Miguel Delibes lo denunció en 1979 y Juan Marsé en 2005, pero todos los años salta la liebre de una forma u otra y el Premio Planeta contribuye a los rumores con su fallo: los ganadores del certamen más goloso de este país están pactados, no se presentan bajo seudónimo y dependen más de un criterio comercial que de uno artístico, que dirían las malas lenguas.
Todavía hay miembros del jurado y gerentes del grupo editorial, como Jesús Badenes, que se afanan en defender la honestidad de su palmarés. Dicen que incluso una vez se premió a un autor muerto (a Jesús Zárate en 1972). Pero salvo esta y otras excepciones contadas, casi todos los que se alzan con él cuentan por lo menos con un best-seller en su bibliografía.
Ese es el caso de Javier Cercas y Manuel Vilas, los últimos vencedores. Las ventas de Soldados de Salamina (2001), publicada en Penguin Random House, permitieron al primero dedicarse únicamente al complicado oficio de escribir. El lanzamiento de Ordesa (2018) situó al segundo como fenómeno literario en más de veinte listas distintas y a Penguin como propietaria de una tirada de novelas millonaria que no para de crecer.
Entonces, ¿el Planeta cambia la vida a sus titulares? O, a pesar de ser el mejor dotado de los que se entregan en España (y por ello el más mediático), ¿es solo una mano de oro para reyes y reinas Midas?
Santiago Posteguillo, ganador de la edición de 2018, reconoce que los 601.000 euros del bote no supusieron un cambio radical en su cuenta de ahorros ni en su estilo de vida. “El asunto económico es importante, pero mis novelas ya funcionaban. No lo minimizo, pero en mi caso me motivaba más el prestigio del premio y la visibilidad”, explica el autor de Yo, Julia a eldiario.es.
De hecho, como admitió en una entrevista con este medio justo después de ganar el Planeta, el mayor cambio de pasar de un tipo de best-seller a otro fue que ahora sí le saludan por la calle: “Salgo a pasear a la perra y me paran todos, desde el farmacéutico hasta la señora de la papelería”. Bromas aparte, a él le ha abierto las puertas de una secuela de Yo, Julia y una miniserie en Movistar+ donde hablará de mujeres de la Antigua Roma.
“Es cierto que dentro de la visibilidad del Planeta entran estas otras posibilidades”, dice quien también cuenta con el Premio de la Semana de Novela Histórica de Cartagena, el de la Ciudad de Zaragoza y el de las Letras Valencianas. “No quiero comparar, porque cada premio tiene su prestigio y su dimensión, pero ninguno tiene la repercusión mediática de este, eso hay que reconocérselo al señor Lara”, apunta. “El día del fallo, da igual lo complicada que sea la actualidad, se va a hablar de cultura por todas partes”.
Aunque a Santiago Posteguillo no le gusten las comparaciones, las cifras hablan por sí solas y, si bien no son sinónimo de prestigio, establecen una línea millonaria con otros certámenes literarios.
Según cotejó la web especializada ExLibric, los 600.000 euros del Planeta dan un salto exponencial hasta los 175.000 euros que ofrece el Premio Alfaguara de Novela y que supone el segundo más cuantioso del país. Y de estos a los 18.000 euros que ofrece el Tusquets, el Nadal o el Herralde (todos pertenecientes al grupo Planeta menos el último), la brecha es aún mayor. Y no es casualidad que la fama de los premiados en un caso y otro vaya en relación.
Pero no es oro todo lo que reluce, y si no que se lo digan a Ángeles Caso, ganadora del Planeta en 2009, que lo definió como un “calvario” hace unos años. La periodista se hizo con el premio por la novela Contra el viento, lo que provocó un tsunami de avisos de Hacienda que le sumieron en la ruina, en sus propias palabras. Lejos de disparar su carrera literaria, Caso decidió dejar de escribir y retirarse a una parcela a medio construir en Oviedo, pues la hipoteca de la finca la destinó a pagar la multa del fisco.
Posteguillo comparte el sabor agridulce por el palo de Hacienda con ella y otras que se han pronunciado al respecto, como Lucía Etxebarría. “Por el hecho de ganar dinero con tu ingenio, tu esfuerzo y tu trabajo, a veces recibes un trato criminal por parte de ciertas instituciones” denuncia. En su opinión, “si tuviéramos un tercio de los políticos que hay en España, habría más dinero para hospitales, educación y cosas importantes para los ciudadanos, y estaría mucho más contento de pagar el 50% de impuestos que pago”.
A pesar de estos males, y de las promociones maratonianas de ocho meses, Santiago Posteguillo agradece haber cumplido su sueño de infancia con Yo, Julia. “Desde que tuve conciencia supe que quería escribir y ganar el Planeta”, sostiene el historiador. Pero quizá sea un sueño que no se puedan permitir los escritores con menos de siete ediciones y una tirada por debajo de los 200.000 ejemplares.
Marta Sanz, ganadora del premio Herralde 2015 —recordemos, 18.000 euros— lo dice de forma más cruda: “La pasta es tan importante en el mundo en que vivimos que, a mayor dotación económica, las editoriales querrán asumir menos riesgos y es muy posible que se lo ofrezcan a nombres ya consagrados”.
Aunque la autora de Farándula (Anagrama) emitió estas declaraciones antes de conocer el fallo del Planeta, no erró el tiro. Antes de hacerse con el Herralde por ese título, Sanz quedó finalista en 2010 con Black, black, black, lo que le situó en el radar de los editores y le dio alas realmente a su carrera literaria. “De modo que no siempre el interés de un premio consiste en ganarlo. A veces te llevas el gordo de otra manera”, concede.
El Herralde le hizo visible en una industria caprichosa pese a llevar publicando desde 1995 y, gracias a eso, “viajo, participo en congresos, me invitan a clubes de lectura, hablo con las personas que me leen y el número de esas personas se ha multiplicado, me entrevistan, puedo explicarme y mal explicarme también”.
Sin embargo, no cree que la industria literaria en España dependa tanto de estos galardones, puesto que los más famosos adolecen de la desconfianza del público, como el Planeta, y los que son limpios “a menudo no encuentran lo que buscan”.
En ese sentido, Sanz establece una línea entre el que ofrece el grupo de José Creuheras y el que ganó ella. Puesto que, aunque “aporta un capital simbólico, a menudo te abre puertas que no te abren otros premios con mayor dotación económica”. “No hemos ganado seiscientos mil, pero al menos tenemos la esperanza de que se nos recordará como personas que se dedicaron dignamente a su oficio”, diferencia.
Aún así, “a nadie le amarga un dulce”, y Sanz anima a considerar los premios como una opción muy válida de promoción incluso para los principiantes. “Estamos en nuestro perfecto derecho de seguir creyendo en los Reyes Magos, vivir en un mundo de fantasía e ilusión y pensar que vamos a ganar el Planeta”, pero, asegura, hay otros más humildes en los que un fallo honesto está asegurado. “Posiblemente, si nuestra dotación fuese de 600.000 euros, la cosa cambiaría”, dice sin un ápice de sarcasmo.
¿A quién le sirven los premios literarios?, rezaba un reportaje de Babelia el año pasado. Puede que la respuesta sea a Marta Sanz y a otros autores que no esperen embolsarse un cheque de más de medio millón. “El Herralde consiguió que se rescataran textos míos que otras editoriales habían dejado morir. Sé que el premio ha hecho de mí una escritora muy privilegiada”.