Mauro Entrialgo: “El de arriba que se mete con el de abajo no es un punki sino un hijo de puta”
El humorista y dibujante publica un ensayo sobre lo que ha denominado “malismo”: “Hacer ostentación de un hecho malo o de un deseo de algo chungo con el objeto de recibir alabanzas”
Lo que viene haciendo Mauro Entrialgo (Vitoria-Gasteiz, 1965) desde hace años trasciende la historieta, trasciende el humor y también cualquier otro campo en el que se le quiera enraizar. Es un artista que no se queda callado. Es un ciudadano que dibuja todo el rato. Es una voz pública, es un tuitero irrefrenable, es un tipo que hace pegatinas y cromos.
Es el padre de Herminio Bolaextra y Ángel Sefija (por ejemplo). Es humorista gráfico en el diario El Salto (por nombrar un solo medio entre muchos). Lleva 25 años publicando en El Jueves. Es uno de los fundadores de la revista más irreverente de España, el TMEO. Formó parte de los grupos Fat Esteban y Esteban Light. Puede que en tu colección de discos tengas alguno cuya portada haya dibujado él. Tiene películas, firma guiones. Graba un montón de trocitos de su vida. Colecciona expendedores de caramelos Pez.
Ahora publica el ensayo Malismo. La ostentación del mal como propaganda (Capitán Swing). Su primer libro sin dibujos en el interior.
Como estamos en la redacción de un periódico me gustaría empezar preguntando por su personaje más famoso, Herminio Bolaextra, que es periodista y sobre el que ha tomado una decisión que se cuenta en el libro.
De Herminio se dicen en sus historietas que es “un mal nacido y un hijo de puta, pero como persona extraordinaria”. Se trata de un periodista que se dedica a drogarse y a hacer el mal a pequeña escala. Herminio mea en el portal de tu casa pero no le vende preferentes a tu madre ni vende un barrio entero a un fondo buitre. Las gamberradas que hace nos divierten porque es una pequeña contestación contra el poder.
El problema que le veo ahora a Herminio es que los poderosos se han apoderado de él, del gamberrismo, del rollo de ser insolente, y se creen que son punks. Cuando un director de un banco trata mal a sus trabajadores, no hay desacato. No es punk por mucho que nos lo quieran vender como punk. Cuando el de abajo se mete con el de arriba y hace alguna barbaridad sí que es punki, pero el de arriba que se mete con el de abajo no es un punki sino un hijo de puta.
El personaje que hace pequeñas maldades ya no tiene sentido y es menos gracioso porque tenemos unos personajes por arriba que están haciendo grandes maldades todo el rato. Por eso he decidido matarlo. Ya ha hecho demasiadas gamberradas y voy a matarlo de una forma terrible. Estoy ideando. Cada vez se me ocurre algo peor.
Precisamente usted, que ha sido punk en Vitoria, o “punkito”, como dice en el libro, supongo que le molesta especialmente la apropiación de lo punk por parte de la derecha o que se identifique con los trols regres.
En realidad es que la derecha siempre ha tenido envidia de la izquierda porque todos los términos que han caracterizado a la izquierda, o a la anarquía, siempre han sido más cools que los que tenía la derecha. Los han ido robando todos. Han empezado por los de la derecha suave que se han llamado liberales, luego han robado lo de libertario, han robado lo de anarquista y ahora quieren robar también el punk. Es terminología que les parece más cool pero que en el fondo está mal utilizada. En el libro propongo que, en general, lo malo deje de ser cool.
Su libro tiene una dedicatoria a la persona que le pidió que lo escribiera. ¿Qué argumento le dio para convencerle?
Debía estar yo muy pesado y cada vez que veía alguna actitud que me parecía lo que yo he llamado malista, decía: “¿Ves? ¡Malismo!”. Veía todos esos nombres que tienen ahora los bares: La Sinvergüenza, El Embaucador, El Canallita... “¿Ves? ¡Malismo!”. Le parecía interesante la teoría y quería que lo contase bien, no en chascarrillos ni en brasas diarias.
Cuando uno ya se pone las gafas de mirar malismo, después de leer su libro, ya no puede evitar detectar el malismo por todas partes. Por ejemplo, los audios de Alvise que hemos publicado en elDiario.es cuando el libro ya estaba escrito pero podrían haber entrado.
Fui tomando apuntes durante cuatro o cinco años, y los fui clasificando. Tenía mogollón de ejemplos. Ya me he quedado con esa costumbre de, cuando veo las noticias o alguien me cuenta algo, detectar el malismo claramente y es increíble. Para mí el malismo, la ostentación del mal como propaganda, como se subtitula el libro, es hacer ostentación de un hecho malo o de un deseo de algo chungo con el objeto de recibir alabanzas, obtener algún beneficio que puede ser la relevancia social o la atención pública, o puede ser incluso un beneficio electoral.
¿Dónde está el origen del término? ¿Cuándo lo detectó por primera vez?
