Una de ellas es psicóloga, tiene 43 años y un matrimonio en entredicho. La otra es una adolescente con trastorno del espectro autista (TEA) y está enamorada de su mejor amiga. El 7 de octubre de 2019, las dos deambulan por Dublín mientras esperan un momento decisivo. No se conocen, aunque sus caminos se cruzan en un breve instante, como suele ocurrir en cualquier ciudad. Son las protagonistas de Ruth y Pen, la novela de Emilie Pine que la editorial Random House acaba de publicar en España traducida por Laura Salas Rodríguez. Es la primera incursión de la escritora en la ficción después de triunfar con su colección de ensayos autobiográficos titulada Todo lo que no puedo decir (Random House), que fue libro del año en Irlanda en 2018.
Si bien en esta ocasión no habla estrictamente de sí misma, algunos de los temas que trató en su anterior obra vuelven a estar presentes en esta. Uno de ellos es el aborto involuntario y la incapacidad de tener hijos. En su novela, Ruth ha pasado por varios ciclos de fecundación in vitro sin resultados, un proceso doloroso que desgasta su relación de pareja hasta un punto crítico. El día en el que se desarrolla la trama cree que su marido la va a dejar. La escritora vivió una situación parecida, como cuenta en su libro de ensayos, aunque ella y su compañero decidieron no comenzar un tratamiento de fertilidad cuando quedó claro que no iban a poder concebir de manera natural.
“Tuve la voz de Ruth en mi cabeza durante mucho tiempo. Era como si me estuviese hablando durante mi propio proceso”, dice Pine a elDiario.es durante su estancia en Barcelona. El personaje se convirtió en la versión de la autora en el universo paralelo de la imaginación. “La ficción es este espacio fantástico donde puedes inventar cosas. Y también te da mucha libertad”, sostiene. La autora comenzó a escribir el libro como escritora residente en el National Maternity Hospital, un lugar en el que tanto ella como su hermana vivieron momentos muy duros. “Había un nuevo director en el hospital que había leído mi primer libro porque yo se lo había enviado. En el ensayo fui muy crítica con el centro, pero me dijo que le había gustado mucho porque había sido muy honesta. Tenemos mucho que aprender unos de otros, así que me invitó”, explica.
Volver allí fue una experiencia fuerte para ella. En un principio, le resultó muy duro volver a entrar, pero lo hizo precisamente para superar el trauma. “Necesitaba exorcizar ese miedo. Y funcionó por un tiempo pero después volví a no poder entrar. Fue como superar una barrera y, de repente, encontrar otra”, comenta. Durante su estancia laboral entrevistó a muchas personas: además de a pacientes que iban a consulta también habló con médicos, camilleros o encargados del catering. Quería entender cómo es la experiencia de trabajar allí y, por supuesto, se encontró con testimonios muy dolorosos. Aquellas entrevistas estaban destinadas a otro proyecto, pero muchas historias acabaron plasmadas de alguna manera en Ruth y Pen. “Fue como si fuera infiel para con el proyecto, porque secretamente me dediqué a escribir la novela. Estaba teniendo una aventura con mi propia escritura”, afirma.
Además, durante aquel estudio conoció a una dramaturga con la que montó una obra que se interpretó en el propio centro médico. “Los actores representaron parte de los testimonios que yo había grabado. Fue una manera de cerrar el círculo del proyecto”, sostiene. “Podías ver que el público ya reaccionaba al entrar por la puerta, porque ya sabes cómo son los hospitales: huelen a hospital. Las personas habían pasado por experiencias muy diferentes, habían tenido un hijo allí o lo habían perdido o quizá nunca habían estado en una maternidad”, explica. También acudieron trabajadores, muchos de los cuales no estaban demasiado entusiasmados con la idea de abrir el hospital al público para una actividad así. “Fue un tema un poco delicado, pero realmente la gente acabó llorando con algunas escenas. Todo lo hicimos con sentimiento, no era un choque de valores. Y eso es lo que me gusta del teatro, porque es una experiencia en comunidad”, declara Pine.
Un aspecto curioso de la novela es que la escritora incluye el punto de vista del marido de Ruth, que también pasa su proceso de duelo por los hijos que no tienen. Pine recuerda que, cuando ella y su pareja estaban intentando concebir, las preguntas sobre el estado de ánimo iban dirigidas solo a ella. “Es curioso, porque los hombres tienen mucha voz en general, pero no para hablar de eso. Y es muy difícil para las mujeres expresar vulnerabilidad pero es todavía más difícil para los hombres”, afirma. “Todo tenía que ver con mi cuerpo. Era como si él no tuviera permiso para hablar”, recuerda.
