de las sorpresas de 2019.
El colegio está en el centro de Sevilla, lejos del barrio de la periferia en el que vive Lali y del Telepizza en el que trabaja por un sueldo irrisorio. Puntos en común que tienen el personaje y la escritora, que también estudió Magisterio en Educación Infantil (y Filosofía) y sirvió comida rápida ataviada con una gorra roja. Habla de todo ello con elDiario.es vía telefónica.
¿Cómo surge la idea de El Evangelio?
He tenido la idea de escribir El Evangelio durante muchos años, a raíz de mis experiencias en Magisterio y en ese tipo de restaurantes de comida rápida. Y también impactada por la experiencia de haber sido joven, sin más. Pero he tardado muchos años en encontrar la manera de abordar la historia y me ha hecho falta dejar de ser joven, tener mucho tiempo de perspectiva para hacerlo como yo sentía que debía hacer esto.
¿Influyó el confinamiento y todo lo vivido en la pandemia en la escritura de la novela?
Empecé a escribirla un año antes mientras estaba de promoción con Vozdevieja, intentando hacer ensayos con el tono y buscando la voz del personaje. Todavía no había empezado a construir la estructura de la historia, pero estaba viendo si me funcionaban la voz y el hilo narrativo. Lo fui haciendo a intervalos, muchas veces cuando estaba sola en hoteles o cuando descansaba un poco. Cuando terminó la promoción ya me puse más en serio y cuando llegó la pandemia yo llevaba dos capitulitos. Durante el aislamiento me refugié bastante en la escritura, avancé mucho y empecé a sentirme más cómoda con el proyecto y con cómo iba avanzando.
Influyó en un aspecto espacio-temporal, porque tuve más horas para escribir, pero no diría que lo haya hecho en la escritura en sí o en el transcurso de la historia. Era algo totalmente independiente de lo que estaba pasando en la realidad. De hecho, para mí era un poco reconfortante apartarme del mundo tal y como era en ese momento e irme a este universo paralelo, centrar mi atención plena en él y descansar un poco de la tensión.
Como Lali, usted dio clase en un colegio católico. Si no se vive desde dentro quizás es difícil imaginar cómo es.
Sí, cuando no te has educado en esa cultura de entrada te choca. Hay un montón de gente que lo ha vivido desde la niñez y lo ven como lo más natural del mundo, no le dan ninguna importancia. Pero es bastante impactante cuando lo ves desde fuera sin tener esa educación de entrada. Aparte, hice también una investigación sobre muchos tipos de colegios privados y acabé sacando un híbrido de diferentes ambientes y escenas que fui recopilando. Hay muchísimos colegios religiosos y no se le da apenas importancia. De hecho, hay muchos padres que por inercia, porque no es que sean especialmente religiosos ni sean practicantes en su vida semanal, llevan a sus hijos porque el colegio tiene buena fama, piensan que lo de la religión van a ser unas pinceladas que no les van a afectar. Me parece también bastante extraño que se dé esta doctrina en colegios públicos.
Hace una crítica al sistema educativo en sí, incluida la enseñanza pública. ¿Hay alguna manera de cambiarlo? ¿Cómo se podría hacer?
Sin duda la escolarización es una buena idea pero cuando se lleva a cabo está llena de rutinas, de muchas actividades anodinas, de repeticiones que generan mucho tedio entre los alumnos. Es muy poco estimulante. Yo no sé exactamente cuál es la manera correcta de hacer que funcione, no tengo la fórmula mágica. Pero me gustaría por ejemplo comprobar qué resultado da una educación más integral en la que los contenidos se den de una forma más homogénea, no tan separada en materias rígidas. Que fuese más fluida, más creativa, con más espacio para la imaginación. Me gustaría ver qué resultado daría que el aprendizaje viniera propuesto a través del descubrimiento.
Vuelve al tema de la infancia que ya tocó en Vozdevieja. ¿Por qué ese interés?
Sí, casi me obsesiona la manera en la que el ser humano llega al mundo y cómo es su adaptación a él. Me interesa observar qué es lo que le atrae intuitivamente y cómo eso se deforma a la hora de introducir a esos niños recién llegados en el sistema. Vozdevieja y El Evangelio funcionan un poco como espejo. Porque en la primera se observa el mundo y la adultez desde un punto de vista infantil y en la segunda ocurre lo contrario: tenemos un personaje que ya ha entrado en el sistema y está conociendo sus entresijos desde el inicio de la vida adulta. Se fija en los niños y a este personaje le da pena saber el camino que les espera. Muchas de esas características que son valiosas en los niños se van aplastando para cumplir con una rutina. Es verdad que hay que aprender cosas y a adaptarse pero durante ese proceso creo que se machacan un montón de aspectos positivos que nos son propios. Y nos volvemos peores.
Lali habla bastante de salvar a la niña que aún sigue dentro de ella, mantenerla ahí. ¿Es posible?
Sí, creo que sí. Atravesamos a veces periodos de tránsito, de evolución, y el primero es la pubertad. Y en ese periodo ya de entrada lo más aceptable es abandonar la infancia y crear una identidad nueva. Pero cuando hemos pasado ya varios tránsitos de este tipo si no nos avergonzamos de ese hilo de conexión con la identidad primera se puede conservar. No sé hasta cuándo, pero he conocido a gente que tenía ya 60 años y que me ha hablado de que se sentía la misma persona que en la infancia. Me parece interesante esta idea de la linealidad de la conciencia, que vayamos evolucionando pero no haya una ruptura drástica de identidad. Me gusta pensar que es posible.
Vozdevieja tuvo una gran repercusión. ¿Sentía la necesidad de superarla con El Evangelio?
Puedo decir que me sentí un poco abrumada al principio por la repercusión de Vozdevieja. Era algo obviamente positivo pero era nuevo para mí escribir con expectación porque yo solía hacerlo para muy poco público y eso te otorga más libertad, menos responsabilidad. Me costó un poco recuperar ese espíritu de “tengo que escribir lo que tengo que escribir y ya está”. No sé si pretendía superar a Vozdevieja en algo pero sí sabía que esta novela tenía que ser un poco más compleja tanto en cuanto a la voz como a la trama.
Después de dos novelas, ¿se identifica como escritora?
Sí que me identifico con la palabra escritora, creo que a base de haberme presentado así muchas veces cuando me preguntan que a qué me dedico. Pero no sé por qué, una parte por síndrome de impostora, en principio no parece un oficio real, es un poco fantasía. Pero a estas alturas sí que me identifico como tal. Otra cosa es que haya llegado a ser un trabajo realmente lucrativo con el que yo viva sostenida por completo. Para eso todavía falta un poco, no sé si llegará.