Rastreando para atrás vi que el “que se jodan” de Andrea Fabra era la primera vez que alguien, en un sitio tan importante como el Congreso de los Diputados, no buscaba una disculpa por meterse con alguien. Directamente usaba el mal. Entonces, en 2012, todavía había cierta contestación social y se reunieron firmas para ver si la echaban. Ella moduló su discurso y dijo que no se refería a los parados, que solo quería que se jodiese la bancada socialista. Hay una evolución porque hoy en día, si alguien dice en el Congreso “que se jodan” da absolutamente lo mismo, porque el nivel ha subido tanto que nadie se daría cuenta de tremenda chorrada y no tendría ninguna consecuencia.
De hecho, la consecuencia que hoy tiene un acto parecido, que podría ser lo que dijo entre dientes Isabel Díaz Ayuso, que tiene una contestación pero es una contestación de apoyo. Todo lo que se crea alrededor del “me gusta la fruta”, que también está en el libro, es una demostración de malismo.
Es un caso significativo que recoge muchas cosas que pasan alrededor del malismo. Es una cosa que sucede, al igual que la de Andrea Fabra, de manera espontánea, a ella se le escapa lo de “hijo de puta”, o por lo menos lo hace con los labios. Y podría decir lo siento, se me ha escapado, a cualquiera le pasa que digas hijo de puta. Pero interviene su gabinete de comunicación y decide escalarlo y cuando les preguntan por qué ha llamado hijo de puta al presidente de Gobierno dicen: “Es lo menos que se le puede decir”. ¡Lo está diciendo el gabinete de un alto mando del partido de la oposición! Un partido que se supone serio. Pero Ayuso lo infantiliza todavía más y mete el chiste de “yo no he dicho hijo de puta, he dicho me gusta la fruta”.
Y a partir de ahí está toda la evolución, un ejemplo de cuándo te puede salir mal un lema que es cuando te enfrentas a alguien que también utiliza el malismo. La caída del “me gusta la fruta” es cuando se enfrenta a Óscar Puente y se están insultando por problemas del Metro de Madrid y los líos de Cercanías. Y a Óscar Puente se le ocurre decir: “A mí también me gusta la fruta. Muchísimo”. Y entonces colapsa el lema porque se puede utilizar bidireccionalmente.
Tiene diferentes fases.
Hay una fase que me encanta. Como el lema surgió de casualidad, no está fabricado en un equipo de comunicación, hay un momento que el PP decide, en la cena de Navidad, entregar cestas de frutas al militante más antiguo y al más joven. Y entonces, ¿a quién se le está llamando hijo de puta aquí? ¿No habíamos quedado que la fruta era llamar hijo de puta? Y se la das a un militante y el militante te da otra y al final se hacen unas fotos todos llenos de frutas.
Hay otro concepto fascinante al que también le dedica un desarrollo importante en un capítulo que es el de “los nazis del misterio”.
En los años 80 si a uno le gustaba el tarot, dudaba de si ponerse vacunas, fumaba porros y creía en los ovnis, era de izquierdas, de una izquierda difusa. Pero ahora el que cree en los chemtrails, que el hombre no ha llegado a la Luna o cualquier otra conspiración, es de derechas. ¿Cómo ha pasado que las pseudociencias, las conspiranoias, creer en fantasmas haya pasado de izquierdas a derechas? Intento dar algunas ideas, sobre todo refiriéndonos al caso local, que es distinto al de Estados Unidos.
Influido en gran medida, imagino, por Iker Jiménez.
En realidad, yo creo que Iker Jiménez es más una consecuencia. Un programa del misterio que acaba siendo de ultraderechistas. No le he seguido mucho pero mi percepción desde fuera es que un día estaban hablando de las caras de Bélmez y el último corte que vi el otro día estaban hablando de por qué los niños merecen ser asesinados en Palestina. Me da igual las razones que diera, pero que el debate sea si es necesario matar a niños o no para el fin que te dé la gana, me parece una locura.
Algunas de estas ideas o conceptos las ha ido comentando en Twitter, donde tiene un nivel de exposición alto. No sé si eso le genera mucha respuesta violenta, exagerada o incómoda.
Las redes, y sobre todo Twitter a partir de Elon Musk, son un pozo de odio infinito. Yo tengo un sistema que es ocultar y bloquear. Dejas de ver la barbaridad que te han dicho y eso crea que no se meta más gente al trapo. Si alguien me defiende de un insulto, también oculto la respuesta, porque si me está defendiendo evidencia que ha habido ahí una discusión.
O sea que puede bandearse más o menos en ese mundo sin mucho dolor de estómago.
Sí. Yo entiendo a la gente que no lo soporta. Una vez se me estropeó y no podía bloquear y dices buf, esto sin ocultar y bloquear es insoportable. De todas formas, yo uso las redes para muchas cosas y de Twitter he sacado una gran cantidad de notas para este libro.
