Es una de las novelistas debutantes de 2023, pero Bibiana Collado Cabrera no es precisamente una novata en el mundo de las letras. Antes del libro de narrativa Yeguas exhaustas que acaba de publicar con Pepitas de Calabaza, ya había firmado diversos poemarios titulados Como si nunca antes (Pre-Textos), El recelo del agua (Rialp) y Certeza del colapso (Ediciones Complutense). El último, Violencia (La Bella Varsovia), se centraba en el tema que le da el título y que ahora amplía en esta nueva historia protagonizada por Beatriz, una mujer marcada por una relación sentimental tormentosa y las desigualdades de clase social entre otras heridas. Una historia personal que es colectiva, porque para que esas experiencias fuesen excepcionales tendrían que suceder en otra realidad.
La propia autora dialoga con su protagonista sobre el peligro que supone que su obra se perciba como un ejercicio de ‘literatura selfie’, una narración ensimismada y ególatra sobre sí misma. “La escritura parte de la vida y vuelve a ella. Por eso lo biográfico puede y debe entreverarse con las páginas del texto”, comenta Bibiana Collado a este medio. “Sin embargo, me preocupa que se desactive el valor crítico de este libro al limitarlo a la descripción de un caso o una vida concreta, sea la de Bibiana Collado Cabrera o la de otra persona”.
Para ella, esa posible lectura acrítica de las obras que tienen una alta carga autobiográfica ha servido para deslegitimar el discurso de las mujeres en infinitas ocasiones. “La literatura no es el espacio del individuo concreto, sino el lugar del reconocimiento colectivo. La verdad de la ficción puede ser más real que la verdad de la vida, por eso soy escritora, no historiadora. Aquí está la historia de muchas, que es también la mía”, declara.
El repaso de la vida de la protagonista destapa los diferentes traumas que ha ido acumulando con el paso del tiempo y que han condicionado la manera en la que se enfrenta a los problemas propios de cada etapa. Todos parten, por supuesto, de la familia en la que le ha tocado nacer y su idiosincrasia. Ella es hija de unos padres que emigraron a Valencia desde Almería buscando un sitio en el que vivir sin pasar hambre. Pertenecen a la clase de ‘los de abajo’, los que no dejan de trabajar ni un solo día porque no se lo pueden permitir. En el caso de las mujeres, ni aunque los dolores menstruales sean terribles. “Como todos sabéis, la educación femenina es esencialmente masoquista”, afirma Beatriz al principio del libro. Y si eres pobre, más aún, se podría añadir.
Esa idea interiorizada de la dignidad del sufrimiento hace que le cueste identificar el maltrato dentro de la relación sentimental que mantiene con Pedro, un profesor universitario que la machaca física y psicológicamente. “La violencia es una cuestión sistémica y cotidiana que mina nuestra autopercepción y condiciona nuestra realidad en todas sus manifestaciones. En numerosas ocasiones, resulta dificilísimo darse cuenta de que se está padeciendo”. “Revisamos nuestro pasado y nos agujerea la intuición de que muchas de las cosas que nos sucedieron son resultado de esta violencia. Eso le pasa a Beatriz. Eso le pasa a Bibiana. Eso nos pasa a tantísimas”, señala la autora.
Desde el principio se sabe que la protagonista consiguió salir de esa relación destructiva pero no cómo. El libro obliga al lector o lectora a hacer un ejercicio de intuición acerca de cómo Beatriz ha llegado a ciertas situaciones y cómo las ha resuelto. “Esta novela es, entre otras muchas cosas, una reflexión sobre lo que se puede contar”, dice Collado Cabrera. “Es una gran elipsis. La voz narradora hace catas dentro de esta historia dolorosa, pero nunca llega a desvelar los episodios más significativos. Solo los señala”.
