“Me he gastado más de siete millones de dólares para intentar mantenerme sobrio. He ido a unas 6.000 reuniones de Alcohólicos Anónimos. He estado en rehabilitación 15 veces. He estado internado en un hospital psiquiátrico. He ido a terapia dos veces a la semana durante 30 años. He estado a las puertas de la muerte”. Matthew Perry, el actor que inmortalizó al queridísimo Chandler de Friends, resume así 'esa' parte de su vida que no se vio en pantalla y que ahora ha decidido contar, en primera persona, en su autobiografía Amigos, amantes y aquello tan terrible (Contraluz).
Un libro demoledor en el que se abre en canal para hablar de su adicción a las drogas y al alcohol; al tiempo que revela los entresijos de la sitcom de NBC. Sus diez temporadas sirven para situar en el tiempo los episodios que le llevaron a, más de una vez, estar a punto de fallecer. Su compañera en la serie Lisa Kudrow firma el prólogo del doloroso testimonio. “Cómo está Matthew Perry es la pregunta que, con diferencia, más veces me han hecho”, asegura la intérprete de Phoebe.
El actor comienza relatando su infancia, en la que con apenas nueve meses sus padres se separaron. No fue el mejor estudiante, pero sí despuntó en las obras de teatro del colegio y jugando al tenis. “Si sigues por ese camino y no cambias, no llegarás a nada en la vida”, recuerda que le dijo un profesor, harto de que no callara en clase intentando hacer reír al resto de alumnos. Años después, le envió un ejemplar de la revista People de la que fue portada con una nota diciendo: “Igual no tenías razón”. Y es que esa necesidad de contentar al resto es algo que ha formado siempre parte de su ADN. Junto a un cruel y limitante miedo al abandono.
Una carrera ligada a la adicción
La primera copa se la tomó con catorce años y se convirtió en un viaje de no retorno. “Por primera vez nada me preocupaba”, recuerda sobre la experiencia que prendió la mecha. Para quienes hayan visto Friends, leer a Perry hablar de sí mismo y su trayectoria pone en evidencia su parecido con su personaje. De hecho, fue el propio intérprete quien aportó su famosa cadencia al hablar, que en Estados Unidos se puso tan de moda como los cortes de pelo de Rachel (Jennifer Aniston) en los noventa. Tanto es así, que antes de ser él mismo uno de los candidatos para optar al papel, varios compañeros de profesión le pidieron ayuda para preparar sus castings. “Cuando leí el guion sentí como si me hubieran seguido a lo largo de todo un año y me hubieran robado los chistes, copiado las formas y reproducido mi manera de ver la vida”, reconoce, “Chandler era yo”.
Perry ya había aparecido en varias películas antes de entrar en Friends. La primera fue A night in the life of Jimmy Reardon (1988), en la que compartió protagonismo y se hizo amigo de River Phoenix. Pese a lo que parecía que sería un prometedor arranque, seis años después, Perry estaba arruinado. Sus agentes le consiguieron un papel en la fallida L.A.X. 2194, cuyo fracaso permitió que el intérprete estuviera libre para cuando Marta Kauffman, cocreadora y productora ejecutiva de la comedia, llamó para ficharle.
Su entrada en la serie provocó una de sus mejores etapas. La emoción por participar en ella y el estimulante y creativo ambiente de trabajo consiguieron que pusiera freno a su día a día marcado por las fiestas y las borracheras. Entre el piloto y el primer episodio que grabaron adelgazó cuatro kilos y medio de la grasa que, según indica, había acumulado por el alcohol. “Por fin iba a ser suficiente. Por fin importaba”, cuenta.
El actor no escatima información sobre las cantidades consumidas de estupefacientes. Tampoco a la hora de revelar detalles de la mítica ficción que nadie había contado hasta ahora. Ni siquiera en Friends: The Reunion, el reencuentro en el que participó junto al resto del elenco en 2021. Entre ellos, que ya conocía a Aniston cuando iniciaron el rodaje, estaba enamorado de ella y hasta le había pedido una cita, sin éxito.
Tampoco se sabía el motivo por el que Julia Roberts aceptó hacer un cameo en la segunda temporada. La actriz, que en aquel momento ya había rodado Pretty Woman y El juego de Hollywood, puso como requisito que tenía que ser en una trama con Perry. Tan pronto como se lo dijeron los productores, el intérprete le envió un fax, que derivó en tres meses de intercambio de mensajes diarios hasta que por fin se conocieron y acabaron siendo pareja.
