No eran Bret Easton Ellis ni Douglas Coupland, pero durante los noventa también ocuparon las portadas de los suplementos literarios, las revistas de música y las editoriales de moda. Y llevaban las mismas chupas de cuero. Eran los escritores españoles de la llamada Generación X: José Ángel Mañas, Ray Loriga, Lucía Etxebarría, Paula Izquierdo, Juana Salabert, Pedro Maestre y Pablo González Cuesta. Ganaron premios, lectores y también mucho dinero. Tenían poco más de veinte años, escribían sobre la noche, las drogas, el sexo, el alcohol y la música, y fueron un icono con su propia película fundacional. Historias del Kronen, dirigida por Montxo Armendáriz, basada en la novela de Mañas.
La cinta cumple hoy veinte años. Dos décadas que dan para reflexionar sobre lo que ocurrió con aquellos escritores que llegaron para comerse el mundo y, sobre todo, hacer una crónica literaria de lo que supusieron aquellos años en los que ya hacía tiempo que se había terminado la Movida madrileña, los cantautores protesta estaban de capa caída y no existían las grandes luchas, ni tampoco Internet. José María Aznar estaba a punto de llegar a la presidencia del Gobierno y el futuro estaba asegurado después de la Universidad.
El profesor de Comunicación Audiovisual y Sociología Luis Mancha, que generacionalmente está cerca de aquel grupo de escritores, publicó en 2006 el ensayo Generación Kronen. Un estudio antropológico del mundo literario en la España contemporánea. En él ya abordaba el fulgor del fenómeno y su posterior caída. Sin embargo, ahora ha querido ir un paso más allá con el documental Generación Kronen para saber qué ocurrió realmente aquellos años y cómo ha tratado la vida a todos aquellos autores que disfrutaron de las mieles de los cócteles literarios y que se convirtieron prácticamente en estrellas del rock.
Nunca hubo una Generación X
El hilo conductor del documental es José Ángel Mañas, que fue quien más espoleó al director para que lo llevara a cabo. El escritor, un hombre canoso, con el rostro curtido y que en nada recuerda al tipo que fue finalista del Nadal, pasea junto a Mancha por las calles de los barrios de Malasaña y Chueca y recuerda algunos de los garitos de entonces, hoy bares de estética gay o restaurantes de diseño. Hace una mueca ante el que era uno de sus bares favoritos y que hoy está cubierto de pósters de hombres rellenos de anabolizantes. También hace un gesto de resignación mientras toma una cerveza en el que fue el verdadero bar Kronen, en el barrio de Salamanca, hoy convertido en una franquicia de restaurantes de comida japonesa.
Hay entrevistas con Ray Loriga, Luis Magrinyà, Nicolás Casariego, Paula Izquierdo, Marta Sanz, Benjamín Prado y hasta Juan Manuel de Prada. Hay cierto punto de nostalgia en todos ellos aunque no es ni mucho menos lastimera. Se recuerda el artificio y lo que supuso de repente tener varios millones de pesetas sobre la mesa con los anticipos. Se podía llegar a ganar lo que hoy serían 25.000 euros, como revela Juana Salabert. Eso sí, en lo que todos coinciden es que nunca hubo un grupo literario. Algunos ni siquiera llegaron a conocerse en aquella época, pese a que otros muchos sí frecuentaron La guillotina, bar que habían abierto en Malasaña los hermanos Martín y Nicolás Casariego.
La cinta cuenta con las aportaciones de varios editores y críticos que tuvieron mucha culpa de este boom: Constantino Bértolo, que fue el descubridor de Loriga, y que hoy ya disfruta de la jubilación, Pote Huerta, editor entonces de Lengua de Trapo, el sello que publicó la famosa antología Páginas Amarillas en la que estaban todos aquellos escritores, y el crítico Sabas Martín, que provocó la famosa guerra entre los autores que se consideraban ‘literarios’ y aquellas que sólo eran una chupa de cuero.
Excepto Bértolo, que ya estaba curtido en lides literarias, Huerta y Martín reconocen que aquello les pilló de nuevas, que trataron de dar voz a lo que rechazaban las grandes editoriales de entonces, pero que después todo se diluyó. Como apostilla Huerta, “te das cuenta de que hay escritores que hay dar de comer aparte y de ciertas prácticas aberrantes de la industria editorial”. Y él decidió poner tierra de por medio. Ahora vive en Jávea, alejado del mundillo y como define Luis Mancha “con un aspecto de El Big Lebowski, muy distinto al de aquellos años”.
El mercado se comió la gallina de los huevos de oro. Allí no sólo estaban las editoriales sino también los medios de comunicación. “La juventud y la escritura encajaban perfectamente dentro de la ”agenda setting“ de los medios de comunicación de aquellos años”, afirma Mancha.
Ausencias notables y sorprendentes presencias
Hay también ausencias notables como la de Lucía Etxebarria, pese a las llamadas insistentes de Luis Mancha que se pueden ver en el documental. “No quiso participar. Me dijo que yo no tenía ni idea de lo que fueron los noventa”, comenta el director. Sin embargo, hay apariciones sorprendentes, como la de los escritores Pedro Maestre y Pablo González Cuesta, dos de aquellos nombres fulgurantes y espumosos, que igual que un día subieron al estrellato, al año siguiente estaban fuera del circuito. Y provoca cierta desolación comprobar de qué manera el champán se acabó.