El ascensor estropeado
El esfuerzo como imperativo vital ha hecho que la protagonista llegue a la universidad, estudie una carrera y casi se codee con la élite intelectual. Ese ‘casi’ es crucial en la historia porque, por mucho que se aplique, sus orígenes la empujan hacia abajo sin remedio. Lo nota en muchos aspectos y uno de ellos es la lengua: sus padres hablan un valenciano con errores y castellanismos, pero sin complejos. Para ella y el resto de niños hijos de migrantes de la escuela sí es una vergüenza no hablarlo con fluidez. Aunque aprueben la asignatura de valenciano, no se lanzan a utilizarlo para comunicarse con naturalidad.
“Lo que me interesa del tema de la lengua es cómo está atravesado, también, por la idea de clase. Beatriz posee dos lenguas y, a la vez, ninguna”, sostiene la escritora. “Su origen social constituirá la herida por la que sangrará mucho tiempo y el motivo por el que blandirá siempre con miedo el tema lingüístico”. También se acompleja por no haber leído lo suficiente y no haber vivido las experiencias que le abrirán la puerta a ese ámbito intelectual en el que se mueve su maltratador quien, por supuesto, se encarga de reforzar esa sensación de inferioridad.
Ese novio le hace exámenes sobre música de forma constante porque sabe que no va a saber cuál es la canción que está sonando. Él escucha a grupos indies, ella ha crecido con Camela y Estopa. Con el tiempo, esa élite cultural reivindica esa ‘música de gasolinera’ –precisamente donde su familia compraba los discos– con un punto de ironía. En el libro, Beatriz se hace una pregunta clave al respecto de dicha tendencia: “Quizá hoy cabría preguntarse por qué Rosalía versionando a Los Chichos es un genio y Estopa cantando El del medio de Los Chichos eran chicos de barrio. ¿Alguien acusó a Estopa de apropiacionismo cultural?”
“Nadie los acusó de apropiacionismo porque hicieron una rumba, un género adecuado para esos chicos de barrio. Mientras que Rosalía produjo un artefacto estetizado, sublimado”, responde Bibiana. “La idea de clase, su porosidad en lo musical, está impregnando nuestro modo de recepcionar estos fenómenos. Ese es uno de los puntos clave en esta novela”.
En todo el recorrido por la biografía de Beatriz que se hace en el libro, no se detecta ni rastro de esa nostalgia que, a veces, destilan las novelas autobiográficas. “A lo largo de nuestra vida hemos recibido millones de productos culturales que presentaban la infancia como ese paraíso perdido al que el artista desea regresar. Sin embargo, la sociedad está llena de infancias rotas que no responden a ese patrón”, sostiene la escritora. “Los niños y las niñas sufren, por múltiples motivos, aunque sean queridos y protegidos. El dolor es parte de la vida y la infancia no constituye un tiempo aparte. Creo que es un alivio leer sobre infancias que no son idílicas”.
Comenta que ningún tiempo pasado fue mejor, pero en en el caso del feminismo los avances conseguidos no son tantos como se puede llegar a pensar, observa. “Considero que vivimos en una falsa idea de avance. Nos han hecho creer que ahora todo es más fácil. Y no es cierto. Es importante darnos cuenta de que no es cierto”, dice la autora de Yeguas exhaustas.
Una juventud lectora
Bibiana Collado es profesora de Lengua y Literatura en un instituto de secundaria, como su protagonista. Comenta que es una profesión espinosa: “No es sencillo. Dar clase conlleva una sobreexposición constante que resulta agotadora. Es hermoso participar en las vidas de tantas personas, pero también es extenuante y, en ocasiones, peligroso”. Su alumnado sabe que escribe y publica libros, algo que considera positivo. “Educamos también con nuestra vida y nuestras decisiones, así que me parece lo coherente. Me gustaría mucho leer buenas novelas que narren las realidades de las relaciones que se establecen en los centros educativos”, sostiene la autora.
Se declara optimista en cuanto a la relación de los adolescentes con la lectura. Según su percepción, los estudiantes de hoy en día leen mucho, aunque no en los mismos formatos que las generaciones anteriores: “Creo que se sobrevalora el pasado. ¿Cuántos compañeros de clase lectores teníais en el instituto? Yo, poquísimos. Y que se ningunean los intereses y las iniciativas de la juventud actual. Están ávidos de contenidos que les remuevan. Ayudémosles a que se estremezcan con la lectura”.