'Nosotras vinimos tarde': un futuro en el que hacerse mayor con las amigas, viviendo juntas

Carmen López

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En 1983, Teresa Meana y unos cuantos amigos –tres gays, una hetero y dos lesbianas, para más detalle– abrieron en Oviedo un bar que sería la casa de todo aquel que quisiera entrar. Fue el primer local gay friendly o ‘de ambiente’, como se decía por entonces, que hubo en Asturias además de un dinamizador cultural muy importante. A veces parece que no, pero también ocurren cosas interesantes fuera de Madrid o Barcelona y por aquella sala asturiana pasaron grupos míticos de 'la movida' como Alaska y Los Pegamoides o Parálisis Permanente, la banda de Eduardo Benavente y Ana Curra. Aunque la pandilla de emprendedores solo gestionó el pub durante un par de años, revolucionó la noche ovetense cuando la dictadura aún era un recuerdo demasiado cercano. Esa es una de las anécdotas de la vida de una mujer que llevó a Elisa Coll a escribir su libro de autoficción Nosotras vinimos tarde, recién publicado por la editorial Amor de Madre con prólogo de Alana Portero.

Coll entró en contacto con la filóloga y activista feminista Teresa Meana en una reunión familiar en Valencia. Era conocida de su tía Marga y de su novia –a la que durante mucho tiempo presentaron como ‘amiga’ hasta que la escritora encajó las dos piezas de ese puzle– y se habían visto cuando ella era aún una niña pequeña. No la había vuelto a cruzar y aquel día se encontró con una mujer de unos 70 años habladora, simpática, con una trayectoria vital como poco entretenida. En esa misma reunión, la escritora comentó que estaba planeando un viaje por el norte con una amiga y la señora insistió en que fueran a visitarla a Oviedo. Les dejaría su casa y ella se iría a la de una amiga durante su estancia.

De entrada, la invitada no entendió muy bien por qué la anfitriona tiene que dejar su propio piso para darles alojamiento hasta que llegó a Oviedo y se llevó la gran sorpresa: Meana y sus amigas habían comprado la cuarta planta de un edificio para ser vecinas. Cada una con su propio apartamento pero en comunidad. Una realidad que inspiró el trabajo de final de máster que fue el germen de este libro de autoficción. “El encontrarme ante un grupo de mujeres que viven juntas desde hace tanto tiempo y que tienen 70 años, me removió mucho a nivel personal”, explica Elisa Coll a elDiario.es. “Decidí que mi trabajo giraría en torno a las resistencias cotidianas y a las distintas formas de convivencia que podemos imaginar y llevar a cabo las personas queer”, sostiene.

Por supuesto, el caso de esas mujeres que deciden compartir su vida al llegar a edad madura no es único, pero sí tiene una característica que no es tan habitual: se trata de una decisión “proyectada y vivida desde la alegría”, explica Coll. No se trata de un grupo de personas que por precariedad solo pueden optar por compartir espacio vital aunque no sea lo que realmente desean. En un sistema diseñado para vivir en pareja o con la descendencia cuando llega el momento, la escritora vio en la realidad de Teresa Meana una posibilidad de futuro disidente pero dichoso. “El hecho de que fuera una decisión tomada desde esa emoción positiva es lo que para mí encapsula la resistencia y la esperanza de esta historia. El sentir que podemos habitar en futuros distintos, desviados con alegría y no como premio de consolación”, declara.