La conclusión del documental es muy provocadora. Salvo grandes excepciones, como la de Marta Sanz, reciente premio Herralde de novela con Farándula, se habla incluso de una generación muerta. Un adjetivo contundente, porque como dice Luis Mancha, certero, no hubo una consagración como sucedió con los escritores de los ochenta. El interrogante es obvio: “Los años 90 en España están desdibujados en la memoria colectiva. Mientras los 80 se han ensalzado a veces hasta la saciedad, especialmente la llamada ”movida madrileña“, los 90 aparecen en una especie de nube borrosa e informe. En el caso de la literatura, hay escritores de los 80 reconocidos incluso más allá de las fronteras del universo literario, por ejemplo, Antonio Muñoz Molina o Javier Marías; sin embargo, los que entraron en los 90 difícilmente son reconocidos por el público”, responde Mancha.
Los bares de Malasaña cerraron. Y algunos de aquellos escritores, también. Un repaso a lo que son hoy aquellas estrellas del rock literario.
José Ángel Mañas (Madrid, 1971): En 1994 fue finalista del Premio Nadal con Historias del Kronen y de la noche a la mañana se convirtió en la gran esperanza de la literatura española. Grandes ventas, éxito entre la crítica y hasta película basada en esta novela sobre jóvenes de clase media, cuyo único objetivo existencial era salir, ponerse hasta las cejas y divertirse. Realismo sucio –que no turbio ni mucho menos lumpen- en la España noventera. Le siguieron Mensaka, Ciudad rayada y Sonko 95, de corte similar. Después se alejó de todo aquello. Publicó El caso Karen en 2005 en el que saldaba cuentas con la industria editorial. También se olvidaron las noches y el centro de Madrid. Escribió una novela histórica, El secreto del oráculo, y aunque hizo una incursión en el neorrealismo con La pella, probó otros géneros como el de la novela negra con Sospecha. Recientemente ha vuelto a la temática histórica con El siglo de Águila roja, a partir de la famosa serie de televisión. Vive fuera de Madrid, madruga, hace vida de padre de familia y escribe también para periódicos.
Ray Loriga (Madrid, 1967): En realidad, él fue el primero con Lo peor de todo, publicada en 1992. Pronto le etiquetaron con la X, aunque se sigue mostrando escéptico con el cartel. Sus novelas siguientes, Héroes, Días extraños y Caídos del cielo y su matrimonio con la bella Cristina Rosenvigne apuntalaron el mito. Pasaron los años, dirigió películas, siguió escribiendo y es de los que menos ha renegado de aquella estética: se mantienen la chupa de cuero, las impenitentes gafas de sol, los martinis. Publicó su último libro, Zaza, el emperador de Ibiza, hace un año.
Lucía Etxebarría (Valencia, 1966): Se subió al carro generacional en 1997 con Amor, curiosidad, prozac y dudas y, sobre todo, con Beatriz y los cuerpos celestes, con la que ganó el Nadal. Fue la estrella literaria del momento con Premio Primavera y Planeta incluidos. Después llegarían las acusaciones de plagio, las polémicas en platós de televisión, su huida de la literatura por la piratería, según ella, y finalmente hasta los realities televisivos como Campamento de verano y las apariciones en Sálvame Deluxe.
Luis Magrinyà (Palma de Mallorca, 1960): Ganó el premio Herralde en el 2000 con Los dos Luises aunque ya se conocía su trayectoria con sus libros de cuentos Los áreos y Belinda y el monstruo. Apareció en la antología de Páginas Amarillas y fue considerado uno de los autores más interesantes de aquella generación. Desde entonces ha publicado otras dos novelas y varios ensayos y en la actualidad es editor de Alba.
Pedro Maestre (Elda, Alicante, 1967): Iba a ser el gran sucesor de Mañas cuando ganó el Nadal en 1996 con sólo 28 años. Su novela Matando dinosaurios con tirachinas se convirtió en un éxito, y como relata el propio Maestre en el documental empezó una vida de autodestrucción con mucha noche y drogas que le puso fin un accidente en Malasaña en el que acabó con un fémur roto. Desde entonces se retiró al pueblo de Petrer donde continúa escribiendo cuentos. Afirma que “sobrevive” gracias a los premios literarios que recibe por sus relatos.
Pablo González Cuesta (Sevilla, 1968): Consiguió varios premios a finales de los noventa, como el de la Prensa Canaria por La pasión de octubre. Gracias a ello consiguió un contrato con Planeta y hasta la misma agente literaria que entonces llevaba a Espido Freire (quien acabaría ganando el Planeta en el año 1999 con sólo 25 años). Sin embargo, sólo llegaría a publicar una novela con el sello de Lara. Se retiró a Chile, a una pequeña comunidad en mitad de un bosque, donde vive en la actualidad.
Marta Sanz (Madrid, 1967): A mediados de los noventa llamó la atención de la crítica con El frío y Lenguas muertas. Desde entonces su carrera, lejos de pararse, ha ido hacia arriba. Pasada aquella década consiguió ser finalista del Nadal en 2006 con Susana y los Viejos. Más tarde fichó por Anagrama y este último año ha conseguido el Herralde con Farándula. Es uno de los nombres más asentados en la actualidad de aquello que se conocería como Generación X