“Un fantasma recorre el mundo literario: el fantasma de la autoficción. Todas las fuerzas de la República de las Letras se han unido en santa cruzada para azuzar a ese fantasma: la Academia y la Crítica, la FNAC y las librerías hipster, los clubs de lectores y los talleres de escritura, Alberto Olmos y Ana Rosa Quintana, las editoriales independientes y el complejo Alfaguara-Penguin Random House”, así se expresaba el escritor Iban Zaldua en su manifiesto contra la autoficción, publicado hace cuatro años y que, en su opinión, sigue vigente: “Como en todo hay cosas buenas y malas, pero creo que poner tanto énfasis en el yo conlleva algunos vicios, y no es tanto que me parezca mal, sino el efecto que eso puede tener en la pérdida de sentido, o que la ficción se debilite como vía para hacer literatura”, cuenta el autor en conversación con elDiario.es.
La literatura de autoficción, o literatura del yo, lleva décadas instalada en las baldas de librerías y ferias mostrando la intimidad de autores y autoras que hacen de su vida materia literaria. El término es conocido, pero sus límites no están claros. Antes de la extensión de su uso, todo lo que se escribía en primera persona inspirado en una vida real, se calificaba como memorias o autobiografía, aunque tal vez ahora, si se encontrara en ellos algún detalle adornado o inventado, se catalogaría como autoficción. Es un género híbrido en el que no es tan importante la autenticidad de los hechos que se cuentan, sino cómo se coloca en la narración la experiencia de lo real. Cuestionado, teorizado o alabado, el debate sobre la pertinencia o el agotamiento de la autoficción sigue en marcha y en este artículo elDiario ha reunido a los escritores a Constantino Bértolo, Iban Zaldua, Mercedes Cebrián, Noelia Pena y María Bastarós, apelados por lo que ha significado el género en los últimos años.
¿La autoficción es una señal de introspección o de individualismo?
Hay quienes ven en su expansión una tendencia, moda o signo de unos tiempos marcados por los selfies y las poses de Instagram. Y definen a la autoficción como un traje cosido a medida del neoliberalismo acelerado que exalta la individualidad hasta ponerla en el centro, subida a un trono y aislada de su contexto, y replicada en unas redes sociales que amplifican el cotilleo de patio vecinal hasta hacerlo planetario. Mientras, están quienes consideran a la literatura del yo una respuesta a la necesidad de mirar hacia dentro, y una vía para reconocerse en las experiencias de otros y aprender de ellas. Defienden el potencial colectivo de las historias individuales, siguiendo la máxima feminista de hacer de lo personal, causa política.
No es necesario escribir en primera persona para que el yo se cuele, de manera más o menos sutil, en la literatura: diseminado en los distintos personajes de una trama, dibujado en un ideal que en realidad oculta al yo real de quien escribe, o vomitado por el subconsciente de forma involuntaria en una novela. Sin embargo, algunos autores y críticos plantean que ese yo se exalta de manera desorbitada en la llamada literatura de autoficción.
Me llaman la atención algo sobre lo que había muchos reparos antes, que es hablar bien de uno mismo. Ahora se practica, se ha perdido cierto sentido del decoro
Constantino Bértolo, fundador y exeditor de Caballo de Troya, no cuestiona la honestidad de autoras y autores, pero como lector cree que la autoficción no es garantía de veracidad, sino uno de los sitios más imaginarios que existen. “La autoficción inevitablemente tiende a reflejar un yo narcisista. Una de las características que desde mi oficio y, más aún, desde mi edad, me llaman la atención, es que desde las últimas décadas, algo sobre lo que había muchos reparos antes, que es hablar bien de uno mismo, ahora se practica, se ha perdido cierto sentido del decoro”. “La ficción en tercera persona abre la mirada, cruza miradas y ve el mundo desde una posición menos egoísta, o menos narcisista”, añade.
Algo con lo que está de acuerdo Noelia Pena, autora de la novela La vida de las estrellas, que sitúa el auge de la literatura del yo en un momento de exaltación de la propia imagen en las redes sociales. “Creo que es comprensible que exista, va en consonancia con el cultivo del yo contemporáneo al que asistimos hoy en día en Instagram, los selfies y la pose, donde nos exponemos y nos exhibimos a nosotros mismos”, explica la escritora.
La escritora María Bastarós, que ha publicado este año No era esto a lo que veníamos y no practica la autoficción cree, en cambio, que hay textos de este género que permiten viajar a otros mundos y aprender de ello. “Hay literatura del yo sumamente enriquecedora. Por ejemplo, las memorias de El consentimiento, de Vanessa Springora, nos transporta a un universo, el de la clase intelectual parisina de los setenta, tan alejado de mí y tan fascinante, o más, que cualquier Narnia. Me interesa Virgina Despentes con la teoría King Kong hablando de su violación, y también el libro de Natalia García Carreño, que es una fantasía psicotrópica envolvente, pura ficción, y es una maravilla. No creo que se deban comparar, un género no eclipsa a otro a ningún nivel”, cuenta la escritora desde su visión como lectora.
