'Ropa tendida' de Óscar García Sierra, retrato de la infelicidad en una familia española

Ana Tenías

27 de octubre de 2024 22:11 h

0

“Xairu se queda un momento callado antes de colgar. Pasa unos minutos con el móvil en la mano, pensando en su padre, en lo triste que parece, en cómo nunca ha demostrado ni esa tristeza ni todo lo contrario. También piensa que crecer es como una carrera a ver quién se da cuenta antes: tú de que tus padres nunca han sido felices, o ellos de que tú no vas a serlo nunca”. En Ropa tendida (Anagrama, 2024) la tristeza es una herencia que pasa de padres a hijos, un camino que no acaba y que transforma la miseria en pequeñas y grandes violencias, un retrato de cómo el odio se va manifestando en la vida de uno mismo y hacia los demás. Para Óscar García Sierra, es también una radiografía de lo que ve a su alrededor. Una prueba de la facilidad con la que una vida se va derrumbando sin que uno apenas pueda darse cuenta.

El pueblo de Llanos de Alba, en León, tiene el cielo naranja y el aire cargado de polvo. Son los días posteriores a la demolición de la central térmica de La Robla, la misma que cerraba la primera novela del autor, Facendera (Anagrama, 2022), y que ahora le da continuidad no a la historia, pero sí al paisaje en el que esta sucede. Isidorín se ha prejubilado después de toda la vida en la mina y esa mañana de neblina y oscuridad discute con aparente normalidad con su mujer, Milagros, que se prepara antes de ir a la residencia de ancianos en la que trabaja como auxiliar de geriatría. “Como mi madre”, revela en esta entrevista el escritor. 

La hija, Tania Tamara, se fue a la ciudad escapando de las dinámicas dañinas de su familia —las mismas que sus padres quizás nunca sean capaces de entender— y el otro hijo, Xairu, anda metido en problemas y va a presentarse a las próximas elecciones municipales con la ultraderecha. En esta sucesión de historias de vida, en las que unas veces no pasa nada y otras pasa todo a la vez, García Sierra explora por dentro los hábitos de una familia española de clase trabajadora cualquiera para demostrar que la infelicidad es en realidad un artefacto hereditario, incalculable en el tiempo, traspasable de unos a otros y, casi siempre, demasiado difícil de revertir.

Literatura de lo rural

“A pesar de llevar más de diez años en esta ciudad, me siento incapaz de escribir sobre Madrid”, dice Óscar García Sierra desde una cafetería de la capital en la que se cita con este periódico. El escritor leonés ficciona otra vez bajo la atmósfera de las cuencas mineras, la desindustrialización y la despoblación rural de su pueblo natal y alrededores “porque me sale natural”, alega, “quizás por haber vivido tanto tiempo allí, quizás por un sentimiento de deuda por haberme marchado”. De los diez o doce amigos con los que se ha criado, “no queda ninguno viviendo en el pueblo”, cuenta. Volver cada cierto tiempo le permite ver con mayor claridad las cosas que han ido cambiando: “Me he ido, pero por lo menos puedo reivindicar algunos temas desde aquí con otra perspectiva”.

A Óscar García Sierra lo de escribir le viene “de internet”, explica. Empezó muy joven leyendo y escribiendo “frases sueltas y textos poco trabajados”, y con los años acabaría colaborando en varias antologías y publicando el poemario Houston, yo soy el problema (Espasa, 2016), cuyos versos además interpretaría luego Carolina Durante en una de sus canciones. Ropa tendida la escribió madrugando mucho por las mañanas, confiesa, muy temprano antes de comenzar su jornada de teletrabajo como lingüista —estudió Filología Hispánica— en una empresa de inteligencia artificial: “No me gusta dormir”, revela García Sierra, “y escribir me hace sentir bien”. En su primera página, se lee: “A Perla”. El libro se lo dedica a Perla Zúñiga, artista multidisciplinar, poeta y dj también conocida como Jovendelaperla con la que el escritor compartía sobre todo “conversaciones sobre escritura y música”, recuerda, y que falleció hace unos meses dejando un vacío notable en la escena queer del país.

Hablar de la generación de nuestros padres es importante para entender por qué sus hijos están tristes

Ropa tendida lleva por título una expresión popular que se utiliza para avisar a alguien de que otros pueden estar escuchando algo comprometido, una circunstancia que, en realidad, cubre metafóricamente el ambiente de todas las historias que la componen. El principio de la novela se toca con el final de Facendera: Milagros llama a la Guardia Civil para avisar de que unos chavales están de fiesta en la zona de las escuelas, los mismos que se divertían en aquel libro con el que el poeta debutó como novelista. Al autor le pareció un buen guiño. Hablar ahora de “la generación de nuestros padres”, explica Óscar, que tiene 29, le parece importante “para entender por qué sus hijos están tristes”, como es el caso del personaje de Xairu, que ronda los 40 y que su historia acaba liderando la trama de la novela desde la mitad del libro hasta el final.

