Mila, la protagonista de No estoy aquí, pregunta insistentemente a sus padres si es adoptada. Ante la ausencia de fotos suyas en el álbum familiar, la presencia de un hermano que es el favorito de la casa por ser hombre y más simple que un botijo, y la escasez de rasgos reconocibles de sus padres en sí misma, la cuestión de los orígenes orbita toda su infancia. Cuando, años después, se quede embarazada, Mila empezará a recordar sus primeros años en un barrio sin nombre de la periferia de Barcelona.
La escritora y periodista Anna Ballbona quedó finalista del Premio Llibres Anagrama en 2016 con su primera novela, Joyce y las gallinas. Con su nueva novela ha repetido la jugada en el mismo premio que acarició hace cuatro años, pero con mejor suerte: haciéndose con el premio principal. Aunque la suerte se entiende según se mire, porque cuando No estoy aquí se anunció como la ganadora indiscutible del certamen, una borrasca llamada Gloria arrasó el país. Y cuando iba a llegar a las librerías, se declaró el Estado de alarma.
“Parecía que el libro estaba esperando su momento adecuado y me gastaba bromas”, explica la propia Ballbona a este periódico. Ahora, la novela empieza a rondar por fin estanterías y no podemos por menos que rescatarla. Originalmente escrita en catalán, pero excelentemente traducida al castellano por Concha Cardeñoso, la nueva novela de Ballbona es uno de los retratos literarios familiares más bellos y certeros del año.
Cuando tus raíces no te representan
“No estoy aquí nació hace seis años cuando estuve haciendo una residencia de escritores en Nueva York”, cuenta Anna Ballbona a elDiario.es. “Recuerdo que allí empecé a preguntar a todo el mundo de dónde venía, qué familias tenían, cómo eran sus padres… y me di cuenta de que eran preguntas que llevaba años haciendo. Así que decidí hacer una exploración literaria sobre eso: sobre la extrañeza de uno mismo con sus orígenes. El no reconocerse en el background familiar”.
A partir de esa idea, No estoy aquí se expande en múltiples direcciones. “Los orígenes de Mila es un tema que atraviesa la novela con diferentes ramificiaciones”, explica la autora. “En ella, esa incertidumbre genera una extrañeza original y existencial. Sea por lo que ha vivido en su casa o por venir de una familia de campesinos heterodoxos, su mirada tiene algo de persona que mira al mundo actual con cierta perplejidad”.
La maternidad es el punto de partida de esa exploración: las dudas sobre la crianza, los cuidados y la educación que recibirá su hija empujan a Mila a pensar en lo que vivió ella misma.
“La maternidad, y en realidad madurar como persona, también implica preguntarse sobre la herencia que has recibido. Sobre qué hay en ti de ella y qué quieres compartir con los demás. Qué repites por inercia. De qué cosas eres consciente, y cuáles jamás pensaste que estaban ahí”, reflexiona Ballbona.
“Ese mundo interior marca su personalidad. Y era importante reflejar la idea del desclasamiento: todos no venimos de la misma casa, ni tenemos la cuna a la misma altura. Saberlo ayuda a comprender que los caminos no serán igual de fáciles para todos”. Una idea que, precisamente, conecta esta novela con la anterior obra de la autora: Joyce y las gallinas.
La España vacía de polígono industrial
Las raíces de Mila la anclan a un sentimiento rural de masía humilde. A un padre de pocas palabras y mucho gesto impasible, de poca presencia en casa y muchas horas de sudor en el campo. También a una madre esforzada pero ausente a su forma: sin comprender por qué su hija quiere crecer lejos del pedazo de tierra que es su hogar.
La juventud y los estudios universitarios llevan a la protagonista de No estoy aquí hasta Barcelona. A vivir perdiendo horas en transporte público para poder conocer la libertad con barrotes de quien ha cumplido la mayoría de edad sin que esta venga acompañada de una independencia real. De quien sigue volviendo a dormir a casa.
“Para mí era importante no construir el conflicto por oposición: lo rural frente a lo urbano, el pueblo frente a la ciudad”, explica, “por eso el mundo del cual viene Mila es un mundo que convive con ese contraste, que no es ni lo uno ni lo otro”.
Es ese barrio de periferia, de polígonos industriales, puentes largos sobre autopistas y cementerios que se ven desde la carretera. De ruido perpetuo de camiones de gran tonelaje pero también de grillos y fauna urbana. “Ese mundo no es lo que podríamos llamar la clásica zona rural, si es que eso existe, sino un mundo que está situado en una especie de frontera invisible”.
La voluntad de expandir horizontes lleva a esta protagonistsa hasta París. Una ciudad en la que vive entre la ansiedad por descubrir cosas nuevas, y el hastío por lo deshumanizador de una urbe de doce millones de habitantes. Ese París que dialoga con el que podíamos leer en Reina de Elizabeth Duval (Caballo de Troya), y con el de los Buttes-Chaumont de Vernon Subutex de Virginie Despentes (castellano: Literatura Random House, catalán: Sembra Llibres).
Pero por lejos que vaya, Mila termina por volver la vista hacia atrás. Al fin y al cabo, todos lo hacemos. No estoy aquí es, en definitiva, el viaje de alguien alguien atrapado entre poleas ascendentes y descendientes. Las que suben le recuerdan su yo ingenua y curiosa rodeada de un mundo campesino. Las que bajan la llenan de dudas por la criatura que lleva en el vientre. Y haga lo que haga, seguirá suspendida entre unas y otras, entre el recuerdo de lo que fuimos y el miedo a lo que podríamos ser. Aunque por supuesto terminas siendo tú mismo, como diría Foster Wallace.