Su madre conoció al que sería su marido en Guadalajara, capital de Jalisco (México). Él cruzaba un cementerio vestido con pantalones de campana y el pelo largo al viento. En ese momento, se dio cuenta y le dijo a su hermana mayor, que estaba con ella: “¿Ves al jipi ese que está atravesando la calle? Me voy a casar con él”. Logró su objetivo y juntos tuvieron tres hijos que crecieron en California. Chicanos, estadounidenses hijos de una mexicana y de un yanqui con orígenes mexicanos y polacos. ‘Molacos’ o ‘polacos mexicanos’, como les llamaban los blancos. Esos orígenes mixtos y el desprecio que generan en algunas personas hacen que Myriam Gurba piense, desde muy pequeña, que no ser 'buena' es una opción legítima. Esa convicción irá tomando fuerza según se vaya desarrollando como mujer chicana queer en California, una experiencia que ha narrado en su libro Mala onda, todo un éxito en Estados Unidos y que la editorial Tránsito acaba de publicar en España traducido por Elisa Díaz Castelo.
Su trayectoria no fue fácil, aunque no única. Muchas personas podrán reconocerse en sus vivencias. “Escribí Mala onda como una serie de fragmentos experimentales que eventualmente se fusionaron para formar unas memorias”. “Está dirigido a personas que hayan sufrido violencia de género, en concreto una violación, pero a las que han tratado como ‘víctimas imperfectas’, víctimas indignas de la ‘justicia’” dice a elDiario.es. En su libro, no da demasiados detalles de qué le hizo exactamente su violador –“una parte de mí se quiere reservar esta historia”, escribe– y para ella no fue fácil indagar en el recuerdo. Después de la agresión, sufrió un Síndrome de Estrés Postraumático que nunca se trató y el proceso de remover los recuerdos lo empeoró. “Escribir sobre el trauma no es inherentemente terapéutico. Puede ser peligroso”, explica.
No es el único episodio de violencia sexual que ha experimentado en su vida. En Mala onda escribió acerca de dos de ellas –la violación del desconocido y otra perpetrada por un compañero de clase en el instituto–, pero hubo muchas más. “Viví con un maltratador durante años. Además de abusar de mí física, verbal y psicológicamente, también lo hizo sexualmente”, comenta. Aguantó en esa casa por miedo a las consecuencias que podría tener su marcha porque “La amenaza de feminicidio es lo que hace que muchas mujeres se queden con sus abusadores”, dice y añade que no lo ha superado: “Creo que ser mujer te fuerza a estar siempre a la defensiva, como un soldado. Y así no hay forma de que ningún sobreviviente se recupere por completo”.
Gurba considera que la violencia de género acabará desapareciendo, pero tardará tanto que no llegará a verlo. Como superviviente a ella, no quiere simpatía por parte del prójimo sino que se enfade y haga algo. “Existen muchas organizaciones contra la violación. Si la gente quiere ayudar, puede unirse a alguna. Y si no hay una en tu localidad, entonces ¡créala!”.
La supremacía blanca y el llamado 'racismo inverso'
Mala onda está estructurado en capítulos cortos escritos con frases concisas. Las anécdotas se cuentan de manera directa y cargadas de humor aunque no tengan nada de divertidas. El racismo es un elemento recurrente. El mundo de Gurba está habitado por personas de orígenes latinos, asiático-latinos, europeos y también por blancos, claro. Los que viven en la casa de al lado y comen mucha gelatina, su amiga Ida, las compañeras de clase que le gritan insultos racistas y lloran cuando les responde. “Una por una, las niñas blancas rompieron en llanto. Ida y todas las mexicanas nos miramos con cara de ¿en serio?”, narra en el libro. No son tantas, pero tienen el mando y consiguen que la profesora haga que Myriam les pida perdón.
“La supremacía blanca domina el planeta. No se puede escapar de ella. Mantiene su dominio a través de la violencia que a veces es obvia pero más a menudo es sutil y otras es invisible”, comenta Gurba. “La geógrafa Ruth Wilson Gilmore dijo que toda la gente blanca podría desaparecer del planeta y todavía tendríamos racismo. Es estructural, lo producen las instituciones”. “El racismo todavía existe porque no depende de los blancos para su reproducción. Una persona de cualquier ‘raza’ puede apoyar y promover la supremacía blanca”, sostiene. En su cotidianidad infantil y juvenil había blancos conscientes de su privilegio, otros que no reparaban en él y otros que llegaron a hablarle del ‘racismo inverso’ que sufren, un concepto que la escritora casi no puede ni creer. “Es una broma. Es como decir que una mujer que patea a un violador en los huevos está cometiendo una agresión sexual inversa”.
En 2019, Gurba causó un gran revuelo por una crítica feroz de la novela American Dirt de Jeanine Cummins en la revista Ms. Magazine. La autora, que es blanca, cuenta la historia de una librera mexicana que huye a Estados Unidos con su hijo de ocho años para escapar de un cartel de droga que ha asesinado a su marido. Todo un best seller en Estados Unidos, número uno en la lista de The New York Times y recomendación literaria de Oprah Winfrey, garantía de éxito comercial. La editorial lo presentaba al público como un thriller de carretera que daba voz a los que no la tenían con el objetivo de iniciar un diálogo sobre la migración.
“Cuando los migrantes latinoamericanos reales y los hijos de migrantes latinoamericanos aceptamos la invitación pero quisimos tener una conversación crítica, nos acusaron de... ¡acoso!”, dice la escritora chicana. “Solo querían interactuar con nosotros si los adulábamos. Eso es una mierda”. “Pensé que los críticos podríamos usar ese éxito para discutir y combatir la supremacía blanca en la industria editorial estadounidense”, dice Gurba, pero pese a su reseña y otros textos posteriores dedicados al libro –“un Frankenstein, un espectáculo torpe y distorsionado y, aunque algunos críticos blancos han comparado a Cummins con Steinbeck, creo que una comparación más adecuada es con Vanilla Ice”, dijo– American Dirt funcionó muy bien.
Todo ese follón sucedió durante el mandato presidencial de Donald Trump, un periodo nada positivo en Estados Unidos para las mujeres, los inmigrantes o descendientes de o las personas queer. Es decir, todo lo que es Myriam Gurba. “Muchas personas que viven en los Estados Unidos se negaron a aceptar nuestra realidad política, es decir, que tenemos fascismo doméstico”, responde a la pregunta sobre el momento político de su país. “Durante la era Trump se manifestó de manera muy obvia, pero aunque tenemos un presidente diferente, creo que aún seguimos viviendo en ella. Solo hay dos partidos políticos viables en los Estados Unidos: demócratas y republicanos. Y los republicanos son trumpistas”.
Asimismo, considera que Donald Trump escoró a su partido más a la derecha de lo que ya estaba y eso puede tener consecuencias en el futuro. “Experimentamos un intento de golpe de Estado violento poco después de las elecciones presidenciales y los miembros del Congreso estuvieron involucrados en él”. “Si nuestro siguiente presidente es un republicano trumpista, el país podría convertirse en un Estado de partido único”.
Además de escritora, Gurba es fotógrafa y artista digital y de collages. Actualmente está terminando un nuevo libro que se titulará Creep. “Es crítica cultural expresada a través de ensayos. Tengo ideas para varios libros más, uno es una colección de cuentos y otro una historia popular de un pueblo mexicano llamado Sayula”, explica. “No tengo unas expectativas demasiado altas, a lo único que aspiro es a vivir todo el tiempo que pueda y seguir escribiendo”.