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Entrevista | Javier Gallego

“Me gustaría escribir sobre una revolución que llegue hasta el final”

El grito en el cielo, publicado por la editorial Arrebato, son versos que atizan en la indiferencia y desgarran estómagos de acero. Javier Gallego habla tan pronto de las vergüenzas europeas y cementerios postcapitalistas, como nos acerca al sexo sin versos pudorosos.

El locutor de Carne Cruda ha escogido las palabras con cuidado para no banalizar las experiencias cotidianas ni aleccionar con las políticas. Sus poemas son viscerales y algo desoladores porque “muestran la crudeza de la situación”. Pero también ha querido dejar una rendija de luz con homenajes a la virtud humana de las mareas, el 15M y todas aquellas personas “que se arremangaron para echar una mano”.

El resultado es esa poesía que se aleja de torres de marfil y devuelve el poder artístico al pueblo. Un grito en el cielo que sirva como “arma de revolución”.

Le dedica el libro al chileno Raúl Zurita, ¿qué significa su figura para la poesía? ¿Y para la poesía de Javier Gallego?

Es uno de los gigantes vivos de la poesía. Zurita ha glosado como nadie, con una crudeza extraordinaria, toda la dictadura de Pinochet en Chile. Y como eso, todas las dictaduras y la violencia que han sufrido los países latinoamericanos.

En mi opinión, es el Bolaño de la poesía, siendo evidentemente un arte mucho más menospreciado y desconocido. Eso hace que Zurita no reciba el reconocimiento mundial que se merece en comparación con Nicanor Parra o Neruda.

¿Qué le inspiró en la obra de Zurita para escribir poesía política?

Su fisicidad al escribir me ayudó a buscar palabras que expresaran lo que estamos viviendo, sufriendo y padeciendo. Me costaba hacer poesía política y que no sonara a panfleto o manifiesto. Quería que me sonara, valga la redundancia, poética. Y él es capaz de expresar con enorme belleza algo muy horrible.

Cuando lo descubrí sufrí un deslumbramiento que sigue presente. Gracias a la editorial Arrebato tuve contacto directo con él y le mandamos el manuscrito. Nos dijo que El grito en el cielo le había emocionado y, para mí, ese es el mayor premio. Imagínate, alguien a quien admiras tanto se lee tus versos y encima le gustan.

Zurita habla en su dedicatoria de poemas “autistas e irrelevantes”. ¿Se está convirtiendo la poesía moderna en un arte egocéntrico?

Hay una tendencia, que no es nueva, de escribir poesía que se mire al ombligo y que la convierte en un arte demasiado solipsista. Hay mucha contemplación del yo y una inclinación a meterse el dedo en la propia llaga. Son poemas bellos como un animal disecado. Con falta de fiereza, de vida, de sangre y carácter palpitante. Yo he escrito muchos poemas confesionales, pero intento que tengan una trascendencia para el nosotros.

Por ejemplo, Raúl Zurita escribe a pedradas. Siempre digo que su potencia expresiva suena a piedras cayendo. Eso es lo que le hace falta a la poesía. Veo a muchos poetas en sus torres de marfil y, quizá por el desprecio que sufren por parte de los lectores, acaban encerrándose en sí mismos y escribiendo para otros poetas. Es una pescadilla que se muerde la cola.

La poesía ha sido muchas veces un arma de revolución para el pueblo, un vehículo para que las sociedades se entiendan. No creo en esa poesía inofensiva y alejada, y muchas veces es culpa de los propios poetas.

Dice que Zurita suena a pedradas, pero El grito en el cielo se siente casi de forma física. ¿Buscó mantener ese lenguaje visceral en todos los poemas? El grito en el cielo

Es verdad que, a posteriori, me di cuenta de que escribo a través de las sensaciones corporales. Creo que es en el cuerpo donde padecemos las consecuencias políticas, filosóficas o metafísicas. No fue intencionado, pero he hecho una constante referencia a las vísceras, los órganos o los dientes para expresar una desazón que es más espiritual.

