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Escritora

Natalia Carrero: “El personaje es una vida de papel que hay que respetar como si fuera de carne y hueso”

Elena Cabrera

2 de abril de 2022 22:06 h

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Natalia Carrero nació en Barcelona en 1970, renació en Madrid en 1997 y aconteció como escritora en Caballo de Troya en 2008. El sello que en aquel momento utilizaba el editor Constantino Bértolo para descubrir nuevas voces fue el lugar desde el que la suya emergió. En aquella primera novela, Soy una caja, aparecía Nadila, una escritora a la sombra de Clarice Lispector que buscaba su voz mientras libraba una batalla a vida o muerte con las palabras.

Casi quince años después, Carrero firma Otra, su sexto libro —una producción que abraza también la novela gráfica y el libro infantil— en la que la protagonista es otra mujer que escribe: Mónica. Mónica es una mujer trastocada por la enfermedad psiquiátrica de su hermano, a quien ella se dirige. Es una madre y esposa acomodada que quiere ser productiva y se inventa un trabajo; no es que finja que lo tiene sino que crea uno a su propia medida, aunque sí hay una parte que es un fingimiento. Mónica tiene una compañera: la bebida.

“Podría afirmar que Mónica ha sido el personaje que me ha habitado durante más tiempo, al que más me he resistido a cederle espacio, más bien he tratado de acallarla, no la veía o no quería verla con proyección de salir en busca de interlocutores, lectoras y lectores”, explica Carrero, quien hizo asomar por primer vez el “alcoholismo moderado” de la protagonista en varios textos para el medio Ctxt. La autora escribió un monólogo que le sirvió para observar las “reacciones de la audiencia” ante el texto. A partir de ahí empezó a pensar que “quizá sí merecía la pena exhibir y desatar a esa Mónica” que llevaba dentro.

El derecho del personaje

Todos los personajes de las novelas de Natalia Carrero tienen algo en común, están atravesados por opresiones que atenazan a las mujeres en el presente. Cada una lo enfrenta como puede. En Una habitación impropia (Caballo de Troya, 2011) las protagonistas aparentan llevar vidas normales, complacidas, pero la mirada de la autora revela de ellas un inmenso vacío interior, una angustia que está ligada a lo que se espera de la persona, a lo que representa. 

“El personaje es una vida de papel, hay que respetar esa vida como a cualquier persona de carne y hueso”, dice la escritora. “¿Cómo me gustaría relacionarme con las personas, con las vidas? De manera fluida, lo menos hipócrita posible y lo más sincera, aunque resulte doloroso o requiera esfuerzo y más generosidad, no solo hecha de palabras relucientes sino de hechos”, añade.

2016 fue un año importante para Carrero. Aparecieron, casi a la vez, dos obras diferentes que contribuyeron a alzar su voz: Yo misma, supongo (Rata, 2016) y el cómic Letra rebelde (Belleza Infinita, 2016). En esa expedición que ella misma hace hacia el centro visceral de su relación con las palabras —y con ella misma—, la autora se convierte en línea y se traza a sí misma en el mundo dibujado, un plano paralelo donde las palabras también se vuelven línea y, de esa manera, ambas coexisten en el mismo plano y, por tanto, cohabitan en unas condiciones más, digamos, igualadas. Como resultado de esta exploración, los dibujos aparecen insertados en sus novelas pero también se vuelca a narrar en el formato gráfico, como hizo en Letra rebelde o acompañando a Belén Gopegui en el cuento infantil Las nubesfuria (Somos Libros, 2021).

Otra es un libro fragmentado: hay dibujos, historias pequeñas, otras más largas, diferentes formatos, cortes y recortes. “Desde que me propuse escribir con intención de contar algo para lo que no tenía palabras pero sí necesidad de compartir, escritura y andadura vital me resultan indisociables”, explica. “Desde ahí escribo como puedo, la época y el contexto es multitarea, interrumpida, rauda e injusta. No creo en las etiquetas estancas y no soy en este instante la misma que escribe el punto a la oración; desde ahí intento expresarme. Mi sentido del tiempo, de los significados y los movimientos, supongo, me lleva a seguir adelante, evitar las comodidades que puedan ser como trampas para creernos que ya lo hemos hecho y escrito todo. No, siempre queda mucho por hacer. Otra está escrita con sus cortes, sus ensamblajes y mezclas, es así, forma y fondo tan indisociables como mi cuerpo de estas ocurrencias que escribo”.

Evaporar una novela

Tres temas son los ejes de su último relato: la salud mental, la adicción y la precariedad, si es que esos tres no son en realidad uno solo. Mónica bebe a cualquier hora, pierde el conocimiento y el control, unas veces disimula y otras no. “Gluglú”, es la onomatopeya que se escucha en todo el libro. “El alcoholismo es la adicción que más conozco desde los trece años, la que más problemas y dolores de todo tipo me ha dado, la que más me ha preocupado”, admite Carrero. “Ahora la he aislado y acotado para escribirla, en concreto, como mujer occidental, cincuenta años, blanca, clase media, madre que desde luego ofrece su humana imperfección a sus hijos e hijas como lo que hay, ya que vienen de ahí”.

Tras el capítulo Memorias de una buena borracha, en la segunda parte del libro, Mónica aporta un álbum de cromos de otra bebedoras. “Después de acaparar el protagonismo decide pasar el micro a las demás, las borrachas cualquieras, anónimas, para que escuchemos su voz. Mónica ya nos ha dicho que desde hace tiempo las observa, escucha, aprende y se compara con ellas”, explica la autora. Por ejemplo Blanca, periodista freelance, 37 años, su madre bebía para flotar, su padre lo hacía para acopiar fuerzas, ella lo hace de manera instrumental, dice, para calibrar la vida desde una óptica alterada. O la restauradora de muebles Teresa, de 48, para quien 24 horas de abstinencia se convertirían en un infierno de pensamientos y recuerdos contra sí misma.

Aunque Natalia Carrero comenzó a amasar el material de Otra hace tres años, antes del inicio de la pandemia la novela se titulaba Bebible. La rompió en el confinamiento: “Como si se me hubiera evaporado”, dice. Ahí la reconvirtió en algo más cercano a un collage —“ilegible”— que tituló Novela evaporada. “Intenté publicarla después del confinamiento. Ahora me alegra no haberlo conseguido. Las negativas me hicieron repensarla toda, retomarla y volver a escribirla, volver a condensarla en letras”. Tras el confinamiento, Mónica volvió a las pantallas de Ctxt con un episodio titulado La novela que no escribiremos. Cosa que sí hizo y que ahora es publicada por Tránsito.

Para que una mujer hoy se pueda dedicar a la escritura debe “dejarse de decorados”, señala. “Que eso de ‘dedicarse a la escritura’ no signifique una pose sino un montón de acciones diarias que despierten conciencias, aporten consuelos e imaginen cambios”. Entre Soy una caja y Otra, a la autora “le han pasado los años”, dice sobre sí misma. Los años es no solo tiempo, sino también “lecturas y relecturas”. “He aprendido poquísimo, seguramente, pero sí algo muy importante y perdurable que conviene que repitamos y escuchemos bien: Debemos cuidar el planeta y alrededores”, advierte.