“Miro mis ojos, mi boca, las primeras arrugas en mi frente, y me pregunto si el cansancio es una etapa y si algún día, en el futuro, recuperaré la cara que solía tener”. Estela es una trabajadora del hogar que dedica prácticamente sus 24 horas a atender todas las labores de una familia 'ideal' adinerada chilena. También es la protagonista de Limpia (Lumen), la afilada novela en la que Alia Trabucco Zerán entrega su voz a una mujer a la que rara vez se ha detenido a escuchar el arte y, mucho menos, la sociedad. Y que, sin embargo, sufre las mismas consecuencias del neoliberalismo, el descontento y la fatiga imperante en la actualidad.
“Hay una relación perversa con el cansancio que debemos pensar críticamente”, advierte la escritora a este periódico, “normalizamos ese agotamiento y la explotación. Los incorporamos como si fueran sinónimo de felicidad. Es importante intentar reflexionar sobre ello para sobrevivir como seres humanos. Si no estás produciendo todo el tiempo, es que hay algo malo en ti. Lo explotamos todo, a nosotros mismos, a la naturaleza... Es un vínculo que tenemos muy presente día a día”.
Estela toma la primera persona y apela constantemente a quien lee sus palabras cuestionando, en cierto modo atacando y, ante todo, incomodando. “La palabra incomodidad es orientadora para mi en la escritura. Me interesa explorar los lugares que lo son”, declara la autora, “si cuando leo un libro, lo cierro y me quedo con una sensación de mucha tranquilidad y serenidad, me parece sospechoso”.
“La literatura tiene el poder de meterse en las zonas grises, incluso de grises morales, que los tiempos a veces no están permitiendo y que es relevante examinar porque ahí es donde nace el pensamiento. Tú misma te preguntas: ¿Por qué estoy incómoda si la narradora es una trabajadora de casa particular? ¿Es que soy clasista, racista? ¿Cómo me vincularía con un personaje como Estela? Hoy en día eludimos mucho políticamente la incomodidad”.
Trabucco tuvo claro desde el comienzo que la trabajadora del hogar sería quien tomara la voz. “Reflexionamos poco en alto y es necesario cuestionar quiénes tienen y han tenido derecho a alzar la voz; y quiénes no. Y qué ocurre cuando ciertos sujetos que han estado habituados a estar silenciados alzan la voz”, sostiene, “pasa mucho con las mujeres y nuestro vínculo con la rabia. Cuando la verbalizamos, hay muchas estrategias sociales para silenciarnos”.
La representación en las artes, independiente de su formato, es igualmente clave. “La imagen que tenemos de según qué oficio y clase se hace también a través de las producciones culturales”, indica, “la construyen la literatura, los medios de comunicación, las películas. Históricamente ha habido una manera de construir a estos sujetos populares, impregnada de clasismo y racismo. Suelen aparecer como personajes cuyo campo afectivo se limita a la sumisión y el cariño”. “Quise intentar una representación transgresora y diferente de una trabajadora de casa particular abordando con intensidad su voz y sus silencios. Pensar en ellos me ayudó porque suponía ver el silenciamiento al que han sido sujetas”, recuerda sobre el proceso de escritura.
Precarización, falsa libertad y pastillas
Estela describe en las páginas de Limpia sus condiciones laborales, su relación desigual con los patrones de la casa y advierte de el primer capítulo que la niña de la casa, ha muerto. “Me imagino que a estas alturas se preguntarán por qué me quedé. Es una buena pregunta, una de esas importantes. Estás triste. Eres feliz. Mi respuesta es la siguiente: por qué se quedan ustedes en sus trabajos, en sus minúsculas oficinas, en las fábricas, en las tiendas, al otro lado de esa pared”, escribe.
“Trabajamos por supervivencia”, reconoce Trabucco, que indica que incluyó este juicio por parte de la protagonista para responder a “la especie de mitología liberal que hay de que cada uno es libre de hacer lo que desee. Es una libertad completamente falsa, no somos libres de elegir nuestros trabajo. Hay muchos sujetos con condiciones completamente precarizadas, y es una pregunta sumamente injusta porque asumen una libertad que es mentira”. “Vivimos en un tiempo donde la precarización es la norma”, asegura, “¿quién tiene un horario razonable, un salario apropiado y la vida resuelta? Una minoría absoluta. Y no solamente en América Latina, en Europa es igual”.