Precisamente ahora me estoy leyendo el próximo libro de Santiago Alba Rico, Ser o no ser (un cuerpo), sobre cómo a las sociedades modernas nos han alienado de nuestro propio cuerpo. Creo que hay que volver a recuperarse a uno mismo para entender mejor el mundo, porque éste es también un cuerpo gigantesco devorándose a sí mismo. El ser humano, las sociedades capitalistas y un Occidente voraz lo destruyen como un tumor.

¿Qué ofrece la poesía, a diferencia de la columna de opinión, a la hora de hacer crónica social o política?

Primero, ofrece mayor precisión y contundencia. Un poema es la búsqueda de esa palabra exacta que, aunque muchas veces no se encuentra, permite ser más agudo. Con la poesía se consigue amplificar y decir con más potencia lo que en la prosa queda diluido. La opinión periodística, por su parte, está más pegada al día a día y yo quería hablar de un presente continuo.

Además, como toda escritura, la poesía es una pregunta. Y creo que hace preguntas más certeras porque te obliga a concentrar más el pensamiento. A decir mucho con muy poco. Y, en nuestra sociedad, parece que debemos expresar lo más horrible de manera artística para ser capaces de mirarlo. Lo que hace muchas veces el arte es buscar formas atractivas para enfrentarte a realidades nada atractivas.

Dedica varios poemas a la crisis de refugiados. Ayer, Isaac Rosa publicaba en eldiario.es la columna “En los campos pueden calentarse quemando artículos sobre ”el drama de los refugiados“. ¿Se necesita más acción ante un exceso de tinta?”En los campos pueden calentarse quemando artículos sobre “el drama de los refugiados”

Necesitamos más acción, por supuesto, pero la tinta mueve a la reacción y a la concienciación. No deberían estar reñidos. Los periodistas tenemos la obligación de escribir lo que estamos viendo, aunque solo sea papel que sirva para calentar a los refugiados. Eso no quita que denunciemos la flagrante violación de derechos humanos que se está cometiendo o las penurias que sufren los más miserables.

¿Podríamos hacer más? Seguro. Y, evidentemente, el activismo es el que hace a pie de calle y de fango lo que no hace el periodismo. Pero también pienso, y eso lo sabe bien Isaac [Rosa], que el periodismo y la literatura sirven para cambiar las maneras de pensar. Un artículo o dos quizá no valgan de mucho, pero cientos de miles sí.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el filósofo Theodor Adorno dijo «Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie». Es verdad que tras haber visto la mayor crueldad humana te planteas para qué sirve un poema. Tan ridículo y tan pequeño. Pero no podemos rendirnos ante la devastación de la humanidad. Aunque un poema sea la única llama que luzca en la oscuridad, hay que seguir encendiendo esa vela.

Además de los refugiados, basa varios poemas en el Detroit postcapitalista, los desahucios o el 15-M. ¿Por qué decidió incluir esos temas de actualidad y prescindir de otros?

Quise hacer un recorrido desde lo global a lo local. Empiezo el libro con el poema El grito en el cielo, que es un homenaje al Aullido de Allan Ginsberg y una visión desde todas las esquinas del mundo: la social, política, económica, pero también el dolor particular de todos los que sufren el capitalismo y este tipo de vida.

Luego me fui acercando a nuestras fronteras. Ahí vemos las consecuencias del capital sobre los más desfavorecidos y en el mismo corazón de la bestia, como es el caso de Detroit. Esa ciudad es el Hiroshima con una bomba de dólares. Y, por último, llego a nuestro país con Anatomía de España, un poema sobre lo que ha ocurrido en estos años y nuestra falta de reacción.

Aunque el tono del poemario es bastante oscuro, también incluye homenajes a activistas y mareas que recuerdan al “optimismo” de Walt Whitman.