Por mucho que antes la vida en el pueblo fuese diferente, en realidad todos han ido a parar al mismo sitio

“No quería crear únicamente un personaje joven que está triste, sino uno cuyos padres también lo están, porque por mucho que antes la vida en el pueblo fuese diferente, tuvieran más trabajo y más cosas que hacer, en realidad todos han ido a parar al mismo sitio”, piensa el autor. Y ese sitio no es más que el momento de la vida en el que uno se da cuenta de que demasiadas cosas están mal, ese momento en el que ya es “imposible distinguir los problemas viejos de los nuevos”, relata la voz narradora en la novela; ese momento en el que “todas las noches se parecen tanto que es imposible saber cuándo suceden las cosas”. 

Pero la tristeza es también un saco de rabia y odio que uno va lanzando contra el mundo como si atentar contra él pudiera solucionar de alguna forma las cosas. Milagros asume más carga de trabajo solo para poder tratar mal a sus compañeras y sentir que algo la diferencia de ellas, “comportamientos que mi madre me contaba que suceden constantemente en estos puestos de trabajo”, añade García Sierra, “y que en realidad destapan una vida de frustración”. 

Mis amigos y yo hablamos de que todos nuestros padres son unos ineptos emocionales

Su marido es un hombre incapaz de comunicarse ni con ella ni con sus hijos, un retrato de una masculinidad estandarizada que se dibuja en la figura paterna de muchas familias: “Mis amigos del pueblo y yo hablábamos mucho de que todos nuestros padres son unos ineptos emocionales. También lo son los abuelos, los padres de los padres”, piensa el filólogo. “No sé si hubiese podido representar a un padre de otra manera, influido por libros o películas en vez de por lo que he visto en un padre de verdad”, añade. 

Drogas, tristeza, odio

Una forma compleja de relacionarse que tampoco escapa del personaje de Xairu, aunque de diferente forma: el joven toma perico —o cocaína— casi a diario, no tiene trabajo, deambula por los bares del pueblo y empieza una relación con la Juli, a la que poco a poco va adentrando en su mundo de adicción, delirio y violencia. La idea de que Xairu reniegue del llionés, la lengua “que se han inventado los rojos” —protesta el personaje—, esté metido en un partido de extrema derecha y suelte con naturalidad comentarios racistas y homófobos era para el autor la manera de contextualizar la ideología “como algo de fondo”, explica, “algo que a veces se da en grupo porque cada uno llega odiando cosas diferentes y, aunque ni siquiera compartan odios, uno está allí porque no tiene otro sitio en el que estar”, declara. 

“Me he centrado en personajes muy deprimidos y muy desesperanzados, pero el ambiente del pueblo no es así de triste”, agrega García Sierra, que ve bastante probable volver a vivir en algún momento en su tierra, aunque no cree que pueda hacerlo en su localidad de apenas 300 habitantes. Defiende que lo que pone en juego son problemas que ya existen en la ciudad, pero en lo rural se le suma la problemática del trabajo y la despoblación “y la gente se ve atrapada”, cuenta el autor pensando especialmente en los pueblos de Asturias, León y las Cuencas Mineras y en ese rango de la mediana edad, “un perfil muy habitual de gente que intentó tener otro tipo de vida y que se ha quedado ahí colgada”, dice.

García Sierra opina que, aunque el contexto de su pueblo o de cualquier otro pueda repercutir en la situación de la familia que describe en la novela, lo importante es entender que la disfuncionalidad de la familia “podría darse en cualquier otro contexto”, piensa, “por ejemplo en una ciudad grande, aunque con distintas peculiaridades”, porque lo que el escritor explora es la manera en la que intergeneracionalmente las relaciones dentro del núcleo familiar van haciéndose cada vez más incómodas, atravesadas por los problemas individuales que determinan a cada uno pero colapsadas también por problemas que son, en realidad, estructurales.

Problemas de los que a veces uno escapa fugazmente como si la vida que merece la pena fuese eso que hay cuando se está de fiesta. García Sierra ya construía en textos anteriores escenas de juerga, drogas y desfase para profundizar en temas tan importantes como las formas de lidiar con la realidad, y en Ropa tendida, “irse a casa es la muerte”, narra el personaje: “La sensación de alargar la fiesta es lo más parecido que podemos vivir a alargar la vida. [...] Pero eso no pasa con la vida real. Cuando veo a mis abuelos con casi noventa años pienso que están alargando el after, que deben de sentirse como si estuviesen de mañaneo, colocados y viendo amanecer, viendo que todo se acaba y que no hay un fin de semana siguiente al que agarrarse cuando les toque irse a casa”. 

Gente como Xairu, que vaga por callejones sin salida, que roza los límites, que siente miedo; gente a la que “el olor de su madre le da ganas de llorar” —narra en el libro— pero que, sin embargo, solo le queda hacerse cargo de su vida a través de la violencia, está, al fin y al cabo, en todas partes. Quizás, de cierta manera, en todos. Solo es cuestión de observar, sugiere Óscar. Ropa tendida es una insinuación a mirar desde otro ángulo los pedazos indestructibles que componen una vida: el matrimonio que se desvanece, el cansancio laboral, el desencanto con uno mismo, los deseos arrojados, la búsqueda de lo imposible, el silencio, el desorden, el autoengaño, el dolor, la infelicidad. Es saber que “ni siquiera el futuro es una escapatoria” y, aun así, seguir haciéndose la pregunta interminable: “Cómo de diferente podría ser la vida si no se pareciera tanto a la de nuestros padres”.