Julia Viejo, escritora: “Al crecer, te das cuenta de que los padres son personas”

Carmen López

7 de marzo de 2024 22:21 h

0

La familia de Vera es muy de morirse en verano. El último fue su abuelo y, por lógica, el siguiente sería su padre, que cuando piensa en esa supuesta maldición hereditaria ladea la cabeza y hace un ruido con la lengua. Este es el dato biográfico con el que se presenta la protagonista de Mala estrella, la novela de Julia Viejo que acaba de publicar Blackie Books. No es la primera obra que firma, ya que ha participado en las antologías Gabinete de la posibilidad (Ediciones Comisura, 2023) y Cuadernos de Medusa (Amor de Madre, 2018). Además en 2022, la misma editorial del perrito sacó su colección de cuentos En la celda había una luciérnaga, que recibió una alabanza de Luis Landero muy pintona para la faja de su nuevo libro.

De Vera se pueden destacar muchas cosas, pero hay un rasgo clave para explicar su personalidad: tiene 13 años. Ya no es una niña pero tampoco ha entrado del todo en la adolescencia, se encuentra en una edad pantanosa en la que todo es complicado. Como le dice Cecilia Lisbon, la más pequeña de Las vírgenes suicidas, a su médico cuando le pregunta por qué ha intentado suicidarse: “Obviamente, doctor, usted nunca ha sido una chica de 13 años”. Hubo tantas mujeres que se sintieron interpeladas por esa frase, que el fotograma de la película de Sofia Coppola –adaptación de la novela de Jeffrey Eugenides– ya es un recurso gráfico clásico en las redes.

“Es una edad sin nombre. Creo que eso fomenta mucho el desarraigo, la falta de identidad y la búsqueda de ella”, dice Julia Viejo a elDiario.es. “Entras en un terreno de mucho sufrimiento que no entiendes y en el que todavía no tienes herramientas para manejar. Además, el cuerpo se empieza a desarrollar y eres muy consciente de la mirada masculina. Todo eso te hace vivir en un estado de desasosiego permanente y eso es muy literario”, sostiene.

La trama de la novela se desarrolla en un pueblo pequeño de España dedicado en gran parte a la producción de vino, el negocio con el que se hizo rico el abuelo de la protagonista y del que ahora se ocupa su padre. Pero hay problemas: su abuelo fue un cacique, su progenitor destruye papeles incriminatorios y además, su madre está interna en un convento de la localidad. Esa institución, gestionada por monjas reposteras, acoge a personas con problemas de salud mental, pero Vera no lo llama sanatorio ni psiquiátrico sino ‘El colegio’. Su padre no la deja entrar con él cuando van de visita, así que solo habla con los internos que pueden salir a la zona donde espera y con quienes van a verlos.

En esa parte de la novela está muy presente la influencia de Elena Fortún y su famoso personaje Celia (de hecho, una de las citas del inicio del libro es de ella). Se manifiesta en su capacidad para contar mentiras con las que explicar la realidad, en su incomprensión por las acciones de los adultos y, por supuesto, en las monjas de su internado. De hecho, se sirvió de sus descripciones para crear a los personajes de las religiosas porque ella no ha estado cerca de una jamás aunque, curiosamente, Fortún tampoco. “Me enteré hace poco. Así que estamos todas basándonos en una idea de las monjas que realmente es ficticia. Pero bueno, no me importa porque para el imaginario sirve”, sostiene Viejo.

Julia Viejo afirma que Celia fue la primera niña fantasiosa que descubrió en la ficción: “Gracias a que mis padres me grabaron toda la serie cuando yo todavía no tenía uso de razón”. Se refiere a la adaptación de los libros de Fortún que hicieron Carmen Martín Gaite y José Luis Borau para La 1 de Televisión Española en 1993 y que recuperó con éxito a ese personaje que había hecho las delicias de los lectores más pequeños a principios de los años 30 de ese siglo. Ella es una niña bien de padres ausentes, que la quieren mucho pero se dedican a viajar y a hacer sus cosas sin ella, como las reuniones del Lyceum Club Femenino de su madre o los viajes de verano.

Pippi Calzaslargas también se asoma en Mala estrella cuando convierte su casa en un sitio de juegos sin restricciones al que van a visitar los hermanos Carmen y Miguel. “Yo a casi todas estas niñas las he tenido presentes siempre de manera inconsciente”, explica la autora. “No solo me han influido en la ficción sino que yo también he sido niña y también ha querido tirarme por la barandilla y beber vino con 13 años. Pero mi editora me señaló la semejanza y empezó a llamar a ese capítulo Pippi. Y a mí me encantó porque soy fan del personaje y Astrid Lindgren”.

