Tres palabras para el Bloomsday

15 de junio de 2017 19:15 h

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Hubo un momento en la vida de Joyce en el que se imaginó a Shakespeare haciéndose pasar por Homero y a él mismo travistiéndose de Dante o algo parecido. Lo curioso es que a este momento sublime de Joyce viven entregadas infinidad de personas en todo el mundo. Sin duda alguna, el Ulises se escribió para mantener ocupada a la gente durante siglos.

Tal es así que cada 16 de junio se conmemora el Bloomsday o lo que es lo mismo, un día en la vida de Leopold Bloom, de su mujer Molly y del joven Stephen Dedalus. Un día en la vida cotidiana del Dublín de principios de siglo y un día que puso Joyce por escrito tras largas derivas que fueron perforando su úlcera.

El mayor de sus hallazgos, por ser el más profundo, le saldría al encuentro una noche en un cabaret de Zúrich; una taberna de artistas donde Joyce entró a beber como un refugiado más y acabó quitándose el sombrero, un modelo frégoli que le venía grande y con el que recogerá las palabras definitivas para el final del Ulises.

El monólogo de Molly Bloom saltó sobre Joyce en el momento en el que tres hombres terminaban de recitar al unísono, cada uno en una lengua, un poema simultáneo que abordaba dominios desconocidos en lo que a sonoridad se refiere. La entonación polifónica venía reforzada con el acompañamiento de un tambor, de un pito y de un sonajero.

Richard Huelsenbeck, Marcel Janco y Tristan Tzara eran los recitadores; artistas refugiados de una guerra que se podía haber evitado pero que se hizo inevitable desde el preciso instante en que la paz ofreció más incertidumbres que la propia guerra. No sé si me explico pero la dimensión moral deja de existir cuando esto ocurre y es el momento en que aparecen los juegos de palabras y los juguetes literarios.

Cuando hace un siglo, el arte entró en tensión con la política, no solo vino a romper antiguas formas de expresión, sino a presentar nuevas formas que cuestionasen el conflicto por otros medios. Esto mismo estaba sucediendo sobre el escenario de una taberna cuyo nombre será preciso recordar para los restos: Cabaret Voltaire.

El local lo conducía un marinero holandés retirado y quedaba en el barrio de Niederdorf, al principio de un callejón donde James Joyce solía aliviar su vejiga. Una noche de aquellas, Joyce afinó su puntería sobre el verdadero objetivo de la obra de arte, que no es otro que la expresión simultánea de los estados de ánimo.

La inversión homérica del Ulises y el monólogo de su desenlace, van a tener su origen sobre el escenario de un pequeño cabaret en el preciso momento en que a James Joyce le asalta el fantasma del padre de Hamlet que, a su vez, es arrastrado por la voz poseída de Marcel Janco, recitando en inglés la parte final del poema titulado: L'amiral Cherche Une Maison à Louer, o lo que viene a ser lo mismo: El almirante busca casa para alquilar.

Con una voz que se distinguía sobre las demás lenguas de la guerra, Max Janco terminaba de recitar:

El monólogo final de Molly Bloom tuvo en el Cabaret Voltaire su principio cuando, sobre el escenario, tres voces propiciaron el exorcismo. Poco o nada se ha escrito sobre esto pero gracias al fragmento final que Max Janco recita con cadencias de orquestina borracha, Joyce conquista el momento último del Ulises, cuando una mujer rota en lo más hondo termina de recordarse a sí misma:

Después del final, tres palabras; tres ciudades:

Tres ciudades por las que Joyce pasaría recogiendo palabras del suelo como si fueran colillas y el propósito de montar con ellas un juguete literario; una obra que expresase la simultaneidad de los estados de ánimo que, sin ir más lejos, se pudiesen dar en un día cualquiera de su ciudad natal: Dublín, ahí donde la vida cotidiana será tratada como un espejo en el que la alta cultura se vea reflejada con los cuernos que coronan a Shakespeare.

Solo a un gamberro se le ocurre apoderarse de la sonoridad de la misma lengua de Shakespeare para hacer algo así. Un gamberro que persiga el sueño de abarcar la comprensión de las capas populares, escribiendo una historia que atienda a lo microscópico de nuestra vida cotidiana, sin darse cuenta de que, soñar así, es una manera involuntaria de fracasar puesto que la verdad en la vida y la verdad en la literatura nunca son idénticas.

Por esto último, identificar ambas verdades ha sido un continuo error de la vanguardia literaria. Sin pretenderlo, la obra de vanguardia se convierte en un galimatías de pasajes herméticos que se alejan de la calle y del entendimiento popular y por lo tanto, de la vida. Enredijos no aptos para iniciados y que acontecen en tiempos de guerra cuando la dimensión moral sólo se puede recuperar encontrando la expresión exacta que devuelva el sentido a las ruinas. Por decirlo de otra manera: el Ulises de Joyce es obra fundacional de la vanguardia literaria y ejemplo de hermetismo con sus distintos grados de voces.

Con todo, es preciso recordar que El Cabaret Voltaire y Joyce coincidirán en el tiempo de Europa para ofrecernos un estado de ánimo, el del principio de un siglo que va del fuego a las brasas y de un conflicto al siguiente, mientras la política mantiene su continuidad en la guerra, sobre el índice de cadáveres.

Siguiendo el paso a los fantasmas, tal día como hoy es posible imaginar la odisea interior de Joyce mientras camina lejos de Dublín, por un callejón neutral al conflicto. Son horas en las que el hígado pide hacer su trabajo y en el rincón más oscuro Joyce se detiene a afinar la puntería para luego, volver sobre sus propios pasos. Como si se le hubiese olvidado algo o mejor aún, como si hubiese sido llevado por una intuición de esas que arroja el Diablo, James Joyce sortea cubos de basura y cruza la puerta del Cabaret Voltaire. Lo hace como el que regresa del noveno círculo del infierno con el propósito de burlarse de sus enterradores.

Hoy es el día apropiado para recordar estas cosas por ser hoy 16 de junio, que es cuando toca celebrar la inversión y la deriva de un artista con vicios de borracho y que escribió el Ulises para tenernos entretenidos durante siglos. Feliz Bloomsday.