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Albert Camus es necesario en tiempos de éxodos

Viñeta de la edición ilustrada de 'El Huésped', por Jacques Ferrandez/ Imagen cedida por Norma Editorial

Mónica Zas Marcos

Si el Olimpo existe, debe tener un panteón donde vagan los héroes literarios. Aquellos, reales o ficticios, capaces de controlar a unas masas sedientas de silogismos a golpe de pluma y papel. Los terrícolas preferimos llamar a ese mausoleo de cristal Premio Nobel de Literatura. En el caso de Albert Camus, no hizo falta que un tribunal sueco ratificase con sus palabras todo lo que el escritor argelino ya había evidenciado con las propias. Que su emblema no caduca. Que su filosofía ha de ser rescatada para agitar las conciencias modernas, aunque algunos insistan en enterrarla junto a los huesos de su autor.

No sabemos si en el cielo, pero desde luego creía en el infierno: “Sólo hay un averno y está en este mundo”. La lucha no acaba con la muerte y eso bien lo sabía Camus.

Una rápida ojeada por su obra es suficiente para imaginarle con puño de hierro al escribir las barbaridades perpetradas durante la independencia de Argelia. Paradójicamente, dotaba a sus textos de un cariz esperanzador con la naturaleza humana mientras presenciaba desde las trincheras el yugo del ejército francés sobre su colonia africana. Revolución sí, pero pacífica, lo que le distanció más tarde también del Frente de Liberación Nacional argelino. Fue su lucidez ante los eslóganes políticos la que talló este carácter conciliador, despreciativo ante el desprecio y sediento por adivinar la solidaridad del hombre entre tanta alienación.

“Cuando estalla una guerra, las gentes se dicen: ‘Esto no puede durar, es demasiado estúpido’. Y sin duda una guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero eso no impide que dure. La estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si no pensara siempre en sí mismo”. Utilizó La Peste como catalizador del horror que vivió en la resistencia durante la IIGM. Una metáfora que comparaba una plaga incontrolable y letal con el egoísmo sanguinario de los hombres en la curiosa ‘guerra de las alianzas’. Esos riesgos que compartimos no se han esfumado. De ahí la vigencia de Camus.

Quizá, de seguir vivo, este pied-noir habría descolgado de su ventana una pancarta con el tan viralizado “Refugees Welcome”. Y quizá recuperarle como referente ante la crisis humanitaria actual no sea tan desafortunado como el argumento del ministro Margallo (comparando la independencia de Cataluña con la de Argelia). Pero siempre nos quedará Daru. El cabecilla de su relato El huésped, reencarnado en Viggo Mortensen, podría convertirse ahora en un héroe altruista y atemporal para esta crisis de éxodos.

El pacifista revolucionario

Durante los años cincuenta, los amaneceres en el Atlas se tiñeron poco a poco de carmín con la sangre de argelinos y franceses. Camus relata la fatal historia de Daru, un profesor galo que pone en riesgo su vida para salvar la de un prisionero condenado por la germanderie. La solidaridad y la conciencia humana se sitúan en el paredón frente a los rifles de la venganza. Tras enredar con la moral durante setenta páginas más, culmina en una suerte de final abierto donde, como sello de la casa, se masca la tragedia.

Si Camus se hubiese querido vender a los rotativos, los corresponsales de la época se habrían quedado sin oficio ni beneficio en Argel. Pero él era periodista para otros menesteres, como el apoyo a la anarquía y la condena del marxismo. Prefería disfrazar la crónica bélica con un velo humanista y encontrar en sus cuentos un oasis entre los inhóspitos parajes argelinos.

No sentía apuro al enfundarse el traje de capataz o de guerrillero árabe sin resultar impostado en esta dualidad. Y eso se entiende muy bien en el título original del relato, L’hôte, que significa a la vez huésped y anfitrión. Una simbiosis entre los dos protagonistas que desafía los límites del silencio para evitar caer en la condescendencia.

“Hacía veinte años que quería adaptar esta obra al comic. El juego en el que participan los dos personajes refleja el del propio Camus, desgarrado entre dos corrientes luchando contra una situación inextricable en la guerra de Argelia. Nos encontramos, más allá de la soledad de Daru, toda la elección problemática de su creador: el compromiso, la moral y la justicia”. Así describió el ilustrador Jacques Ferrandez su inclinación hacia la obra de Camus y, en concreto, hacia este relato. Su compatriota encontró en el estilo íntimo y mudo del autor un pretexto para convertirlo en viñeta. Estas tiras han sido publicadas en nuestro país por Norma Editorial.

Lo absurdo del terrorismo

Conviene leer a Camus en tiempos de crisis humanitarias, de guerras, de refugiados y de éxodos descarnados. Exprimir su retórica para todos los públicos ayudará a comprender una perspectiva de la historia que nada entre lo inevitable y lo injustificable, pero sin dejar de ser una sucesión de absurdos.

Y el coloso de los absurdos es el terrorismo. El terror individual o colectivo fue el pilar de El exilio y el reino, antología que integra el relato de El Huésped, y la obsesión que le persiguió hasta sus últimos días. Para luchar contra el epicentro de sus tinieblas, que ahora quita el sueño a muchos más que aquellos pensadores, recurrió al periodismo. Un periodismo que no existía solo para dar cobijo a los repudiados de la sociedad. “El periodismo no era exilio: era reino, y en el reino de la prensa, lo efímero es lo que definía la condición humana”, escribía Carlos Fuentes en El País. Las contiendas ideológicas no habían de tener cabida en este oficio porque siempre escondían entre líneas los intereses del dinero.

Desde Alizanza Editorial defienden precisamente que esa rémora nos aleja del pensamiento de Albert Camus en la actualidad. “Creo que en absoluto nos acercamos a aquella solidaridad a la que siempre apelaba en su obra. El gran dios dinero no lo permite. Pero, tal vez, tampoco la propia condición humana”, dice Javier Setó, responsable de la edición Libro de Bolsillo de El reino y el exilio.

“Estos relatos de Albert Camus inciden, como en él es habitual, en la soledad radical del hombre, pero no desesperan del todo. Parecen dejar siempre un resquicio a la esperanza o a la convicción, siquiera lejana, en la naturaleza humana”, señala el editor. Alianza ha publicado buena parte de la obra del argelino y en octubre sacará a la venta todo su repertorio digitalizado.

Lejos de los hombres es el título que ha elegido para su adaptación el director francés David Oelhoffen. Lejos de los hombres, pero no de sus virtudes, colocamos a Albert Camus. Un optimista de la tragedia que creyó que “en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

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