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Muere Toni Morrison, la primera mujer negra en ganar un Nobel, a los 88 años
La mayoría de los homenajes y obituarios de este martes destacan a Toni Morrison por el Nobel de Literatura que obtuvo en 1993. No había publicado ni cinco novelas cuando el tribunal sueco decidió que su escritura tenía esa mezcla de pericia y fuste que la convertiría en la primera mujer negra en nueve décadas de palmarés.
Morrison estrenó pluma a los 40 años. Suena tarde para la mayoría, pero en su caso fue la clave para esbozar unas primeras líneas que dejan sin aliento a casi todo el que las lee. “Silencioso como si estuviera oculto, no había caléndulas en el otoño de 1941. En aquél momento pensamos que las caléndulas no crecían porque Pecola iba a tener el hijo de su padre”.
Así comienza The Bluest Eyes (1970) -traducida como Ojos azules en España- sobre una niña negra, solitaria y poco querida que sueña con tener unos ojos como los de Shirley Temple. La autora neoyorquina se atrevió a irrumpir con tal dureza debido a su trayectoria como editora en el gigante Random House, igual o más importante que su labor como literata. Allí descubrió un punto ciego en el mercado norteamericano y, lo más importante, le puso luz y lo empequeñeció.
“Lo que me llevó a escribir fue el silencio: tantas historias sin contar y sin examinar”, le dijo al New Yorker en 2003. Pero lo que hizo grande a Toni Morrison fue saber que el vacío no se aplaca con una sola voz y por eso invirtió su tiempo en Random House en rodearse de colegas que la acompañasen en esa empresa. Angela Davis no fue la primera, pero quizá sí la más importante de todas ellas.
En una entrevista cruzada realizada por el periodista Dan White en 2014, ambas le contaron cómo se fraguó una de las colaboraciones más importantes de la literatura reciente. “Toni me contactó. Pero yo no estaba interesada en escribir una autobiografía. Era muy joven, creo que tenía 26 años. ¿Quién escribe una autobiografía a esa edad?”, reconoció Davis.
Corría el año 1972 y Davis, por muy bisoña que se creyese, ya había viajado por gran parte de Europa y Estados Unidos, había leído a todos los existencialistas franceses, se había relacionado con los Panteras Negras y afiliado al Partido Comunista. El FBI le había señalado como uno de los criminales más buscados, ella se había dado a la fuga y Reagan le había vetado en todas las universidades de Norteamérica. Sin duda, su vida tenía material para una autobiografía y Morrison lo sabía.
“Toni puede ser muy, muy persuasiva, y no pasó mucho tiempo antes de que me convenciera de que podía escribir un libro que sería más un relato político que una autobiografía individual”. Y la joven accedió.
Davis tenía las experiencias y Morrison el olfato. Esta última le hacía las preguntas precisas para que la primera plasmase en palabras la imagen mental que todos los lectores querrían conocer: “¿Cómo era la celda? ¿A qué olía?”. Durante esos meses, Angela se mudó con su editora y quedó fascinada por la capacidad de Morrison, que por entonces tenía dos niños pequeños, para encargarse de su biografía, de sus hijos, de la casa y de sus propios escritos.
“A menudo viajaba con ella a Random House desde su casa, lo que implicaba cruzar el puente George Washington. Cada vez que había tráfico, sacaba un bloc de notas y garabateaba algo. A menudo, estaba cocinando la cena para sus hijos, se daba vuelta y escribía algo en el bloc de notas. Más tarde me di cuenta de que escribía Canción de Salomón. Me impresionó su capacidad de habitar varios mundos diferentes a la vez”, recordó su pupila sobre la tercera novela de Morrison.
Angela Davis: Una autobiografía vio la luz bajo un gran sello en 1974, un momento de ligera disminución de la violencia y en el que las ideas de Davis fueron acogidas como un vademécum del black power. Pocos saben que aquella biografía temprana le debe su trayectoria a Toni Morrison, quien en palabras de la propia activista “fue una editora fenomenal. Prestó mucha atención a los detalles, pero no insistió en que mi trabajo se convirtiera en un reflejo de sus propias ideas”.
De aquella colaboración surgió una enorme amistad que se ha mantenido hasta los últimos días de la mentora. Morrison, además, descubrió a algunas de las feministas más importantes en el movimiento afro de Estados Unidos, como Toni Cade Bambara y Gayl Jones, así como algunos clásicos a la altura de The Greatest, de Muhammad Ali o The Black Book, de Middleton Harris.
Pero ella no se refugiaba en la mirada de los demás, solo se dejaba inspirar. Mientras publicaba algunos de los mejores retratos de la América xenófoba, sembraba con sus propios libros tanto respeto como recelo por la violencia salvaje, el sexo explícito y el sincero antirracismo que imprimía en todos sus escritos. De hecho, su novela Paradise (1997) fue prohibida en ciertas prisiones por temor a que pudiese incitar una revuelta.
“La Historia siempre ha demostrado que los libros son la primera trinchera en la que se libran ciertas batallas”, escribió en The Pieces I Am, su autobiografía. Siempre fiel a esa premisa, Morrison se despidió a medias de la literatura en 2010, tras la muerte de su hijo, después en 2015 y cuatro años más tarde lo hace por tercera vez.
Menos mal que, como dijo Angela Davis, “su trabajo desafía las ideologías predominantes y ofrece a las personas formas de entender el mundo que son radicales, que son transformadoras”. Y no importan las despedidas definitivas, porque eso seguirá haciéndolo para siempre.
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