Los oyentes siempre me dicen que demos algo de esperanza en la radio. Esa primera parte es muy oscura y desoladora, es verdad, por eso intenté buscar una luz. Hay poemas dedicados al Ejército de salvación, que para mí es la Plataforma de Afectados por las Hipotecas, pero también a esas mareas que se han movilizado para ayudar a los que se quedaban en paro, sin casa o no tenían para comer. En definitiva, a todo aquel que se ha arremangado para echar una mano.

Necesitaba dejar la puerta abierta para que entrase un poco de luz, porque yo mismo me deprimía al leer la primera parte [ríe]. La marea y Cuando fuimos tempestad (dedicados a las mareas y al 15M) representan muy bien ese oleaje que nos impulsó a volver a comprometernos con nuestra sociedad. Les debemos mucho y a mí es lo único que me mantiene animado. Se puede resumir en que mis poemas tienen el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad.

Pero no es todo política, también incluye poemas eróticos. ¿Es la poesía el mejor vehículo para hablar de sexo?

Igual no es el género más extendido, pero la poesía erótica lleva ahí desde Safo o incluso antes. En el Barroco había mucha poesía procaz, a veces incluso coplillas que se cantaban en la calle. En El grito en el cielo, he querido escribir con la misma crudeza un poema político que uno de contenido sexual. Intento tener un estilo visceral, en el sentido más literal de la palabra: escribir desde las tripas.

La misma lupa que pongo sobre cuestiones sociales, del amor o desamor, tenía que ponerla sobre el sexo. No entiendo que en sociedades avanzadas tengamos ese pudor hacia el cuerpo.

A la vez que existe este pudor, estamos viviendo un boom de literatura erótica que muchas veces refuerza los estereotipos.boom

Hay mucha literatura barata y machista que triunfa, como Cincuenta sombras de Grey. Reproducen estereotipos patriarcales, de sumisión de la mujer y huelen a un erotismo rancio y casposo. Yo quería escribir poemas de seres humanos en los que un hombre y una mujer, que también pueden ser dos hombres o dos mujeres, disfrutan de una experiencia deslumbrante. El sexo puede ser tan iluminador como llegar a una conclusión filosófica.

Para mí ha sido importante buscar dos cuerpos sin tabúes y sin disfraces, desnudarme y encontrar respuestas sobre la otra persona. También porque, frente a un entorno tan desolador, lo único que nos salva son las personas que nos quieren y nos cuidan. El sexo es una vía de conocimiento muy interesante. Y una forma de disfrute, vaya, de las pocas cosas que nos quedan en este asqueroso mundo, como diría Ramón Trecet.

¿Y cómo se consigue hacer arte de lo cotidiano (el sexo, el amor o el dolor) sin parecer demasiado ombliguista?

Hace tiempo que los escritores han demostrado que hay poesía en los lugares más insospechados. Cualquier acto y experiencia se puede convertir, gracias al arte, en un momento poético. De todas formas, no se debe confundir lo prosaico de la vida con lo poético de la vida.

Cuando la poesía es demasiado experiencial, en mi opinión pierde parte de su agudeza y de su poder de penetración. Yo hablo a veces de cosas muy cotidianas, trato de exprimirlas y de sacarles el máximo jugo, y a la vez alejarlas de lo más banal. Es un juego difícil. Lo que es seguro es que necesitamos la poesía para escapar de la banalidad de los días.

Si el movimiento social de los últimos años fue el motor de El grito en el cielo, ¿qué le inspiraría ahora para escribir un nuevo poema? El grito en el cielo

Este libro se ha hecho en parte como una necesidad de reacción. Notaba que los músculos se nos estaban entumeciendo otra vez y quería despertarlos a golpe de verso. A veces creo que necesitamos las palabras de los poetas para movilizarnos. Me sumo con mi pequeño grano a esa invocación de los poetas para que nos enciendan con sus palabras.

¿Y qué poema escribiría ahora? Me gustaría escribir sobre una revolución que llegue hasta el final. En España hemos tenido un conato de revolución que está corriendo a cámara lenta. Quizá porque vamos lejos, como decían en el 15M. Pero me gustaría escribir sobre un diluvio, no solo de la tempestad.