Entrevista Eduardo Bravo, periodista y escritor

Ovnis, totalitarismos o crímenes: el libro que repasa el siglo XX contando sus historias más raras

Carmen López

3 de agosto de 2021 22:01 h

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En el año 2015, el periodista Eduardo Bravo empezó a trabajar como freelance por circunstancias de la vida. Cualquiera que conozca un poco las condiciones del sector sabe que para poder pagar los gastos mínimos de supervivencia –alquiler, comida, cuota de autónomos– hay que escribir muchos artículos. Fue exactamente lo que él hizo: una media de cinco por semana, más de mil en cinco años. Julio Camba dijo hace muchos años que: “los periodistas somos fábricas de artículos” y su acierto fue tal que sigue teniendo razón.  

Pero no todo son calamidades, porque gracias a esa producción desaforada no solo ha podido vivir de su profesión hasta el momento sino que también ha tenido material suficiente para recopilar en el libro Historias raras del siglo XX que acaba de publicar la editorial Clave intelectual con prólogo de Raquel Peláez. Dividido en ocho partes temáticas (ovnis, totalitarismos o crímenes, entre otros) en él se suceden fenómenos como el de El Palmar de Troya, las andanzas del Dioni o el shopping de Imelda Marcos. Entre artículo y artículo ha hablado con elDiario.es sobre esta compilación de intensidades del siglo pasado. 

De todas las historias del libro, ¿cuál es para usted la más rara o insólita?

Me resulta difícil decantarme por una sola, pero creo que me decidiría por la de Juan Domingo Perón y su exilio español. Argentina y su historia nunca decepcionan y este es un buen ejemplo de ello: un líder carismático depuesto por unos militares que no dudaron en bombardear Plaza de Mayo a plena luz del día, que acaba siendo acogido por un dictador fascista con el que no se lleva bien y al que desprecia, pero que le debe favores desde la época de la postguerra española.  

A todo eso se suma unos años después la figura de López Rega, un perverso edecán aficionado a las ciencias ocultas e impulsor del grupo ultraderechista Triple A, que se ganará la confianza de la tercera esposa del General, María Estela, una antigua bailarina que Perón había conocido en un cabaré de Panamá. 

Y cuando el gobierno de facto de Alejandro Agustín Lanusse decidió devolver el cuerpo embalsamado de Evita —que había sido sustraído de la sede de la CGT y enterrado durante años con una identidad falsa en un cementerio italiano con conocimiento de las autoridades vaticanas— López Rega se dedicó a hacer rituales mágicos con el cadáver para traspasarle el carisma de la muerta a Maria Estela que, tras la muerte de su esposo, sería nombrada presidenta de la República Argentina.

¿Hay alguna historia de la que querría haber escrito más?

La de Ulrike Meinhof me resulta especialmente interesante. Por su trayectoria vital y profesional, por su militancia política y por la hipocresía con la que se aborda en la actualidad todo lo relacionado con ella, únicamente porque optó por la lucha armada. De hecho, sus escritos, algunos de los cuales son todavía hoy muy interesantes, estuvieron en su momento publicados por Anagrama, editorial que no creo que tenga entre sus planes inmediatos reeditarlos, por mucho que ahora forme parte del grupo Feltrinelli, editor italiano que también tuvo su particular guerrilla urbana en los años 70. 

Esa actitud censora y maniquea hacia Ulrike me resulta aún más llamativa cuando hay personajes como, por ejemplo Henry Kissinger, que han sido más letales que mil Ulrikes, que han vulnerado la legalidad internacional a voluntad, que han apoyado golpes de Estado, que han instigado asesinatos y torturas y que son loados constantemente por los medios de comunicación como ejemplo de persona virtuosa y hombre de Estado.

 De todos los personajes que aparecen en el libro, ¿cuál le parece peor? 

Los personajes que más rechazo me generan son justamente los dictadores, gobernantes absolutistas, líderes de sectas o secuestradores como los de Jaycee Dugard. En definitiva personajes cuyo único objetivo es abusar de sus víctimas para satisfacer sus deseos personales, que además lo hacen de manera calculada, no por un arrebato puntual, y que son ajenos a cualquier rasgo de empatía o finalidad altruista. De hecho, y sin justificar sus acciones, soy menos severo con personajes que han podido dar un mal paso en la vida, como pueden ser Claudine Longet o Jarabo, que con esos otros personajes.  

¿Y mejor?

Tengo verdadera simpatía por gente como Moondog, Julio Matito, Orion o Konrad Kujau, el falsificador de los diarios de Hitler que dejó en ridículo a una cabecera tan prestigiosa como Stern porque sus responsables empresariales, cegados por la avaricia y la ambición, abandonaron cualquier actitud diligente hacia un tema tan delicado como ese.

Hay algunos casos como el de Ummo [relacionado con la ufología] que hoy en día parecen imposibles de creer.

