La historia de La Codorniz, la revista que dinamitó los tópicos del franquismo con humor absurdo
Entre 1941, en plena posguerra, y 1978, cuando España estrenaba democracia, La Codorniz (“la revista más audaz para el lector más inteligente”) aglutinó a una nómina de escritores, cineastas y dibujantes que se convirtió en la vanguardia de un humor blanco y del absurdo con muchas cargas de profundidad de crítica social. Multas, suspensiones y trabas sufrieron los responsables del semanario que procedían tanto de las filas del franquismo como de la oposición.
Esa visión humorística irradió su influencia también hasta el cine y el teatro con nombres de primera fila como Miguel Mihura, Edgar Neville, Chumy Chúmez, Rafael Azcona o Luis García Berlanga. Ahora acaba de publicarse el libro titulado La Codorniz. De la revista a la pantalla (y viceversa), de Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo, que repasa la influencia cultural de una revista clave durante la dictadura.
“La interpretación de que todo lo que ocurrió bajo la dictadura era franquismo supone una lectura simple y absurda de la historia”, comenta Felipe Cabrerizo (San Sebastián, 1973), uno de los coautores de un voluminoso libro que ha sido editado por Cátedra y la Filmoteca Española. “En la revista”, agrega, “se da cita gente muy diversa, de muchas tendencias en un reflejo de la España de aquellas décadas. Del mismo modo hemos puesto de relieve en el libro que en el cine español existieron, por ejemplo, muchas formas de abordar la comedia”.
Fundada por el escritor y periodista falangista Miguel Mihura, sustituido en la dirección en 1944 por Álvaro de Laiglesia, la revista aspiraba a un enfoque muy cosmopolita y vanguardista para la época y en su primera etapa suscitó el interés de un público joven que deseaba escapar de la cultura oficial de la dictadura. “La Codorniz llevó a la prensa y más tarde al cine”, apunta Santiago Aguilar (Madrid, 1959), “un humor del absurdo que dinamitó los tópicos del franquismo. Así pues, la revista se orientó hacia una crítica de la vida cotidiana cargada de pólvora en sus dibujos y en sus artículos”.
La revista tuvo un punto de inflexión en los años sesenta con la llegada de un dibujante como Chumy Chúmez, el cual estuvo al frente de una nueva generación de humoristas que mantuvieron un constante tira y afloja con la censura. Nombres clásicos del humor español, como Miguel Gila, Evaristo Acevedo o Rafael Azcona, desfilaron en esas etapas por las páginas de la revista que llegó a alcanzar tiradas espectaculares de decenas de miles de ejemplares.
Esa fórmula de humor aparentemente blanco, pero lleno de ironía y de dobles sentidos, llegó a hacerse muy popular hasta el punto de que se convirtió en una revista que leían tanto personas maduras como jóvenes, tanto lectores del régimen como de la oposición. Así las cosas, un chiste contra la subida del precio del pan podía derivar en una enmienda a la totalidad de los desmanes de la dictadura.
Algunas secciones, como La cárcel de papel que firmaba Acevedo y solía encarcelar con mucho sarcasmo a ministros y altos cargos, contaron con una multitud de seguidores. Al compás de las relativas aperturas del franquismo, La Codorniz fue tensando los límites de la libertad de prensa y ese pulso le costó multas e inclusos suspensiones de la publicación a finales de los sesenta y comienzos de los setenta.
“A partir de 1971, con la aparición de Hermano Lobo”, explican Aguilar y Cabrerizo, “La Codorniz empieza a quedarse desfasada y anticuada. Algunos de los humoristas, con Chumy Chúmez a la cabeza, se pasan a la nueva revista, más moderna y crítica que conecta con las nuevas generaciones de los años setenta. Puede decirse que el boom del humor en la Transición mató a La Codorniz porque, aparte de la irrupción de Hermano Lobo, la prensa de información general ficha a dibujantes de primera fila como Manuel Summers, el propio Chumy, Perich o Forges, entre otros. Ese estallido de un humor crítico por la izquierda deja en fuera de juego a La Codorniz”.
Al igual que ocurrió con semanarios que jugaron un papel de oposición durante la dictadura, como Triunfo o Cuadernos por el Diálogo, de forma paradójica la llegada de la democracia acabó con La Codorniz que dejó de publicarse en 1978 en un país a punto de aprobar la Constitución.
La influencia de La Codorniz en el cine
Fruto de varios años de trabajo e investigación, el libro de Aguilar y Cabrerizo, dos estudiosos del cine con varios libros en sus currículos, parte de la faceta periodística de La Codorniz para proyectarse en su influencia en el cine. En esta línea no cabe olvidar que algunos de los promotores de la revista procedían del mundo del cine, donde algunos habían llegado a triunfar incluso en los estudios de Hollywood, como Edgar Neville.
Conviene subrayar que los impulsores de La Codorniz y de las mejores comedias teatrales o cinematográficas de los cuarenta y los cincuenta llevan la firma de lo que se ha llamado la otra generación del 27 con figuras como Miguel Mihura, Enrique Jardiel Poncela o el ya citado Neville. Alineados en mayor o menor medida con el franquismo y por ello relegados con frecuencia, en los últimos años se han revalorizado sus trayectorias por parte de historiadores de la cultura.
“La importancia de La Codorniz fue tan enorme”, apunta Aguilar, “que podemos hablar de un cine codornicesco que impulsaron aquellos que venían de Estados Unidos. En los años veinte, Edgar Neville, que era diplomático en Washington, comenzó a trabajar en las llamadas spanish talkies. Es decir, las versiones en español de las películas norteamericanas en un periodo en el que todavía no se utilizaba el doblaje”
Según el especialista en el séptimo arte, Neville trabó amistad con estrellas como Charles Chaplin o Douglas Fairbanks y sirvió de cabeza de puente para la arribada a Hollywood de Luis Buñuel, Tono, José López Rubio o Eduardo Ugarte, entre otros. “Este desembarco se explica porque los grandes estudios necesitaron dialoguistas que adaptaran los guiones en inglés a las versiones en español hasta que se generalizó el doblaje a mediados de los años treinta”, añade.
La presentación del libro de Aguilar y Cabrerizo, que incluye numerosas ilustraciones y un CD, coincide con un ciclo a lo largo del mes de diciembre que la Filmoteca Española dedica a cineastas codornicescos. En estas proyecciones podrán verse auténticas joyas cinéfilas como El hombre que viajaba despacito (Romero Marchent y Miguel Gila, 1957) o La niña de luto (Manuel Summers, 1964). Los autores del ensayo afirman con mucha rotundidad que buena parte de la inspiración del cine codornicesco bebe de los Hermanos Marx, que rodaron obras maestras como Sopa de ganso, Una noche en la ópera o El hotel de los líos.
“Además resulta curioso”, señalan, “que los cineastas españoles arrancan de lo popular y no de la alta cultura en su tipo de humor, tal como hicieron los Marx. Cabe recordar que los Marx, antes de llegar a la pantalla, se curtieron durante años en teatros de cabaret y en el music-hall, es decir, en géneros muy populares”. En cualquier caso, como agregan los autores, hay algo claro sobre el papel que jugaron los humoristas de La Codorniz tanto en la pantalla como en el papel: “Desmontaron los tópicos del franquismo y pusieron en tela de juicio su sistema de valores”.