La protagonista de la parte de autoficción está pasando por un momento vital complicado. Acaba de dejar Madrid para instalarse en Barcelona, la ciudad donde vive su exnovia, con la que mantiene una relación de dependencia de la que no consigue salir. Además, aún no tiene amigas en su nuevo lugar de residencia y tiene que obligarse a socializar así que empieza por el colectivo de activismo bisexual de su barrio. Las circunstancias actuales y pasadas de la narradora permiten a Coll tratar temas complicados como puede ser la violencia intragénero, un problema del que se habla muy poco o no lo suficiente. Por eso, además de por su calidad, libros como La casa de los sueños de Carmen María Machado causan un impacto notorio cuando llegan al gran público. “Nos da miedo hablar de violencia en relaciones queer porque sentimos que estamos traicionando a los feminismos. Sentimos que señalar la violencia que se dan en nuestros propios espacios implica desdibujar las violencias machistas. Y no es así”, desarrolla la escritora. “Creo que pesa un silencio sobre este tipo de violencias que hace que sea muy difícil detectarlas”, dice.

La necesidad de una red de apoyo se perfila como uno de los temas principales de Nosotras vinimos tarde según avanza. Tanto por las experiencias que relata Teresa como por las de la narradora, que no son exactamente las de Coll pero sí tienen que ver con sus propias vivencias. Las amigas como punto de apoyo en las buenas y en las malas, como integrantes de la familia escogida, son fundamentales en sus universos. “La red de amistades es esencial para imaginar futuros que estén apartados de lo que se nos ha dicho que tenía que ser nuestra vida”, sostiene la autora. “Muchas veces, a las amistades no les damos la importancia que le damos a la pareja o no nos imaginamos que podemos planificar un futuro o imaginar un futuro con ellas. Y creo que es algo clave”, dice.

El encontrarme ante un grupo de mujeres que viven juntas desde hace tanto tiempo y que tienen 70 años, me removió mucho a nivel personal

Para ella, conocer a Teresa ha sido un hito que posiblemente habría sido incluso más determinante si hubiese llegado antes a su vida. “No sé qué habría pasado, pero sé que al menos habría tenido la oportunidad de que ocurrieran otras cosas. El hecho de no haber tenido relatos como el suyo me ha negado la posibilidad de imaginar o de habitar una cierta vida”, comenta Coll. Desarrollar el género de la autoficción le ha permitido, precisamente, dejarse llevar por la libertad de la figuración que no se tiene en la no ficción. “Fue bastante catártico escribir cosas que le estaban pasando a otra persona y que eso hiciera de reflejo de mi realidad. Y me parece muy potente la puerta que abre un texto que no se trata de si es verdad o no sino de si te mueve”, dice.

Ella ya tenía la experiencia previa del ensayo. Hace dos años publicó Resistencia bisexual. Mapas para una disidencia habitable (editorial Melusina), un tratado sobre la bisexualidad y la bifobia en primera persona. En aquel momento el concepto de bifobia era incluso desconocido para muchas personas, pero desde entonces se ha visibilizado gracias a trabajos como el suyo. Aún así, ella percibe que aún queda camino por recorrer. “Creo que en los espacios queer en general hay más concienciación o, por lo menos, se habla más del tema. Siento que eso está levantando ampollas y a la vez está sanando heridas que llevaban mucho tiempo hendidas”, explica Coll. “Las personas se han movilizado tanto desde el activismo como desde la producción cultural y desde un montón de espacios. Siento que ya por lo menos hay una escucha y una mirada dispuesta a ver. Eso es clave”, afirma.

Muchas veces, a las amistades no les damos la importancia que le damos a la pareja o no nos imaginamos que podemos planificar un futuro o imaginar un futuro con ellas. Y creo que es algo clave

Mientras que en el ensayo transmitió un mensaje concreto, su nuevo libro está abierto a la interpretación personal de quien lo lea. Cada cual se lo tomará como una guía, como un cuento, como un anecdotario o como lo que considere pero Coll señala un párrafo escrito hacia el final en el que explica que las palabras de Teresa “pueden ser inventadas, reflejos distorsionados de recuerdos que llevan a barrancos de nada, quién sabe, a quién le importa. Solo hay una cosa que nunca serán. Nunca serán mentira”. Para la escritora, esas frases resumen el espíritu de este trabajo: “Vienen a decir que necesitamos la imaginación y la fantasía para poder caminar hacia futuros en los que nos dijeron que no teníamos cabida”.