La coincidencia en el tiempo del rodaje en 1963 de El verdugo, un alegato contra la pena de muerte y una de las obras maestras del cine español, con el fusilamiento del dirigente comunista Julián Grimau tras una farsa de juicio fue el detonante de la nueva novela de Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, Cantabria, 1942).
“Se trató en definitiva”, afirma el autor, “del último juicio sobre la Guerra Civil porque a Grimau le imputaban supuestos delitos cometidos durante el conflicto. En aquella época fue un contraste brutal entre el inicio del turismo y el fusilamiento de Grimau. De ese modo, la imagen de una ejecución por garrote vil en la película de Berlanga chocaba frontalmente con los bikinis de turistas que ya comenzaban a verse en Mallorca o con las costumbres más abiertas de una capital como Madrid”.
Gutiérrez Aragón era por entonces un joven estudiante de cine que militaba en el Partido Comunista de España (PCE) y que había llegado a Madrid con una revista Fotogramas bajo el brazo desde su Cantabria natal. Pelayo Pelayo, el protagonista de Rodaje (Anagrama), se ocupa de lo que entonces se llamaba agitación y propaganda y así recorre los ambientes culturales madrileños en busca de firmas que pedían el indulto para Grimau. A pesar de que esa petición alcanzó un clamor internacional, con líderes como el Papa o la reina de Inglaterra solicitando clemencia del general Franco, la dictadura hizo caso omiso y fusiló a Grimau.
“Los antifranquistas –recuerda Gutiérrez Aragón en la entrevista con elDiario.es– tuvimos poco éxito y a algunos nos frustró, por ejemplo, la ausencia de protestas en la Universidad. Bien es cierto que las nuevas generaciones querían olvidar la Guerra Civil y pasar página. En cualquier caso, quiero resaltar que los militantes de base de la oposición fueron generosos y solidarios y se entregaron a la causa de acabar con el franquismo. No había ningún oro de Moscú. Además, teníamos una fe en un futuro mejor que hoy no existe entre la gente joven”.
El cineasta de amplia carrera más tarde reconvertido en novelista reconoce que muchos opositores pecaron de ingenuidad y optimismo al pensar que el régimen franquista iba a durar poco. Pelayo Pelayo deambula durante una semana con el inacabado guion de una película por un Madrid de tabernas, asambleas clandestinas y policías en todas las esquinas. La trama de la novela le permite a Gutiérrez Aragón hacer desfilar a multitud de personajes del mundo del cine desde un productor insaciable hasta unos actores egocéntricos pasando por figuras tragicómicas, como un aposentador de una sala a la espera de una oportunidad como intérprete.
“Me interesaba también”, señala el autor, “mostrar esos grandes cambios que se registraron en los años sesenta cuando se dio la vuelta a todo y las costumbres se transformaron por encima de leyes, reglamentos y represiones. Digamos que España tenía ganas de quitarse el luto y de abrirse al mundo”. A juicio del escritor, la sociedad se inclinó por el lado de Luis García-Berlanga, que abordó la crítica al poder en clave de comedia, y dio la espalda a la ortodoxia de otros cineastas como Juan Antonio Bardem. “No obstante”, aclara Gutiérrez Aragón, “una obra maestra como El verdugo fue poco valorada en su época y apenas la vimos cuatro gatos en su estreno en 1963”.
Una obra maestra como 'El verdugo' fue poco valorada en su época y apenas la vimos cuatro gatos en su estreno en 1963
Salpicada de constantes toques de humor y con ciertos aires autobiográficos en relación a personas que conoció el autor, Rodaje narra en suma una historia agridulce. El novelista confiesa que ese estilo de tragicomedia no resulta deliberado y le sale, a pesar suyo, cuando se sienta a escribir. En ese sentido algunos pasajes de la novela son francamente divertidos en medio del drama, como las peripecias del personaje principal para deshacerse de una bolsa llena de panfletos contra el fusilamiento de Grimau. Al recordar aquella época, Gutiérrez Aragón no puede olvidar que el primer rodaje al que asistió en su vida fue el de El verdugo y en aquellos estudios CEA del madrileño barrio de Ciudad Lineal quedó impresionado por dos situaciones.
“En primer lugar”, rememora, “me sorprendió la cantidad de técnicos y de empleados trajinando por el rodaje y, en segundo término, me di cuenta de la soledad del director que tiene mucho poder, pero se ve obligado a decidirlo todo”. Allí debió confirmar Gutiérrez Aragón su atracción por el cine al que se dedicó, como director y guionista, durante más de tres décadas desde su ópera prima Habla, mudita en 1973 hasta Todos estamos invitados en 2007 con películas importantes del cine español como Camada negra, Demonios en el jardín o Cosas que dejé en La Habana.
Mi auténtica vocación era la de escritor pero me atrapó el cine, que es un fenómeno tóxico
Consciente de que “el equilibrio ecológico” del cine y la industria había cambiado mucho, el cineasta derivó su pasión hacia la literatura. Así, tras ganar el premio Herralde en 2009 con La vida antes de marzo ha publicado otras cuatro novelas hasta llegar a Rodaje. “En realidad”, explica, “mi auténtica vocación era la de escritor y mi intención inicial fue estudiar periodismo. Pero me atrapó el cine que es un fenómeno tóxico y pronto empecé a ganar dinero como guionista. El salto a la dirección obedeció en parte a que ningún guionista acaba satisfecho con el resultado final de una película que ha rodado otro”. Admite Gutiérrez Aragón que añora al cine y a los actores, pero añade que su retirada de la pantalla tiene pinta de ser definitiva. “Aunque eso nunca se sabe”, afirma dejando una puerta abierta.