Reunión es una novela corta de apenas 120 páginas, pero en ella Natasha Brown ha conseguido condensar las dudas sobre el verdadero significado de términos tan en boga como diversidad, meritocracia, superación, igualdad. Después de conseguir aplausos encendidos cuando se publicó en Gran Bretaña en 2021, ahora llega en castellano de la mano de Anagrama traducida por Inga Pelisa y en catalán por parte de L’Altra editorial con traducción de Maria Arboç Terrades. Son solo dos de los quince idiomas a los que se han vendido los derechos.
Brown dispensa con cuentagotas la información sobre la protagonista, de la que en un principio solo se sabe que es mujer y trabaja en una oficina. No tiene nombre ni edad definida –aunque se intuye que es joven– ni llegará a tenerlos. Porque la intención principal de la escritora es dejar que el lector o lectora rellene las lagunas que deja un texto en el que a veces se arremolinan los pensamientos de la narradora sin orden ni concierto, como ocurre en la mente de cualquier persona.
La autora concibió el libro de la manera en la que finalmente ha quedado plasmada la historia. Según explica en la presentación de la novela en Barcelona: “Sabía que la voz de la narradora sería el hilo conductor. Después fui componiendo los espacios que quería explorar, por los que quería que ella se moviera”. A partir de ahí fueron surgiendo los diferentes personajes que la rodean, su novio, su amiga, sus compañeros de trabajo. “Traté de entender sus necesidades, sus deseos, lo que estaba sucediendo, cómo se cruzaban todas sus historias y en qué período de tiempo debía desarrollarse la trama”, afirma.
Poco a poco se descubre que la protagonista es inglesa, aunque su familia viene de Jamaica. Su historia, basada en el esfuerzo de superación, es la de tantas otras: padres que trabajan para proporcionarles una vida mejor a unos hijos que, a su vez, se esfuerzan por conseguir ese objetivo y superarlo. Pero su raza, su género y la clase social de la que proviene, ponen de manifiesto que los privilegios siguen perteneciendo a quienes ya lo tienen todo dado. Por muy abultada que sea la cuenta del banco, no pesa lo mismo que el linaje familiar en Europa.
“El que no sepamos mucho de la narradora está hecho a propósito con la intención de crear espacio en el que el lector se vea a sí mismo en esas situaciones y sea creíble, una sensación casi tridimensional”, afirma. Brown estudió matemáticas en la Universidad de Cambridge y se acercó a la escritura cuando en 2019 consiguió una plaza en el programa de formación de los London Writers Awards. “A veces hay mucho misticismo en torno a la escritura. Pero recibir comentarios de otros escritores y comprender realmente cómo funcionan las técnicas y los fundamentos de la escritura, cómo podía usarlos y qué tipo de efecto tienen me ayudó a calibrar lo que estaba tratando de lograr. No fue cuestión de magia”, cuenta.
Sin embargo, tampoco era nueva en el mundo de la literatura. Siempre ha sido una lectora ávida y había dado clases de crítica literaria cuando era estudiante. “Leer mucho durante mi tiempo libre y tener nociones teóricas me ayudó a definir lo que quería escribir. Pero al principio había una brecha enorme entre lo que consideraba estéticamente bueno y lo que conseguía producir”, sostiene. “Por suerte, mi experiencia como lectora me ayudó a guiarme hasta el punto en que al menos estaba componiendo oraciones de manera correcta y que transmitían lo que quería”, dice.
La escritora y el personaje
Si un autor o autora comparte ciertas características con el personaje central de su obra, la etiqueta de 'autoficción' aparece al instante. Y en el caso de Reunión, la protagonista es una mujer negra británica que ronda la treintena y que trabaja en el sector financiero, al igual que Brown cuando escribió la novela. Afirma, como muchos otros escritores que se ven en esta tesitura, que el libro no trata de ella. “He tratado de mantener un espacio lo más amplio posible entre yo y mi protagonista. No hablo demasiado de mí misma porque con cuestiones de identidad sacamos conclusiones basadas en las cosas que vemos y asumimos unos de otros y siento que a veces eso puede dañar un trabajo”, relata.
