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“Museos para la igualdad”, afirmaba el lema del pasado Día Internacional de los Museos, un evento al que el Prado decidió unirse para celebrar la diversidad. Pero no hizo demasiada autocrítica de uno de sus mayores problemas: la exclusión de la mujer. “Se conservan pocas obras de mujeres, debido en parte al origen de sus colecciones o a los criterios de adquisiciones en el pasado”, explican en la ilustración interactiva creada para la ocasión. Aún así, el déficit no solo es consecuencia de un criterio sesgado en el pasado, también en el presente.
Tan solo 11 obras de las más de 1.700 expuestas en la colección permanente son de mujeres, una disparidad que no parece tener una pronta solución: en la última década solo se han comprado tres cuadros de autoras. Algunos de estos lienzos ni siquiera se exponen, sino que acaban en el almacén pasando tan inadvertidos como la persona que los pintó.
Para denunciar esta situación nace el libro Las invisibles (Capitán Swing), una investigación del periodista e historiador del arte Peio H. Riaño que pretende dar respuesta a una pregunta: ¿Por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres? “Al Prado las mujeres no les interesa nada más que para blanquear su imagen machista con exposiciones temporales. Son muy importantes y hay que reconocer que están esforzándose en eso, pero también evitan centrarse en lo realmente importante: la reconstrucción narrativa del museo”, denuncia el escritor en una entrevista con eldiario.es.
Percatarse de la ausencia puede no ser tan fácil como hacerlo de la presencia, pero Riaño cuenta que fue precisamente lo que sintió en 2016 cuando vio una nota de prensa del Ministerio de Cultura sobre la aprobación de los fondos museográficos estatales. En ella aparecía la cúpula del arte español: seis cargos públicos y ninguna mujer. “Vi el patriarcado en vivo y en directo. Era la absoluta columna vertebral del patriarcado que actuablemente no se ha movido”, apunta el autor. Quienes toman las decisiones son ellos. Y ocurre así a pesar de que la mayoría de visitantes en España son mujeres (52,6%) o de que las trabajadoras, tanto en el Reina Sofía como en el Prado, también representen la porción más grande.
Esto provoca que se den casos como el de la biografía de Giulia Lama (1681-1747) escrita por Manuela Mena, donde se catalogaba a la artista como alguien “de personalidad esquiva y retirada, fea de rostro”. Según señala el museo en su cuenta oficial de Twitter, la dirección modificó el texto el pasado 25 de noviembre de 2019, pero la petición para su cambio estaba hecha desde 2014. Aun así, este no es el único campo a revisar.
Sirve de ejemplo la obra Las hijas del Cid, las cuales, según su cartela, están amarradas a un árbol donde “tras ser mancilladas fueron abandonadas por sus esposos”. También Diana y sus ninfas sorprendidas por sátiros, uno de los tres raptos de Rubens que contiene el museo. “Es vergonzoso que a dos mujeres que han sido maltratadas y violadas por sus maridos se diga que 'han sido mancilladas'. Me parece demencial que se siga manteniendo un título de una obra desde hace 200 años que dice que unas mujeres son 'sorprendidas' por unos violadores. No, están siendo violadas. Esto ya era inconcebible hace 10 años, pero hoy es humillante”, señala el historiador.
La situación se agrava al tener en cuenta que los títulos de muchos cuadros no están definidos por el autor, ni siquiera por un comité de expertos, sino por una persona con suficiente poder para, por ejemplo, cambiar el del cuadro más importante de Diego Velázquez: La familia de Felipe IV, ahora conocido como Las Meninas. Se trata de Pedro de Madrazo (1816 – 1898), que recibió de su padre, el director del Museo del Prado, el encargo de alterar el catálogo sin atender a ningún criterio más que al propio.
También modificó el único cuadro de Rembrandt de la pinacoteca nacional: Judit en el banquete de Holofernes. Pedro de Madrazo lo llamó Artemisa, y pasó de ser la historia de una mujer que logró liberar a miles de judíos, ejemplo de la soberanía femenina, a una viuda sometida que decide beberse las cenizas de su marido para morir por él. “Ese título por supuesto no era el original como no los son la gran mayoría de los que cuelgan en las salas. Sin ningún pudor científico se alteran y todavía hoy estamos alabando este legado. No podemos seguir mirando con estos ojos, y es lo que el Museo del Prado está haciendo”, critica Riaño.
El concepto de “genialidad” es uno de los utilizados para justificar la disparidad a la hora de exhibir las muestras. Según este, solo los autores más talentosos tendrían el honor de colgar sus obras en los museos más importantes, ya que a partir de ellos se establece el canon artístico.
Sin embargo, historiadoras como Linda Nochlin y Griselda Pollock ya denunciaban hace cuatro décadas que la historia del arte debería sustituir la importancia de la materia (la pincelada) por la del materialismo (las condiciones sociopolíticas de una obra). “Cuando incorporas el materialismo al relato, lo que emerge es la desigualdad, los privilegios y la incapacidad de una mitad de la población para acceder a una formación o un oficio por una simple cuestión biológica. La genialidad entonces solo puede ser de ellos. El canon es un concepto estructurado a partir del genio que lo único que hace es legitimar la opresión de la mujer y justificar que el hombre es el único que puede serlo”, sostiene el periodista.
De hecho, en esa dirección apunta una de las citas que abre el libro: “Apenas pueden los hombres formarse una idea de lo difícil que es para una mujer adquirir cultura autodidacta y llenar los claros de su educación”, de Emilia Pardo Bazán.
Entonces, si el museo se comprometiera con un proyecto de igualdad, ¿qué habría que cambiar exactamente? Para Riaño, “el encabezamiento de ese plan debería ser la reconstitución de la mujer en el Prado a todos los niveles y en todas las dimensiones”, algo que debería abarcar desde las diferentes áreas (como la científica o la educativa) hasta exposiciones, folletos e incluso audioguías. También la inversión en cuadros de pintoras, ya que, según el historiador, “probablemente se gastaron más en la lona que pusieron para el 8M que en obras de mujeres”.
Pero la solución no pasa por quitar trabajos de hombres que se encuentren presentes en la pinacoteca. Como el autor resalta al comienzo del libro, “nadie encontrará aquí una defensa de la censura ni leer la propuesta de retirada de los cuadros que han contribuido a perpetuar las condiciones de privilegio de ellos y la exclusión de ellas”. Se opta entonces por reconocer la herencia machista y darle una nueva lectura, pero no por borrarla.
Curiosamente una de las grandes exposiciones en camino es la de Invitadas, cuya apertura se ha pospuesto debido a la crisis del coronavirus. “Gracias al compromiso de una parte de los conservadores del museo el relato se está corrigiendo levemente, y una figura clave en todo esto es Carlos González Navarro, responsable de la muestra que viene. El museo tiene mucho miedo con esa exposición porque es un primer paso para la repolitización, ya que cuestiona la ideología política con la que está construido desde hace 200 años. Esa exposición defiende otra: una muestra en la que se incluye a las mujeres y son legitimadas por la institución tras ser ignoradas”, destaca el autor. El matiz de esta exhibición temporal, sin embargo, contrastará con el de una sala principal y hasta ahora inamovible: la de las musas.
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