La escritora Mercedes Cebrián también se anima a recomendar alguna obra que ella considera “híbrida”, como La ciudad solitaria de Olivia Laing, en el que ella hace un pequeño estudio sobre la influencia de la soledad en artistas como Warhol o Hopper en sus vidas y en su obra, pero a la vez da cuenta de su propia soledad cuando pasó un tiempo sola en Nueva York al dejarle su pareja; o La hora violeta, de Sergio del Molino, sobre la muerte de su hija, pero también La piel, un ensayo sobre las afecciones dérmicas en personajes históricos pero a través de su propio problema de psoriasis. Ese tipo de libros me parecen fascinantes“,
¿A qué se debe el éxito de la autoficción?
Bastarós considera que hablar sobre una amenaza a la literatura es un debate forzado. “Se publican 70.000 libros en España y solo algunos son autoficción, no son una amenaza, ningún género lo es. La ficción no está en peligro; este año, en la caseta en la que estaba firmando en la Feria del Libro, la gente se llevaba a Úrsula K. LeGuin y a Ted Chiang, uno de los libros de gran éxito del año pasado fue el suyo, que es de ciencia ficción pura”, explica la autora.
La novelista y ensayista Mercedes Cebrián también ve la autoficción como un signo de los tiempos, cree que es un fenómeno sociológico global, al que se suma como lectora y ahora también como escritora. “Algo pasa que queremos leer cosas así, y no me importan las razones. Igual que el documental en cine antes era minoritario, limitado a animales o filmes históricos, y de pronto, desde Bowling for Columbine, se empezaron a estrenar en cines. Hace 10 o 15 años, en España no había casi nada de no ficción, salvo ensayos y biografías. Poco a poco fueron entrando no ficciones a través del cine o la literatura”, reflexiona la autora, que antes escribía ficción y este año la ha abandonado para publicar Cocido y violoncelo, un libro entre la crónica y el ensayo que relata su experiencia con la música clásica y con la comida. “De lo que se lee, se cría. Y yo ahora quiero leer no ficción, y eso es lo que me apetece escribir”, explica Cebrián.
A Iban Zaldua le interesa la literatura de ficción porque le abre espacio hacia lo que está fuera de él, y para argumentarlo cita a la escritora Toni Morrison, premio Nobel de Literatura: “Aprecio la literatura biográfica, pero no creo que la ficción haya perdido autoridad, aunque sí es cierto que la gente profesa un raro respeto hacia aquello que se presenta como vivencia. Siento, sin embargo, que las buenas novelas perduran y que la imaginación puede ser mucho más reveladora que un reality show”, decía la escritora estadounidense en 2004 en el diario El País.
¿Cebaron los medios un debate irrelevante?
El término autoficción apareció por primera vez en la contraportada de la novela Fils de Serge Doubrovsky, en 1977, para designar una “ficción de acontecimientos estrictamente reales”. Pero la literatura del yo no es nueva. Dante, el Arcipreste de Hita, Marcel Proust, Marguerite Duras o Philip Roth, hablan de sí mismos en sus obras.
Iban Zaldua recuerda cómo Dante se metía ya como personaje en una ficción en la Divina Comedia. “Si vamos a Montaigne, Rousseau o San Agustin, ahí están las fuentes de la literatura del yo, o confesional. Pero eran cuestiones más marginales, y ahora la autoficción ha ganado terreno excesivo, se ha impuesto demasiado en lo que se vende, a lo que se le da publicidad”, explica el autor.
Tengo la sensación de que este debate bebe de cierto rechazo hacia escritoras españolas jóvenes que han triunfado con obras de autoficción o literatura del yo
La escritora María Bastarós recuerda que “la propia biografía sumada a la imaginación es la forma más natural de la literatura”, y siempre ha existido literatura del yo. Piensa que en la crítica hacia ese género hay un componente machista que quiere ver en la escritura de ciertas autoras actuales un ejercicio de egocentrismo. “Tengo la sensación de que este debate bebe de cierto rechazo hacia escritoras españolas jóvenes que han triunfado con obras de autoficción o literatura del yo, y que ese rechazo tiene que ver con que no se considera la vida de las mujeres como un material literario legítimo. He oído a mucha gente hablar del exceso de egocentrismo de esas autoras. Lo que yo he leído de estas autoras es bueno, un ejercicio de talento, y no de onanismo. Luego ahí está Karl Ove Knausgard, con sus seiscientos libros sobre su vida, y a nadie parece inquietarlo, menos aún a la crítica. También veo a menudo confundir literatura en primera persona escrita por mujeres como Rosario Villajos o Silvia Hidalgo, con literatura del yo, y eso sí que es falta de imaginación”, relata la autora.
Mercedes Cebrián entiende que si hay polémica al respecto es por cierto hartazgo ante demasiadas publicaciones de diarios. “Puede ser un abuso de la literatura del yo cuando se convierte en un género para vagos, que va enlazando el diario de la pandemia, con el de la normalidad… pero creo que lo que salva a la literatura es la mirada y la voz, no necesito que me cuenten grandes aventuras. Si la voz es buena y me sabe llevar donde quiere, yo la sigo. Cada vez voy más a voces o temas, no tanto a géneros”, explica la escritora.