También comenta que en el hospital, los hombres “no pueden tener ni siquiera tampoco asesoramiento o terapia en estas situaciones. A veces, hay encuentros en grupo para gente que ha perdido un hijo y los hombres apenas hablan”. “A las mujeres nos han educado para expresar el duelo y a los hombres para quedárselo todo dentro. Y no me parece sano”, añade. Todos esos sentimientos que surgen durante ese proceso de fecundación in vitro –esperanza, frustración, miedo, cansancio– pueden tener un efecto negativo en la pareja aunque se supone que intentar tener un hijo tendría que unir y no separar. Es lo que les ocurre a Ruth y Aidan, que tienen que decidir su futuro de una manera muy áspera. “Mi agente, cuando leyó el manuscrito, me dijo que era una de las conversaciones más honestas que nunca que había leído sobre la pareja en una novela”, afirma Pine.
Una adolescente es una adolescente
Pen, la otra protagonista, tiene preparadas una serie de actividades para ese día que van desde una manifestación contra el cambio climático hasta un concierto. La jornada terminará con una declaración de amor que espera que sea correspondida. Hay muchos factores que pueden provocarle una crisis –ruidos potentes, grandes concentraciones de personas– pero ella está dispuesta a correr el riesgo porque, por encima de cualquier condición, es una adolescente que hace cosas de adolescentes. “Yo quería que Ruth no estuviera sola”, dice la escritora. “Al principio pensé en su marido, pero luego me di cuenta de que necesitaba otra voz femenina. Las dos mujeres encajan perfectamente juntas, En parte, porque creo que cada mujer es más de una mujer, todas tenemos distintas voces y partes. Pero también me gusta la idea de una chica que empieza y una mujer que, en principio, ya tiene un recorrido”, sostiene Pine.
El hijo de una de sus mejores amigas tiene TEA, por lo que no partía de cero para desarrollar al personaje de Pen. “Lo vi desde su perspectiva. La representación de la gente con autismo es que no sienten empatía, que no conocen las emociones y él es lo contrario, tiene demasiada. Y yo quería poner eso sobre el papel”, declara. Además, a otra de sus amigas le diagnosticaron autismo a los 38 años, después de que se lo detectasen a su hijo. Ella misma hizo una obra de teatro al respecto en la que se incluye un romance, algo que no es habitual.
“Para mí era muy importante que Pen tuviera una historia de amor. Así que investigué mucho, porque al fin y al cabo soy académica universitaria [es profesora asociada de Dramaturgia en el University College de Dublín y editora del Irish University Review], para darle forma”, comenta. Su amiga, que se llama Jodi O'Neill, no solo escribe obras de teatro sino que también es actriz y se ha encargado de narrar el audiolibro en inglés. “Fue una especie de proceso creativo y colaborativo que me encanta”, asevera Pine.
Entre los personajes secundarios está Claire, que es la madre de Pen. Divorciada, con otra hija y un trabajo, intenta mantener el control de todo día a día aunque no le resulta fácil. Pine creció en una familia similar, con un padre que se desentendió completamente del cuidado de sus hijas. “Claire fracasa intentando no fracasar. Pero todos lo hacemos y tenemos que perdonarnos. Pen hace lo que hacen las adolescentes, que es romper el vínculo materno”, explica, aunque se apresura a aclarar que no es freudiana ni lacaniana, pero sí cree que “esa ruptura es necesaria”. A su vez, también quiso darle una vida propia a esa mujer en la novela porque Pen depende completamente de ella, pero ella también es una persona individual.
“Necesitaba un capítulo en el que se mostrase a Claire como profesional, es profesora. Y también mostré a Ruth en su consulta”, señala. “De hecho, no hay suficientes novelas sobre lo que hacen las mujeres en el trabajo. Parece que el capítulo siempre termina cuando la mujer se va a trabajar y empieza de nuevo cuando se va a tomar una copa después. Pero a ver, durante ocho horas al día mínimo, ¿qué hacemos?”, sostiene.
Toda la trama de la novela se desarrolla en un solo día, como en otros títulos tan famosos como La señora Dalloway de Virginia Woolf o Ulises de James Joyce (este, además, también tiene lugar en Dublín). Esta limitación temporal tiene dos motivos. El primero es, sencillamente, que a Pine le gustan este tipo de libros. El segundo es que le pareció un reto asequible. “Yo pensaba que no iba a ser capaz de escribir una novela. Porque pensé ‘tienes que hacer una formación, un curso o fracasar primero’”, dice. “Después, leí un par de novelas cortas situadas en un día. Una fue Travelling in a Strange Land: Winner of the Kerry Group de David Park, un escritor norirlandés. Es la historia de un padre que está haciendo un viaje para ir a buscar a su hijo durante una nevada. Y yo pensé: ‘bueno, eso puedo hacerlo”. Y lo consiguió.