Los jefes de Estela beben a hurtadillas, ella incluso tiene hogazas de pan y queso escondidas para compensar el hambre que le genera comer únicamente ensaladas. “Está sometida a muchas presiones”, describe Trabucco. También se automedica. “Se están consumiendo antidepresivos y ansiolíticos más masivamente y es algo que se ha normalizado. En lugar de, como sociedad, atender a las causas de la ansiedad; atendemos a sus efectos con unas pastillas que son una manera de evadir las causas de los problemas”.
En lugar de atender a las causas de la ansiedad, atendemos a sus efectos con unas pastillas que son una manera de evadir las causas de los problemas
Cambiar el relato sobre la infancia
La pequeña de la familia, Julia, es una niña infeliz y su manera de relacionarse con el mundo está estrechamente ligada a la violencia. Llega hasta a engañar a Estela mientras juegan metiéndole un puñado de barro del jardín en su boca. “Hay una mitología en torno a la infancia como lugar de pureza e inocencia como si los niños y niñas no estuvieran insertos en el mismo modelo de exigencia, productividad, perfección y ansiedad”, apunta la escritora chilena. “Es necesario que desde la literatura se piense en la infancia más allá del mandato de la inocencia”, valora.
Hay una mitología en torno a la infancia como lugar de pureza e inocencia como si los niños y niñas no estuvieran insertos en el mismo modelo de exigencia, productividad, perfección y ansiedad
“Todos estamos atravesados por el neoliberalismo, esta etapa también”, opina, “Julia es una niña tremendamente ansiosa. No es tan inocente. Habita un lugar de infelicidad que es palpable. Se muerde las uñas hasta hacérselas sangrar. En un determinado momento se niega a comer”.
Su situación es en parte consecuencia de la rígida educación basada en la exigencia a la que la someten sus padres. “Que los niños y las niñas jueguen menos y se eduquen más 'para algo' está muy presente en la actualidad. Una cosa instrumentalizadora para el éxito, para acceder a la mejor universidad y luego ganar muchísimo dinero”, critica Trabucco, “un modelo que desde la infancia va apuntalando al que luego va a ser el sujeto neoliberal”.
Pero la autora no pretende —ni lo hace— juzgar y condenar a los progenitores: “Ellos también forman parte de este modelo supuestamente ideal”. “Todo parece una cáscara, un simulacro”, lamenta, “la niña percibe esa superficialidad”. En conjunto, la familia está “sujeta igualmente al mandato de la felicidad. Están haciendo todo lo que se supone que tienen que hacer para ser felices, y son radicalmente todo lo contrario. Por dentro están rotos”.
Negar de la muerte pese a ser inevitable
La novela arranca anunciando la muerte de la citada Julia, estrategia que sirvió a la autora para “pactar con el thriller” y generar interés por saber cómo murió, si fue asesinada y por qué. “Parece que esa va a ser la historia.... Pero no, lo que de verdad cuenta es la vida de la trabajadora particular”, señala. La autora realiza un símil en cómo el interés se mantiene tanto en el desarrollo del libro como en la realidad: “Sabemos el final y seguimos leyendo igual que sabemos el final y seguimos viviendo”.
“La muerte es algo que está ahí, como parte de la vida, y también algo que nos negamos a ver”, describe, “vivimos de espaldas a ella, que es una forma muy occidental de vivir la vida, con una negación gigantesca de por medio. Vivimos como si no fuera a ocurrir”.
Limpia confronta a quienes leen con la existencia mirándola de frente, despojada de todo atisbo de antifaz u oportunidad de mirar hacia otro lado. Es honesta en sus reflexiones, directa en su tono, sincera en sus planteamientos y enriquecedora en sus apelaciones. Y baila con puntería para ser capaz de incomodar sin molestar. La novela es ácida, inteligente, coherente y auténtica. Todo lo contrario a los rostros, como así sostiene la autora en el libro: “La cara, no se equivoquen, nunca dice la verdad. Una cara finge, miente, simula, oculta. Así que sus marcas son las de las mentiras más frecuentes, de las sonrisas por cortesía, de las incontables horas de mal sueño”.