La literatura infantil tiene algo de morboso, de prohibido. Asumimos el mantra de que todo tiene su edad, y que hay ciertas lecturas que deben quedarse para siempre en un rincón nostálgico de nuestra memoria. Hace tiempo que matamos a la última hada de Nunca Jamás, a la Emperatriz Infantil y redujimos nuestro reino de Fantasía a un montón de añicos. Y así debe seguir, dejando espacio a las nuevas generaciones para que jueguen con los niños perdidos y vuelvan a llenar la isla de polvo de hadas.
Regresar a estos títulos solo tiene excusa si queremos transmitir el legado a los más pequeños o recordarlos con cariño. O eso creen algunos. Harry Potter llegó hace 20 años y puso patas arriba el concepto de literatura infantil y juvenil, convirtiendo el primer libro en un placer culpable tanto para niños como para adultos. Aquellos que se hicieron con un ejemplar en 1997, hoy celebran la existencia del oasis mágico con las mismas ganas que hace dos décadas. O incluso más.
Durante esta semana se han sucedido los homenajes, sobre todo por parte de los que crecieron con Harry, Ron y Hermione y ahora se acercan o traspasan la treintena. La escuela de hechicería más famosa del mundo se mantiene intacta porque los lectores todavía no han dejado de creer en la magia. Y eso no siempre es bien recibido.
Los adultos de la llamada generación millennial fueron quienes soñaron con recibir una carta de Hogwarts y con sobrevolar el mundo muggle a lomos de un Hipogrifo. Habrá quienes lo hayan leído y no lo aguanten, pero tuvieron que pasar su infancia fuera de la Vía Láctea si jamás escucharon hablar del que no debe ser nombrado. En cambio, la Generación Potter, coetánea pero no necesariamente inherente a la millennial, lleva la saga de J.K Rowling un paso más allá del fenómeno fan.
“Me regalaron un pijama de Gryffindor por mi 27 cumpleaños”, reza un artículo de The Guardian, en el que se recogen testimonios de los seguidores de Harry Potter en su veinte cumpleaños. El Mundo también dedica su especial a estos Potterianos, que no consideran incompatible peinar canas con celebrar a su ídolo de la infancia. A cada alarde de frikismo, a cada desfile de personas disfrazadas de su mago favorito, le sucede el consiguiente dedo acusador sobre el infantilismo de los millennials.
El de Harry Potter ha sido un fenómeno insólito, y como tal ha despertado todo tipo de pasiones. Mucha gente no comprende que esta saga orientada al público juvenil sea reivindicada aún por sus lectores primigenios y piensan que esto es sinónimo de una carencia cultural. “La infantilización de los adultos embona bien con un mundo empobrecido culturalmente. De otro modo, Harry Potter no podría ser un ídolo de las multitudes”, escribió Juan Soto Ramírez en una columna titulada Los adultos están volviéndose niños de nuevo.
Los que siguen esta línea argumentan que esto se debe a un triunfo del capitalismo, que incita a un “consumo emocional” y a exigir nuestro derecho a “rescatar el niño que todos llevamos dentro”. Han existido otras sagas poderosas como Las crónicas de Narnia, de C.S Lewis, o Los cinco, de Enyd Blyton, que no pudieron mercantilizar su obra de esta manera. ¿Por qué Harry Potter ha sobrevivido a la transición a la vida adulta?
Política a través de la lente Potter
Para empezar a analizar el fenómeno como se merece, hay que admitir que la saga de J.K Rowling trasciende la moralina blanca y fácil de mucha literatura juvenil. Los mensajes de Harry Potter han servido como símil político y filosófico, para analizar los auges nacionalistas o enaltecer valores como la igualdad de género y raza, la tolerancia y el bien común. Mirar constantemente el mundo a través de la lente Potter no es solo una consecuencia de los fans, sino una estrategia ideada por su propia autora.
A diferencia de C.S Lewis o, en el caso español, Laura Gallego, J.K Rowling permitió que sus lectores estirasen la fantasía mágica tanto como quisiesen. No solo con sus versiones cinematográficas, sino con foros que terminaron convirtiéndose en páginas oficiales de información y debate sobre este mundo alternativo. ¿Se ha lucrado con ello? No se llega a tener más dinero que la reina de Inglaterra por casualidad. ¿Ha conseguido también generar una comunidad más allá del club de lectura y los amantes del cosplay? No cabe la menor duda.
El truco de analizar la actualidad política y social a través de sus libros es infalible. De ahí las comparativas de Trump con Voldemort, la defensa a una Hermione negra o la salida del armario de Dumbledore. “Rowling ha seguido actualizando el mundo que ella creó para asegurarse de que encaja con cómo la generación de Harry Potter ve su propia lucha política”, escriben en la web Spectator.
Por muy inocente que lo consideremos, esto ocurre porque ya había una base de grandes lecciones en el manuscrito de 1997. La autora quiso teñir de pociones y haces de colores que salen de varitas las guerras que se han librado en la vida real y los problemas sociales que poco a poco hay que inculcar a los niños. Sobre todo a los afortunados que pueden habitar en su burbuja hasta bien entrada la madurez.
El universo de J.K Rowling es una continua defensa a la diversidad de criaturas y sus protagonistas abogan por temas como la abolición de la esclavitud (en el caso de los elfos domésticos), la defensa de los más débiles (contra la exterminación de los muggles) y la lucha contra el autoritarismo de Voldemort. La mayor parte de estos mensajes no calan en la infancia, sino durante las revisiones que hacen los adultos de una de sus sagas favoritas. Por eso no hay vergüenza en confesarse fan de Harry Potter a los treinta, quizá incluso más que a los once.
Hacerlo no significa dar un portazo a la alta cultura ni usar los siete tomos como los mandamientos de la vida cotidiana. Sino reconocer que, hace veinte años, una joven escritora consiguió algo complejo y admirable: dotar de relevancia moral e histórica a un libro que caería en las manos de las mentes del futuro.