Sílvia Abril propone el humor como antídoto contra la “puñetera” e inevitable crisis de los 50. Y lo hace a través de su libro Pérdidas de risa. Historia de una mujer imperfecta (HarperCollins) en el que defiende que parir por cesárea no convierte a nadie en menos madre, asegura que está harta de que le pregunten que “para cuándo el drama” y se ríe de que la mesilla de noche que un día coparon los juguetes sexuales, ahora la gobierne una férula de descarga. Eso sí, el capítulo que más le ha costado escribir es en el que habla sobre feminismo. Y eso que asegura que le encanta que en casa la llamen 'la Montero' [en referencia a la exministra de Igualdad].
“Solo podía escribir de lo que me pasa. No me iba a poner a hacer novela para luego presentarla al Premio Planeta”, explica a este periódico sobre la forma en la que ha materializado la propuesta de la editorial HarperCollins de publicarle un volumen. La cómica ya había lanzado otros dos ejemplares, el recetario Como a mi me gusta: mis recetas saludables para ser feliz y la colección infantil Las fantásticas Hormiguets, pero esta es su primera incursión en la autoficción.
En ella revisa episodios que incluyen su sonada actuación en Eurovisión con Chikilicuatre en 2008, las dos galas de los Goya que presentó junto a Andreu Buenafuente, su trabajo en televisión y su trayectoria como actriz desde sus inicios a las órdenes de Javier Ruiz Caldera en Spanish movie. “Estoy harta de que me pregunten para cuándo el drama como si lo que estoy haciendo no tuviera ningún valor”, lamenta al reflexionar sobre por qué la comedia es considerada “como un género de segunda” en España.
Comenta en la sinopsis del libro que a la crisis de los 50 no se llega por sorpresa. ¿Es mejor, por lo tanto, tomársela con humor?
Sí, porque empiezan a pasar cosas que dan un poco de rabia. O que te pueden cabrear. No te cabrees porque esto ha venido para quedarse. Son los 50. Si te ríes mucho puedes tener pérdidas de risa, pero bienvenidas sean. A mí ahora mismo me encanta mearme de la risa. No me encanta levantarme y sentirme como RoboCop, que parece que me falte aceite en las articulaciones, pero eso también hay que tomárselo con humor porque al final estamos vivos.
¿Por qué ha querido contarlo en un libro?
Yo no he querido [ríe]. Vinieron desde Harper Collins y me insistieron tanto que dije, bueno, va, de lo único que puedo escribir es de lo que me pasa en la vida. Porque yo no me voy a poner a hacer novela y presentarla luego al Premio Planeta. Cuento lo que me pasa y me río de mi misma. Al final es un ejercicio hasta de higiene porque le he encontrado el placer a contar cosas que me pasan que considero graciosas. Y luego ficciono un poco, rizo el rizo. Es autoficción. Autobiográfico, pero ficcionado.
En el libro se expone.
Absolutamente, me abro un poco en canal. Cuento un poco lo que pienso en el momento en el que estoy y las cosas que me pasan sin ningún tipo de pudor. Porque una de las cosas que te da la edad es que todo te da ya un poco igual. Yo estoy en ese punto.
Solo podía escribir de lo que me pasa. No me iba a poner a hacer una novela y luego presentarla al Planeta
Se permite incluir incisos como que parir por cesárea no hace a nadie menos madre ni menos mujer. ¿Por qué quiso reivindicarlo?
En el parto me sentí muy culpable porque antes de parir me hice una película… Quería que mi hija pasara por el canal vaginal porque sabía que ahí cogen las bacterias que luego le dará sistema inmune… Me hice una bola de lo que tenía que ser mi parto que acabó siendo todo lo contrario. Todo al revés. Y me sentí muy culpable durante un tiempo hasta que dije: “¡Me cago en la leche!. Que yo también he sido madre aunque haya nacido la niña por cesárea”.
Esto nos pasa muchas veces y más cuando estás imbuida en el mundo de la nutrición y de la salud como me pasa a mí, que me apasiona ese mundo. Estaba obsesionada con según qué cosas en el parto. Al final la vida te enseña que por muchos planes que hagas, a veces las cosas van por otro lado.
Comenta además que ser madre es el trabajo por el que más se la ha juzgado. ¿Cómo ha lidiado con esto?
Sobre todo cuando son bebés, todo el mundo se acerca y se atreve a darte lecciones de cómo tienes que educar, que si está llorando es porque tiene cólicos o frío, de por qué no te sale leche… Te supera todo eso y dices: “¿Podéis el mundo entero dejarme en paz? ¿Me queréis dejar que yo investigue, conecte con este ser que ha salido de mí y he creado con la ayuda de mi pareja, y que nos quedemos un poco solas, conectemos con ella, veamos por dónde vamos, improvisemos y nos equivoquemos? ¿Me queréis dejar hacer prueba-error? No va a correr riesgo, no os preocupéis”.
Todo el mundo te quiere ayudar. Generalmente se hace desde la bondad, sobre todo tu familia, tus seres más queridos, pero hay un momento que es como cuando en las películas de Woody Allen alguien oye voces. Llega un momento en el que dices: “¡Dios mío!”. Y lloras. Más que tu propio bebé. Piensas: “¡Esto nadie me lo había contado!”. Si hubiera llegado un segundo hijo, habría sido diferente. Pero el segundo no llegó.