¿La ficción del yo es el camino más sencillo?
Bértolo considera que escribir autoficción es menos complicado que escribir en tercera persona. “El tono es más fácil de encontrar. Una novela tiene que mantener la coherencia, los personajes, mientras que la autoficción es un chorro, es el yo que se desborda”, cuenta el editor.
Iban Zaldua critica que en la autoficción se rompa el pacto que se establece entre lector y escritor. “En el pacto de la ficción todo tiene que estar al servicio de que la trama fluya y tenga sentido, y en el pacto autobiográfico los escritores meten cuestiones que les justifican y otras las cambian, para que el texto funcione. La autoficción justifica incluir cualquier cosa, aunque no tenga sentido como elemento dentro de la novela, solo porque te ha pasado, y eso es un poco trampa”, cuenta el autor.
La autoficción justifica incluir cualquier cosa, aunque no tenga sentido como elemento dentro de la novela, solo porque te ha pasado, y eso es un poco trampa
Para Noelia Pena, los libros que van a sobrevivir al paso del tiempo no van a ser los de autoficción, aunque alguno se salve. “Cuando quieres ir más allá del presente con la literatura y quieres que pueda medirse con los autores del pasado tienes que pensar cosas y recorrer caminos que no hayan sido explorados, y creo que la autoficción no va a llevar a nadie a esos lugares”, explica Pena.
¿Qué encubre cierta crítica furiosa hacia la autoficción?
El autor del reciente ensayo ¿Quiénes somos? 55 libros de la literatura española del siglo XX, Constantino Bértolo, observa que nadie cuestionaba a los autores de género masculino que escribían en primera persona en el siglo pasado: “Muchas mujeres escriben ahora autoficción en primera persona, porque las voces femeninas han estado calladas durante siglos. En este momento en el que el movimiento de emancipación es más fuerte que nunca, es normal que esas voces se expresen. Hasta ahora la novela, la ficción, solía ser en tercera persona, y la mayoría de las novelas del siglo XIX y XX son así. Entonces nadie se metía con ellos si se acercaban a la autoficción, no podemos negar que seguimos bajo el peso del patriarcado”.
Quienes perpetúan la autoficción con un claro objetivo de vender son las editoriales, y seguramente muchos de ellos son encargos, no hay que crucificar al autor
Pena plantea que la literatura de autoficción tiene que ver con el éxito del capitalismo y la venta de uno mismo como producto. “Cada uno es de alguna forma una marca y así se vende y se expone a sí misma, y uno acaba vendiendo su propia intimidad, sus chismes, su vida. Tiene que ver con el capitalismo, que ya no es un sistema que solo opera cuando vamos a comprar una camiseta y tenemos que intercambiar dinero, sino también cuando necesitamos tener una visibilidad en la sociedad y ser de alguna manera algo que se compra y se vende”. Esto lleva a que nos autoexplotemos a través del propio desmenuzamiento de nuestras intimidades, lamenta Pena, que recuerda la necesidad de no señalar al autor o autora: “Quienes perpetúan la autoficción con un claro objetivo de vender son las editoriales, y seguramente muchos de ellos son encargos. No hay que crucificar al autor”.
¿Cómo mueve los hilos de la autoficción la industria editorial?
El negocio literario impone sus pautas, y en los últimos años se ha desatado cierta estrategia de marketing que utiliza la figura del autor o autora como producto, por encima de sus obras. “En este momento la literatura está atravesada profundamente por el marketing y parece que solo se trata de vender”, dice Constantino Bértolo. “Astutamente las editoriales quieren convertir a sus autores en una marca comercial, y obligan a las propias autoras y autores a ser quienes se ocupen de promocionar su propia obra. Las editoriales están empeñadas en que se hable de los autores”, continúa el crítico y exeditor.
Si la voz es buena y me sabe llevar donde quiere, yo la sigo. Cada vez voy más a voces o temas, no tanto a géneros
María Bastarós cree que un autor o autora de calidad no se presta a ser una marca ni a escribir siempre en determinados términos para serlo. “Quien tiene una personalidad literaria clara suele contar con un tema recurrente y un enfoque genuinos, con una obsesión, que al final es lo que mueve la escritura ¿Cristina Sánchez Andrade, que hace ficción o Annie Ernaux, que hace memorias o autoficción, son una marca? No, son autoras con un universo propio, hiperreconocible. Creo que quien recurre a la primera persona lo hace porque es lo que desata su escritura, y de todos modos, si su trabajo es un mero producto, eso en el resultado final se nota y al lector inteligente no se le escapa.
Iban Zaldua insiste en el yo como marca, y en cómo a veces parece más importante saber si un detalle de un libro es autobiográfico o no, “cuando lo interesante es si abre una ventana al mundo o no”. “Esto se ve en los premios literarios, donde se busca más la imagen de autor que la obra, sobre todo en los grandes premios comerciales”, explica.