El malismo es bastante transversal, ¿no? Lo vemos en los poderosos, lo vemos también en oprimidos, lo vemos en políticos, lo vemos en personajes anónimos, lo vemos en personajes de ficción y no sé, usted parece bastante inmunizado ya a este de este tipo de manifestaciones.
Hombre, inmunizado... Estoy horrorizado. Si no, no habría escrito este libro. Pero lo que pasa es que soy muy calmado.
¿Cuál es la manifestación del malismo que le enerva más?
Cuanto peor sea el crimen, más me enerva. Cuando un tío se graba en moto a más velocidad de la permitida y lo pone en las redes sociales, lo primero que piensas es: “Este tío es idiota porque está dando pruebas de su propio delito en las redes y lo está haciendo solo para recibir halagos de gente”. Pero está poniendo en peligro a la gente. También estuve viendo el canal de Telegram de soldados israelíes cometiendo crímenes de guerra, chuleando de a ver quién había hecho mayor barbaridad. Uno diciendo: “Mira, esta guardería la he hecho explotar”. Luego otro con una excavadora cargándose un cementerio, tirando cadáveres de un lado a otro mientras canta una canción sobre destruir los hogares. Esos soldados lo ponen en un grupo para que otros lo vean y animarse unos a otros a cometer crímenes de guerra, que es una auténtica barbaridad. Hay otro canal de Telegram creado por las Fuerzas de Defensa de Israel en el que se mandan unos a otros crímenes de guerra. El mecanismo es el mismo que el del que se graba en la moto, pero el terror es mil millones de veces superior.
Además de ser dibujante y humorista, participar en la radio o escribir este ensayo también tiene una actividad menos conocida como activista.
Toda la vida he participado en movimientos sociales o vecinales porque me apetece. En los últimos años, una de las cosas que he hecho ha sido dedicarme a hacer pegatinas. En vez de proponerle a un movimiento concreto hacerles gratis un dibujo, yo mismo la imprimo. Las vendo muy baratas para que se repartan por muchos sitios. Para un problema concreto hago una microacción personal y directa. Por ejemplo, para esos montones de basuras que hay por las ciudades, hice unas pegatinas que ponía “Alcalde majadero, limpia este vertedero”.
Quería que me hablara un poco de esos charcos que pisa. ¿En que otros problemas importantes ha necesitado tomar partido?
Hago muchas cosas. Desde pequeño, que participé en una revista contra la insumisión, pintando pancartas de grupos vecinales o las pegatinas por ejemplo contra los arboricidios en Madrid. Yo creo que fijé el concepto de arboricidio, me parece, pero vete a saber. Aunque no solo no sirvió para nada, sino que en Madrid ha ido a más lo de romper árboles por todos los lados. Pero hay otras que sí que han tenido resultado, acompañadas de otros movimientos. Por ejemplo, cuando Alberto Ruiz Gallardón intentó montar el miniVaticano al lado de la Almudena cediéndole terrenos a los curas. Hice pegatinas pero también hubo un momento vecinal que recaudó dinero para contestar judicialmente y consiguieron ganar. Es un granito de arena que a veces no vale para nada pero a veces sí. Y, sobre todo, me deja a mí más tranquilo, porque al igual que digo que las historietas son mi trabajo, también las hago un poco por terapia. Problemas y desquicies que me reconcomen por dentro, una vez los explico en un libro, en una pegatina o en una historieta, los veo un poco más de lejos y me parece que por lo menos he hecho algo.
¿Ha recibido una demanda alguna vez?
Demanda creo que no. Algún aviso, sí. Me amenazaron unos nazis una temporada. Era el momento de los fanzines y todos poníamos nuestra dirección, ingenuamente. A partir de unas amenazas por historietas que había hecho, abrí un apartado de correos que me dura hasta hoy. Alguna vez sí que me han echado de revistas por alguna cosa que he publicado.
¿Es difícil publicar ahora y decir lo que piensa? ¿Tiene que aplicarse el filtro de autocensura?
Sobre esta nueva teoría de que ahora no se puede decir nada, yo hace 20 años que no tengo ningún problema para publicar en ningún sitio lo que me da la gana. Sin embargo, durante los 80 y los 90 sí que había verdaderos problemas. Lo que yo digo es que antes se podían decir unas cosas y ahora se pueden decir otras, pero ni más ni menos. Y son muchísimos más grupos los que han tenido problemas en los 80 y 90 por canciones que los que han tenido ahora, aunque ahora también los hay, como los casos de Hasél o los chistes sobre Carrero Blanco. Pero hasta en los programas de televisión de la tarde hablan, yo qué sé, de sexo anal y en mi época si en la tele decías “cabrón” ya estabas vetado.
Pero el verdadero problema que hay ahora es que los columnistas que decían burradas antes no se les podía decir nada y ahora la gente contesta, y eso les molesta. Dicen: “No puedo decir nada porque luego me han insultado”, pero eso sí que puedes decirlo. Lo que pasa es que hay otra gente que también puede decir lo que le da la gana, por ejemplo un artículo machista, que lo ha hecho machista para tener mayor repercusión.
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