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“Parece que a muchos españoles les repugna leer libros que fomenten el pensamiento”

Los argumentos de Gonzalo Pontón (Barcelona, 1944) resultan demoledores a la hora de definir la escasa afición de los españoles por los libros de ensayo. “A comienzos del siglo XIX”, comenta, “la tirada media de una obra de historia, política o filosofía se situaba en torno a los 1.500 ejemplares”. Como señala el autor, esa es una cifra que dos siglos después no ha crecido, convirtiéndose en un problema cultural de primer orden.

“A veces da la impresión de a que a muchos españoles les repugna pensar o leer libros que fomenten el pensamiento”, indica Pontón. A pesar de este deprimente panorama, este editor y maestro de editores, que ha recibido el Premio Nacional de Ensayo 2017 por su erudita obra La lucha por la desigualdad. Una historia del mundo occidental en el siglo XVIII, no ha tirado la toalla para lograr que el género ensayístico encuentre un espacio cada vez mayor en la cultura de nuestro país. Un empeño difícil, pero al que este intelectual ha dedicado más de medio siglo de su vida.

Pontón subraya que el 90% de la gente que lee literatura en España (solamente a la mitad de la población), se decanta por la novela. El ensayo, por tanto, ocupa una parte minúscula. Sobre él, y desde un respeto absoluto por la narrativa, este editor y autor novel a sus 73 años confiesa que requiere una mayor capacidad de concentración, un intento de comprender el mundo y la sociedad en la que vivimos,  así como una pasión por el conocimiento.

“Si lees un libro como el que he publicado”, explica, “no sales indemne de su lectura porque te deja pensativo y te obliga a reflexionar sobre muchas cosas”. Además, dice discrepar de aquellos que califican al género de no ficción como “algo aburrido y denso”, aunque pueda “resultar cierto en el caso de autores españoles con una tendencia nefasta al academicismo”. No obstante, Pontón cree que basta comprobar “la brillantez y el interés” de los ensayos anglosajones o franceses para darse cuenta de la altura que puede alcanzar una biografía histórica o un texto sobre ciencia.

En cualquier caso, el autor se muestra muy ácido con la Universidad española, a la que califica de “academia de juguete” y, como ilustración, cita la anécdota de un catedrático amigo que nunca habría escrito un libro como el suyo porque no le hubiera servido de nada en su carrera académica. O, abundando en la herida señala, que los intelectuales españoles se han interesado bien poco por otros países y por otras culturas. “Hay multitud de hispanistas extranjeros, pero ¿tú conoces algún ensayista español que sea un reputado germanista o anglicista?”

Pontón sabe bien de lo que habla, ya que a lo largo de las últimas décadas ha publicado en editoriales como Crítica y Ariel a escritores de la talla de Pierre Vilar, Manuel Azaña, Stephen Hawking, Gabriel Jackson, Josep Fontana o Noam Chomsky, por citar ejemplos muy distintos. Vinculado a las citadas editoriales del grupo Planeta hasta su jubilación, el ensayista siguió después al pie del cañón al fundar Pasado&Presente bajo el estandarte de que desea finalizar su carrera trabajando como editor.

Un editor transformado en escritor

No obstante, La lucha por la desigualdad, el libro premiado con el Nacional de Ensayo, significa pues una excepción en la promesa que se hizo a sí mismo en su juventud: que un editor no debía convertirse en escritor. Siete años de investigación y de redacción, fruto de su saber enciclopédico y de su dominio de varios idiomas, le han servido para obtener este galardón. A pesar de ello, y salvo que decida escribir sus memorias (iniciativa a la que le animan sus hijos), el editor barcelonés asegura que la experiencia de autor no se repetirá.

Mientras resuelve si escribe o no esas memorias, Pontón recalca su pasión por los temas históricos (al fin y al cabo es licenciado en Historia de formación) y lamenta el muy escaso bagaje de los españoles en el conocimiento de su pasado. “Conviene recordar”, afirma, “que la enseñanza de la historia ha estado, y todavía está de alguna manera, en manos de una Iglesia católica y tridentina que fue protegida por cuatro décadas de dictadura”. Una institución que, según el editor, nunca se interesó por que las nuevas generaciones conociesen el pasado reciente de su país. Precisamente por ello, considera que “el siglo XX sigue sin enseñarse y debatirse a fondo en los institutos y en las universidades”.

Al hilo de estas reflexiones, Gonzalo Pontón se queja del tradicional ninguneo de las disciplinas humanísticas en este país: “las carreras de letras eran para chicas y para maricas, según decían en el franquismo”. Ese paisaje de la cultura no ha cambiado mucho, desgraciadamente, en la etapa democrática. “Está claro”, opina, “que el desprecio de las humanidades impide que haya más lectores de ensayo y dificulta que las nuevas generaciones se animen a acercarse a la no ficción”.

El editor rompe su habitual calma y se indigna cuando rebate ese tópico de que las humanidades no sirven para nada y mucho menos para entrar en el mercado laboral. “Suelo poner el ejemplo de un vendedor de coches que, cuanto más sepa de disciplinas diversas y cuantos más temas domine, más posibilidades tendrá de captar nuevos clientes”, explica. Continúa diciendo que la supuesta inutilidad de las humanidades es una falacia “basada en un puro criterio utilitarista del capitalismo”.

Por otro lado, Gonzalo Pontón sostiene que la crisis económica y política vivida en España tampoco ha servido para provocar un acercamiento al ensayo literario. Ni siquiera de las nuevas generaciones, que ahora basculan entre la precariedad laboral y la indignación. “Es cierto que la sociedad se ha vuelto a politizar, como ocurrió durante la Transición, pero esa efervescencia se ha reflejado en los votos a nuevos partidos o en una mayor movilización social de cabreo”, apunta. Aun así, considera que “desafortunadamente no se traduce en algo propositivo”.

A pesar de ser uno de los grandes expertos en los periodos revolucionarios de los últimos siglos, Pontón se muestra hoy escéptico sobre la perspectiva de transformaciones radicales. “Una revolución como la rusa o como el estallido de mayo del 68 resultan imposibles en la actualidad y, por otro lado, el reformismo suele ser de baja calidad”. Para él, la llamada “sociedad civil” debe movilizarse constantemente y no limitarse a “introducir una papeleta en una urna”. Por tanto, el único instrumento eficaz para cambiar las cosas y desafiar al poder serían “protestas masivas y constantes”.

Gonzalo Pontón no quiere despedir la conversación sin resaltar, una vez más, la importancia de la lucha contra las desigualdades, un tema que en su libro está planteado desde una visión materialista de la historia. Especialmente recalca una: la discriminación a las mujeres. “¿Por qué tienen que ganar un 30% de salario menos que los hombres por desempeñar el mismo trabajo?”, se pregunta airado. Y, a modo de consejo, deja una sentencia del filósofo neerlandés Baruch Spinoza: “La igualdad es el único principio básico de un Gobierno legítimo”.