Herencias infectas

Aunque la maldición familiar parezca clara –morirse en verano– según avanza el libro esa certeza se desdibuja y aparece una nueva verdad: la muerte estival no es tan probable como el castigo heredado de los errores de sus antepasados. Vera acaba cargando con las culpas tanto de su abuelo como de su padre porque la gente la mira mal y la odia –tanto los adultos como los jóvenes que hablan de oídas– por algo que ella no ha hecho.

“Esa maldición empieza en el plano mágico pero en realidad simboliza un poco esa herencia envenenada de padres a hijos. Es la manera que Vera tiene de explicarlo”, afirma Viejo. “Además, ella nació el mismo día que murió su abuelo y eso la marcó mucho. Y también representa el propio patriarcado, porque el cacique muere y todos se ven obligados a replicar esa manera de estar en el mundo”, señala. Tanto el padre, que se cree obligado a hacer ciertas cosas aunque no le gusten o como la madre, que supuestamente no encaja en el mundo.

Este último personaje solo se desarrolla en los pensamientos de Vera. Ella sigue necesitando a su progenitora pero, con ese ejercicio de memoria, la empieza a reconocer como mujer fuera de su rol maternal: sociable, disfrutona, con ganas de viajar, que abochornaba a su marido con sus salidas de tono y terminó recluida en la torre de un sanatorio. “En el proceso de crecer, te das cuenta de que los padres son personas, no solo padres. Parece muy obvio y muy natural pero también puede ser doloroso, porque te coloca en una posición más solitaria, más vulnerable. Y todo eso es lo que ella descubre”, comenta la escritora.

El plano mágico que menciona Viejo también se extiende al hombre monja, el amigo imaginario que ayuda a la protagonista a sobrellevar la existencia. No es una joven como ella, aunque le hubiese gustado tener amigas, sino un individuo estrafalario poco probable en la realidad. “Vera vive en un universo muy masculino. Su madre ha desaparecido, no tiene hermanos y lo único que ve es a su padre y el séquito de abogados, políticos y empresarios que tiene a su alrededor”, expresa la escritora. “Al mismo tiempo ella siente muchísima curiosidad por las monjas. Esa combinación de esos dos mundos crea al personaje”.

Al igual que Elena Fortún o Astrid Lindgren aportaron su granito de arena para la construcción de la novela, el poeta Leopoldo María Panero –que también aparece en las citas iniciales– sirvió de inspiración original para esa figura. “Fue un poeta genial que estuvo toda su vida ingresado en sanatorios psiquiátricos. Tenía una ternura que contrastaba mucho con su aspecto físico y con su manera de hablar, que daban un poco de miedo. Me sirvió para sacar a la protagonista de su propia cabeza y para dar al libro esa dimensión poética”, explica.

Con las palabras de otras

Además de la novela, los relatos y los artículos en medios literarios, Julia Viejo también ha desarrollado otras labores en el sector de la literatura pero con las palabras de otras. Por ejemplo, se encargó de la antología de poemas de Gloria Fuertes Lo que pasa es que te quiero (Blackie Books, 2023) y ha traducido Cometa rojo: Arte incandescente y vida fugaz de Sylvia Plath de Heather Clark (Bamba Editorial, 2023).

Para ella, trabajar con el material de otro “es un placer porque te resta responsabilidad respecto a lo que firmas como autora”. “Es mucho más relajado y también aprendes mucho, cuando profundizas en un autor, sobre los resortes de la escritura, los resortes lingüísticos”, añade. “Cuando edité a Gloria Fuertes tuve que seleccionar sus poemas, ordenarlos y profundizar en su significado. Así sales de ti misma y eso enriquece también tu propia obra”, aclara.

La trayectoria de Julia Viejo también ha transitado por el teatro, una disciplina que practicó durante mucho tiempo y que también ha influido mucho su escritura. “Primero en el gusto por la oralidad y los diálogos, que están muy presentes en mis relatos y en la novela”, afirma. “Además, yo he hecho mucho teatro de improvisación y ahí hay que tirar para adelante pase lo que pase, ponerte en la piel de un personaje, naturalizar sus reacciones e ir con ellas hasta el final sin saber a dónde te diriges. Y yo creo que la creación literaria es un poco así, un camino sin rumbo en el que haces descubrimientos increíbles”, concluye.