“Han perdido los malos, no se impone el olvido”. Esta sentencia tan contundente fue pronunciada por Pablo Caballero, un anciano de 87 años y vecino de Fuentes de Andalucía, al descubrirse recientemente las mentiras sobre el destino de los cadáveres de su tía, Josefina González Miranda, y otras ocho mujeres jóvenes del pueblo. En esta localidad sevillana un grupo de falangistas no se contentó, en agosto de 1936, con secuestrar, vejar, violar y matar a aquellas chicas, algunas menores de edad, sino que además mintieron sobre el lugar donde arrojaron a sus víctimas aquel terrible verano de la sublevación militar. Una investigación a fondo ha descubierto que los restos de aquellas desdichadas no se hallaban en un pozo a nueve metros de profundidad.
“Probablemente nunca llegue a saberse dónde se hallan los cadáveres, pero la frase de Pablo Caballero resuena con fuerza en su pueblo porque la memoria de las jóvenes sigue viva”. Así opina el periodista Juan Miguel Baquero (Sevilla, 1973), uno de los mayores expertos en memoria histórica de este país y autor de Las huellas en la tierra. Intervenciones en fosas comunes del franquismo en Andalucía, un anuario correspondiente a 2016 y 2017 editado por la Junta. El exhaustivo trabajo de Baquero, que documenta exhumaciones en 22 localidades andaluzas, cumple una doble misión ya que explica la faceta científica de esas intervenciones al tiempo que narra las historias de vida de los familiares y descendientes de las víctimas. No tiene dudas este periodista y fotógrafo de que “las fosas comunes del franquismo significan la asignatura pendiente más importante de nuestra democracia y colocan a España, desgraciadamente, a la cabeza de los países con más desaparecidos”.
Entre 3.500 y 4.000 fosas comunes están documentadas en nuestro país, con una estimación aproximada de unas 100.000 víctimas. De estas escalofriantes cifras, 708 fosas están ubicadas en Andalucía donde los cálculos hablan de unas 45.500 personas desaparecidas.
Juan Miguel Baquero, bisnieto de un concejal republicano y masón ejecutado por las tropas franquistas y que escuchó desde pequeño en su casa los efectos de la represión de la posguerra, ofrece el siguiente diagnóstico de esa llaga abierta para miles de familiares de víctimas. “España no ha cerrado la herida del franquismo”, afirma el autor de Las huellas en la tierra, “porque, a diferencia de otros países, no venció al fascismo”. “Aquí continuó”, añade, “durante cuatro décadas y durante la Transición no se produjo una ruptura auténtica con la dictadura. Ni en las escuelas ni en la política ni en los ámbitos judiciales se ha explicado este drama que planea todavía sobre nuestra democracia. Quizá a principios de los ochenta los gobiernos del PSOE podrían haber abordado la exhumación de fosas, pero no lo hicieron. Al final hemos sido la generación llamada de los nietos de la guerra quienes estamos saldando esa deuda histórica con nuestros antepasados”.
A pesar de las dificultades, tanto Baquero como otros dirigentes de las asociaciones de memoria histórica en toda España se muestran moderadamente optimistas sobre los avances de los últimos tiempos. Desde las primeras exhumaciones en el Bierzo, hacia el año 2000, hasta una paulatina mayor implicación de instituciones públicas y de profesionales de la arqueología pasando por la tímida ley de Memoria Histórica de la etapa de los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero o por el creciente interés de los medios de comunicación hacia el tema, lo bien cierto es que las víctimas de la guerra y del franquismo van ocupando un espacio en la actualidad política y social.
Ahora bien, para todos aquellos que desde posiciones de la derecha despotrican contra la reapertura de heridas o critican que se remueva el pasado, Juan Miguel Baquero tiene una clara respuesta basada en su experiencia. “Yo les diría a Pablo Casado, a Albert Rivera o a cualquier ciudadano de a pie”, explica el periodista, “que hablan desde la ignorancia. Basta con asistir a una exhumación y ver cómo ancianos octogenarios lloran con una mezcla de tristeza y alegría mientras repiten que no desean venganza, sino sencillamente enterrar con dignidad a sus muertos que, en realidad, son los muertos de todos. Si después de contemplar esas escenas siguen negando ese derecho tan fundamental de enterrar a los muertos, entonces podremos decir que se trata de gente inhumana”.
No por casualidad en la portada de Las huellas en la tierra, un libro con un amplio despliegue gráfico y de fichas técnicas, aparece un zapato de tacón destrozado por ocho décadas de enterramiento. Así, el libro-anuario de 2016 y 2017 pretende ser un homenaje a las mujeres que fueron represaliadas durante la guerra y la posguerra y que, en algunos casos, perdieron la vida sencillamente por haber participado en alguna manifestación, por haber asistido a clases en sedes de partidos de izquierda o de sindicatos o por haber sido la mujer, la hermana o la novia de algún republicano. “Hemos querido rendir un tributo a aquellas mujeres”, señala Baquero que recibió en 2016 el premio periodístico Manuel Chaves Nogales por su anterior libro. “Si bien el porcentaje de mujeres que yacen en fosas comunes ronda sólo el 15%”, aclara, “en muchas ocasiones la crueldad y la barbarie de los agresores alcanzaron cotas difíciles de imaginar”.
Tragedia común a muchas zonas de España, la memoria de la represión sigue, no obstante, muy viva y presente en Andalucía. De hecho, aquellos sucesos históricos, que parecen tan lejanos en el tiempo, todavía condicionan hoy numerosas conductas sociales y políticas de buena parte de la población andaluza. “Hay que considerar”, recuerda Baquero, “que la represión en Andalucía se ejerció, sobre todo, contra la población civil porque las tropas sublevadas se hicieron rápidamente con el control de las provincias occidentales en los primeros días de la guerra. Por ello, en muchas comarcas de Andalucía no hubo apenas enfrentamientos bélicos. De este modo, el triángulo de Sevilla-Cádiz-Huelva sirvió para enviar un ejemplo de escarmiento, un aviso de terror, a las zonas que permanecían fieles a la República. Aquella siniestra pedagogía del miedo se extendió poco después con episodios como la terrible matanza de Badajoz”.
Dedicado desde hace años a la investigación del tema de las fosas comunes, Baquero se declara satisfecho por haber contribuido, como tantos otros, a la difusión de esta enorme asignatura pendiente de nuestra democracia. Pero en cualquier caso, el periodista apunta a la responsabilidad de la escuela y de la cultura para paliar este grave desconocimiento histórico. “Parece mentira”, concluye, “pero cualquier niño o joven español ha visto multitud de películas sobre los campos de concentración nazis. Pero casi nunca ha visto un campo de concentración franquista o un reportaje sobre la exhumación de fosas”.