Reconoce que el capítulo en el que habla sobre feminismo fue el más difícil de escribir. ¿Por qué?
Porque a mí y a las mujeres de mi generación, aunque conozco algunas superluchadoras y superfeministas como Carme Portaceli, que ahora dirige en el teatro La madre de Frankenstein, el feminismo me ha llegado tarde. Yo he sido machista durante mucho tiempo porque lo he mamado en mi casa. Mi padre llegaba y preguntaba dónde está la cena. Tenía a seis mujeres en casa: mis hermanas, mi madre y mi abuela. Y la perra también era chica. Mi padre era un machista y yo he nacido con eso.
Desprenderme, sobre todo con mi pareja, de toda esa educación, esas cosas que se dan por hechas, por eso digo que soy feminista pero no me preguntes muy bien cómo porque siento que estoy aprendiendo cada día. Estoy siempre analizando y haciendo actos de reflexión para decir: “Esto ya no”. “Esto ya no me toca, no quiero que me toque”. “Esto me lo tengo que quitar de encima”. “Esto es de mi madre, esto es de mi abuela”. Estoy constantemente juzgándome para estar a la altura de la era feminista en la que vivimos. El momento feminista tan chulo que por fin está tan presente.
¿Le siguen llamando en casa ‘la Montero’?
Me han llamado muchas cosas. De más pequeña me llamaban 'Moquito Ye-yé' por ejemplo. Me encanta que me llamen 'la Montero' porque estoy todo el rato vigilando todo lo que se dice. Cenar conmigo se ha convertido en un suplicio [ríe] para todos. Ya verás tú la comida de Navidad de este año que nos juntamos todos. Estoy muy guerrillera. A mis sobrinos los tengo fritos.
Me juzgo constantemente para estar a la altura de la era feminista en la que vivimos
Cuenta que cuando empezó a hacer comedia, era un mundo en el que no había mujeres, ¿cómo mantuvo el impulso?
Éramos pocas. Ya había habido mujeres que habían hecho comedia antes que nosotras, como Mary Santpere y Lina Morgan. Pero teníamos que salir todas a la luz y hemos ido haciéndolo. Con todo y con eso, persisto porque es mi pasión. Me gusta subirme a un escenario y hacer reír a los demás. Salir a un plató y hacer reír a los demás. Es mi alimento, mi gasolina. Fue una cuestión de pasión, de ver que sentía que se me daba bien y que quería seguir ahí.
¿Cómo se ha llevado y se lleva con el síndrome de la impostora?
Luchando contra él no continuamente, pero todavía muchas veces. De ir a presentar unos premios en un círculo cultural y pensar: “Uy ¿Soy yo la que tendría que estar aquí presentando estos premios?”. “¿Perdona? Síndrome de la impostora, ¡fuera!”. Pero ahora lo reconozco y lo expulso. Digo: “Claro que sí, si estás aquí es porque han querido que estés. Venga, hazte valer y adelante”. Somos todos vulnerables, yo la que más. A veces tengo problemas de confianza en mí misma.
Acaba de haber cambio de Ministro de Cultura, ¿qué le pediría?
Habría que pedirle tantas cosas… Para empezar, que este país tuviera unos presupuestos en Cultura dignos del país que me gustaría tener. La cultura es tan importante. Nos hace seres mejores, más críticos, y aquí falta espíritu y capacidad crítica. Más presupuesto para más cultura, para que la cultura esté mucho más presente en las televisiones, en las escuelas, que sea más fácil levantar espectáculos, levantar películas que cuentan historias que se tienen que contar porque forman parte de nuestra historia como país, para no olvidar cosas que han ocurrido.
Estamos en un momento en el que la ultraderecha emerge como la tendencia que parece que lleva el mundo. Pero todo esto se combate con cultura, recordando de dónde venimos y las cosas que ya ha vivido el mundo. Se me pone la piel de gallina. Es que no podemos vivir sin tener en cuenta por qué estamos aquí, la lucha que ha costado llegar hasta aquí. Que estamos votando, que nuestros abuelos y tatarabuelos no podían. Y todo esto es cultura. Unos presupuestos dignos para la cultura, que la cultura esté en el lugar que se merece.
Dice que le molesta mucho que le pregunten cuándo va a hacer un drama. ¿Por qué no se valora la comedia?
La comedia está considerada como un género de segunda. Mira los premios, la comedia es muy poco premiada. Los Feroz dan oportunidad, los Goya alguna vez han premiado alguna película como Campeones u Ocho apellidos vascos, pero en poquísimas ocasiones se le da el reconocimiento que se merece. Y en un país que en la comedia está tan en nuestro ADN es una disfunción, no tiene ningún sentido.
No sé. Espero que vayamos poniendo remedio a todo esto. Estoy harta de que me pregunten para cuándo el drama, como si lo que estoy haciendo no tuviera ningún valor o menos. Los que hacen drama y prueban a hacer comedia dicen que es mucho más difícil hacer reír. Te hartas de escuchar a los actores que viven instalados en el drama decir que es mucho más complicada la comedia... Hagamos un ajuste de cuentas pero desde el propio sector. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo va a hacer?
Igual me invento unos premios solo de comedia: ‘los Jiji’ o ‘los Jaja’. Algo hay que hacer porque es disfuncional. No me he puesto a ahondar en el tema, ahora no tengo tiempo, pero lo pensaré. ¿A qué se deberá?