Brown y su protagonista crecieron en Londres, la segunda al lado de un cementerio que contemplaba desde su piso. Este es uno de los pocos detalles que ofrece a quien lee, así como nombres o descripciones de partes de la ciudad que pueden ser reconocibles para quien haya estado. También de las afueras, como la casa de campo de Newbury que pertenece a la familia de su pareja. Un buen método para describir las diferencias de clase tan marcadas de la sociedad inglesa.
No hablo demasiado de mí misma porque con cuestiones de identidad sacamos conclusiones basadas en las cosas que vemos y asumimos unos de otros
“La riqueza de la familia posee una fisicidad fundamental. La casa, estos terrenos, el personal, las obras de arte: todas las cosas que pueden tocar, habitar, que les dan de vivir. Y la genealogía de la familia, todos los documentos, las fotografías. ¡Libros! Una historia escogida y cuidadosamente preservada”, dice la protagonista en la novela. “Imagina crecer rodeado de esto. El hijo, por descontado, insiste en que las mejores cosas de la vida son gratis. Todo esto era, es, gratis para él”.
Según la escritora, se sirvió de esas pinceladas para evocar una imagen mucho más grande. Y menciona el libro de Roland Barthes Myth Today (1957), que trata sobre la creación de mitos en las sociedades modernas, como influencia a la hora de trazar ese imaginario. “La caricatura y las cosas desdibujadas a veces pueden ayudar, supongo, a mostrar dónde se está aportando el contexto más amplio y cómo se interpretan esas imágenes. Así que realmente quería jugar con esos espacios y ver qué era lo mínimo que podía poner en la página”.
Su manera de describir escenas y personajes ha hecho que la prensa cultural haya comparado a su protagonista con La señora Dalloway de Virginia Woolf. Sobre todo porque ambos libros arrancan con la escena de una mujer que se prepara para un fiesta mientras hace un repaso mental del día. Pero ella afirma sentirse más cercana a escritoras como Claudia Rankine o a la novela The Reluctant Fundamentalist de Mohsin Hamid (2007), por la fragmentación de su estructura.
Nada también es una decisión
De alguna manera, Reunión tiene algo de novela generacional en la medida en la que recoge el síntoma del cansancio extremo de los millennials. “Creo que en gran medida lo es. Y aunque se tiende a utilizar el término millennial como sinónimo de joven, los cierto es que ya son algo mayores. Y se están cuestionando cómo van a salir de esa fase temprana de la edad adulta, qué elementos de la vida están funcionando y cómo deberían o cómo querrían cambiarlos en el futuro. Creo que esas preguntas e ideas están presentes en muchos de los libros de esta generación”, dice.
Precisamente, esas dudas, ese agotamiento y el miedo determinan el día a día de la narradora, que lucha contra la idea de integración que constantemente le sugiere/obliga la sociedad en la que vive. “En el mejor de los casos: esas chicas crecen, se integran, consiguen trabajo y vierten dinero a raudales en un gobierno que no deja jamás de decirles que no son británicas. Que esta no es su casa”, reflexiona la narradora, que en muchas ocasiones acude a colegios y universidades a dar charlas motivacionales sobre las ventajas de estudiar y trabajar en grandes corporaciones.
La protagonista no sabe dónde está el punto en el que se puede permitir parar, frenar la inercia que la impulsa a seguir subiendo y alcanzar los objetivos que se supone que debe cumplir o anhelar. Por eso, cuando la vida le pone delante la posibilidad de tomar una decisión determinante, opta por no hacer nada. “Creo que el personaje es intencionalmente una pizarra en blanco. No percibimos demasiadas emociones en ella. Nunca la vemos levantar la voz o incluso sentirse realmente frustrada. Y sé que va en contra de lo que la gente desea muchas veces, porque cuando hay una injusticia que crece, luego llega el clímax y el desahogo. Pero quería mantener la incomodidad”, sostiene Brown.