La primera rehabilitación
La ingente repercusión de Friends, que apareció como una suerte de salvación, se terminó convirtiendo igualmente en un infierno. La presión le fue poco a poco devorando. “Cuando el público que asistía a los rodajes en directo no se reía, me quería morir. Y aquello no era sano. Ya lo sé. Pero si decía una frase y no se reían, me ponía a sudar y me daban convulsiones. Si no lograba arrancar las carcajadas que esperaba, me volvía loco. Y me sentí así todas y cada una de las noches”, afirma.
Con 25 años y la sensación de que “todo iba perfecto”, estaba hundido. Empezó a beber solo en su apartamento. “La enfermedad se fue agravando, aunque no fui capaz de verlo. Al menos no entonces. Y si alguien se enteraba de lo mucho que bebía, lo más probable es que se preocupara y me dijera que le pusiera fin”, lamenta.
Pero no logró parar y poco tiempo después, con 26, ingresó por primera vez en una clínica de rehabilitación. Mientras tanto, el rodillo de Friends continuaba. “Durante los años que trabajé en la serie sufrí unos cambios de peso que abarcaron desde los 58 a los 102 kilos. Si prestas atención a mi aspecto de una temporada a otra puedes seguir la trayectoria de mi adicción: si gano peso, es por el alcohol; si estoy delgado, es por las pastillas. Y si llevo perilla, es porque estoy tomando muchísimas”, describe. La única tanda en la que estuvo limpio fue la novena, que fue a su vez la única en la que le nominaron al Emmy al Mejor actor de comedia.
Romper tabús en primera persona
El relato de Perry es cada vez más crudo y sobrecogedor a medida que avanza la autobiografía. No es la historia de una persona que tiene un problema, se da cuenta, consigue superarlo y vive feliz para siempre. Aquí se suceden las recaídas, los ingresos y problemas de salud derivados.
“Desintoxicarse es un infierno. Implica tumbarse sobre una cama y ver los segundos pasar sabiendo que no estás ni mínimamente cerca de encontrarte mejor”, asegura sobre el proceso: “A pesar de ello, la adicción pudo muchas veces conmigo”. A su vez, consigue que sus memorias sean, además de sinceras y reveladoras, esperanzadoras. Y no porque estén edulcoradas. Por eso mismo llegan ahora, a sus 54 años: “Quería compartirlo cuando estuviera a salvo de volver a entrar en el lado oscuro de todo”.
El libro aterriza en un contexto en el que la salud mental está ganando más hueco en el debate. Y es un hallazgo por cómo al estar narrado en primera persona consigue trasladar lo que la lucha contra una adicción genera. “Los adictos no somos mala gente. Solo estamos tratando de sentirnos mejor, pero tenemos una enfermedad. Cuando no me encuentro bien, pienso: 'Dame algo que haga que se me pase'. Tan sencillo como eso”, escribe.
También aprovecha para agradecer el apoyo recibido durante su vida por parte de compañeros, familia, amigos y parejas. El actor consigue impregnar de su carisma el texto, como igualmente hizo con el, hasta ahora, trabajo más importante de su vida: Friends. No en vano, convenció a Kauffman para que le dejaran decir la última frase de la ficción. Recuerda que, una vez se escuchó el “corten”, todo el mundo comenzó a llorar desconsolado, menos él. “No sentía nada de nada, no sabría decir si por culpa de la buprenorfina, el opioide que estaba tomando, o porque directamente estaba muerto por dentro”. El capítulo se emitió el 6 de mayo de 2004.
Tras el desenlace de la comedia, Perry ha trabajado en otros títulos como Studio 60, Mr. Sunshine, Go on, La extraña pareja y The Kennedys after Camelot. Ha escrito sus propios guiones y obras de teatro; y ha desarrollado proyectos para ayudar a otras personas a superar el alcoholismo y la adicción a las drogas. Ahora ha dado un paso más allá con la publicación de su autobiografía, en la que mezcla los momentos más dulces de su vida, con los más oscuros y dramáticos. Un ejercicio de generosidad que descorazona, y que aun así logra dejar espacio para que entre la luz.