Elogiado por la crítica, aclamado por los lectores y galardonado con muchos premios, Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) nunca creyó en el falso dilema entre alta cultura y literatura popular. Desde que irrumpiera con mucha fuerza en el panorama literario hace un par de décadas con la sorprendente Soldados de Salamina, este escritor extremeño de nacimiento pero residente en Cataluña desde niño, no ha dejado de convertir sus libros en éxitos editoriales. Todo ello desde la innovación y la búsqueda de nuevos caminos con obras como Anatomía de un instante o El monarca de las sombras. Con Terra Alta, que ganó el Planeta en 2019, Javier Cercas inició una trilogía con un policía como protagonista que ahora concluye con El castillo de Barbazul (Tusquets). “Existe la falsa superstición de que la buena literatura tiene que ser minoritaria”, señala en una entrevista con elDiario.es.
Su trilogía en torno al policía Melchor Marín utiliza el género policiaco que algunos consideran un género menor. ¿Qué opina de esas apreciaciones?
No hay géneros mayores o menores, sino buena o mala literatura. Así de claro. De todos modos, entre las élites literarias existe esa falsa superstición de que la buena literatura tiene que ser minoritaria y de catacumbas, al tiempo que consideran que la literatura popular es de segunda categoría. Desde Cervantes y Shakespeare a Victor Hugo pasando por Lope de Vega, Dickens o Balzac, muchos escritores geniales firmaron literatura popular muy seguida por los lectores en sus respectivas épocas. La literatura debe salir de las catacumbas porque si pierde la conexión con lo popular, está perdida. En definitiva, asociar la calidad con lo minoritario solo obedece al papanatismo y el esnobismo. En cualquier caso, todas mis novelas son policiacas en el fondo porque siempre aparece un enigma que alguien quiere descifrar.
Después de arremeter contra la corrupción económica en Terra Alta y contra las inmoralidades de la política en Independencia, en El castillo de Barbazul traslada la acción de Cataluña a Mallorca y pone el foco en la explotación sexual de las mujeres. ¿A qué se debe?
La desaparición de la hija del ex mosso d´esquadra y protagonista de la trilogía, Melchor Marín, durante unas vacaciones en la localidad mallorquina de Pollença, se convierte en el detonante de esta trama. Resulta cierto que un depredador sexual con poder, como mi ficticio Rafael Mattson, es un personaje que puede darse en cualquier lugar. Pero Mallorca reúne muchos ingredientes para ambientar una historia de estas características. No cabe olvidar que la corrupción aparece como un hecho cotidiano en Mallorca donde conviven una sociedad muy conservadora y tradicional con algunas de las gentes más ricas del mundo. Esos multimillonarios poseen unas mansiones de un lujo increíble como, por ejemplo, algunas en la península de Formentor, al norte de la isla, donde centro la acción de la novela. Yo conocía poco Mallorca y para escribir El castillo de Barbazul me vi obligado a una auténtica inmersión en la realidad mallorquina para lo que conté con la ayuda inestimable del gestor cultural Biel March que pasó a ser un personaje más de esta novela situada en un futuro cercano del año 2035.
Tengo que decir que yo comparto alguno de los lados oscuros del policía justiciero Melchor Marín, como la furia o el deseo de venganza
El protagonista de su trilogía, Melchor Marín, es un policía justiciero y singular, inspirado en el héroe anónimo que abatió a terroristas yihadistas en Cambrils tras los atentados en Cataluña del verano de 2017. ¿Qué le atrajo de ese personaje?
Cuando comencé a pensar y escribir Terra Alta no había decidido que el protagonista de la novela fuera un policía, pero el dolor del personaje por la muerte de su madre, una prostituta asesinada, o su deseo de justicia me abocaron a que fuera un mosso d´esquadra. Tengo que decir que yo comparto alguno de los lados oscuros del policía justiciero Melchor Marín, como la furia o el deseo de venganza. Sin embargo, no participo de sus virtudes principales como el coraje o el carisma. Decía Churchill que la valentía constituye la virtud esencial porque hace posibles todas las demás. De este modo, se puede ser muy buena persona pero no tener coraje. Por otro lado, el carisma aparece como un don que tienen algunos para aglutinar y liderar a una comunidad. En El castillo de Barbazul destaco también la fuerza de la amistad como un ejemplo de lealtad y de compromiso con las causas justas.
El pasado reciente de España, desde la Guerra Civil a la Transición, está muy presente en sus novelas. ¿Le interesa de modo especial la Historia como trasfondo?
Me interesa mucho el pasado, pero siempre en la medida en que forma parte del presente. Todos mis libros están definidos por un viaje de búsqueda hasta que llegué a El monarca de las sombras persiguiendo la figura de mi tío abuelo Manuel Mena muerto en la batalla del Ebro. Pero, tras publicar esa novela, me di cuenta de que suponía el final de algo, que había terminado una etapa en mi carrera en la que, entre otras cosas, había desarrollado la autoficción cuando no lo hacía casi nadie. De esta forma, con la trilogía de las novelas de Terra Alta han surgido temas nuevos como los abusos de poder o las relaciones entre padres e hijos. En definitiva, creo que un escritor no debe caer nunca en ser un imitador de sí mismo.
A propósito de las relaciones entre padres e hijos, en El castillo de Barbazul usted plantea un conflicto entre las generaciones.
Cuando acabé de escribir Terra Alta, pensé que una próxima novela tenía que centrarla en la desaparición de la hija de Melchor Marín, Cosette, que lleva ese nombre como un homenaje al personaje de Los miserables. En El castillo de Barbazul dejo un final abierto con Cosette y es muy probable que escriba una cuarta entrega de la serie de Terra Alta. Por otra parte, las relaciones entre padres e hijos siempre resultan trágicas como señala en la novela Rosa Adell, la pareja de Melchor Marín. De hecho, unos y otros se pelean en conflictos en los que todos tienen razón: los hijos en su deseo de emancipación y de libertad y los padres en su tendencia a la protección.
Me interesa mucho el pasado, pero siempre en la medida en que forma parte del presente
Usted es un gran aficionado al cine y recientemente ha visto adaptada su novela Las leyes de la frontera en una película de Daniel Monzón. Esta adaptación para la pantalla se une a las de Soldados de Salamina, con David Trueba como director, y El móvil, de Manuel Martín Cuenca. ¿Qué relación ha tenido con esas adaptaciones?
Siempre me he mantenido al margen en estas adaptaciones al cine o en alguna que se ha llevado al teatro. Creo que son lenguajes y manifestaciones muy diferentes. Además, defiendo firmemente que la mitad de una novela la escribe el autor, pero la otra mitad pertenece al lector. Al fin y al cabo, una novela no deja de ser una partitura que cada cual interpreta a su manera.
Esta trilogía de novelas está recorrida por un hilo conductor de crítica a los poderosos y al sistema en general.
Quiero distinguir entre el ciudadano y el escritor. Así las cosas, como ciudadano opino que, hoy más que nunca, hay que defender los valores de la democracia. Ahora bien, como escritor me puedo permitir ejercer de antisistema y criticar con furia al poder, venga de donde venga. Además, el oficio de novelista incluye meterse en líos y pisar charcos.