El caso Ummo es muy particular porque surge en un escenario político muy concreto: una dictadura en la que los derechos de información, prensa, reunión o asociación política están prohibidos. Sin embargo, mientras que ciertas informaciones no podían publicarse en los medios, las autoridades sí permitían que vieran la luz noticias sobre avistamientos ovnis o que se celebrasen tertulias en las que se hablaba de ufología y que, tan solo por ser una cosa inusual (las reuniones, no los extraterrestres), ya tenía cierto atractivo para los asistentes que, creyesen o no en ovnis, gozaban en ese ambiente de un poco más de libertad que otras personas. 

Por otro lado, ha aumentado la fe en la astrología, por ejemplo. ¿Nos hemos vuelto más incrédulos o al contrario?

Las ganas de creer son consustanciales al ser humano. Es un sentimiento que está relacionado con infinidad de cosas. Por ejemplo, con el placer de que nos cuenten historias por el mero hecho de entretenernos, con la necesidad de generarnos un marco de referencia para la vida cotidiana y, cómo no, con buscar un consuelo o guía cuando la incertidumbre lo empapa todo. Actualmente parece que la sociedad ha dejado de creer cuando tal vez lo que ha sucedido es que ha dejado de hacerlo en aquellos temas que eran hegemónicos en el siglo XX. En otras palabras, mientras que Iglesia católica pierde fieles en todo el mundo y, por tanto influencia política y social, las iglesias evangélicas han experimentado un crecimiento espectacular y han contribuido al triunfo de Bolsonaro, presidente que, para abundar más en el tema, tiene como consejero a un autodenominado filósofo new age

Por otra parte, cuando parecía que había un consenso generalizado sobre que la ciencia nos aportaba ciertas certezas, han surgido grupos terraplanistas que se enorgullecen de lo que ellos consideran escepticismo y actitud crítica ante la vida. Por eso, tanto la creencia como la duda son fenómenos relacionados con el ser humano que han existido siempre y que existirán, aunque su manifestación en los diferentes momentos históricos nos pueda resultar más o menos novedosa.

Todas las historias se dieron en el contexto del siglo XX ¿Qué ha cambiado para que ahora no pudieran suceder o al menos no de la misma manera?

He de reconocer que he jugado con la ventaja que aporta el poder ver el siglo XX con perspectiva, cosa que, por ahora, no es posible hacer con el XXI. Aunque comparando un siglo con otro el XX sale, en mi opinión, ganando en términos de interés y atractivo, Historias raras del siglo XX no es un libro nostálgico que pretenda transmitir la idea de que el siglo pasado fue maravilloso. Entre otras cosas, porque es un periodo en el que hubo dos guerras mundiales, un Holocausto, una guerra civil en España, dos bombas atómicas, conflictos en Vietnam y Corea, colonialismo, racismo, hambrunas, dictaduras en el Cono Sur.

Sin obviar todo esto, es cierto que el siglo XX tiene para mí un componente emocional por el mero hecho de haber pasado en él buena parte de mi vida, especialmente la infancia y la adolescencia. Eso no quita que tenga esperanza en que el siglo XXI nos dé personajes tan maravillosos como los que se recogen en el libro. El problema tal vez radique en que ahora los fenómenos, aunque son compartidos por más gente independientemente del lugar del mundo en el que residan, también son más efímeros y, por tanto, menos memorables. 

A lo largo de mi vida he visto infinidad de veces — y como yo millones de personas— las imágenes de Zapruder sobre el asesinato de Kennedy o la de la Eddie Adams en la que un militar survietnamita ejecuta a un prisionero a plena luz del día en mitad de una calle de Saigón. ¿Veremos tantas veces las imágenes del asalto al capitolio con las pieles de búfalo? ¿Y las del 11-S? ¿Habrá imágenes icónicas de la pandemia más allá de millones de selfies con mascarilla? Es en cuestiones como esas, en la persistencia o no de las imágenes sobre acontecimientos históricos, en las que tal vez radique la diferencia entre el siglo XX y el XXI en este momento.

¿Qué historia ha quedado fuera del libro pero le hubiese gustado incluir o contar?

A la hora de hacer el libro se barajaron un centenar largo de textos de los cuales se han incluido finalmente treinta y dos, lo que ha hecho que se queden fuera la huída de Ruz Materos a Alemania, la relación entre Joan Vollmer y William S. Burroughs, la historia del LSD, la familia Agnelli, Pat Nixon, el modisto Larry LeGaspi, Carlos Edmundo de Ory, Casa Susanna, la visita de Allen Ginsberg a Madrid. En todo caso, la selección realizada por Íñigo Lomana y Santiago Gerchunoff es perfecta. De hecho, yo no hubiera sido capaz de sacar, de tal cantidad de artículos, un volumen con un mínimo sentido.