Lluís Calvo: “La democracia no es votar cada cuatro años para desentenderse como quien delega en un gestor”
Seguramente la faceta más conocida de Lluís Calvo (Zaragoza, 1963) es la de poeta, pues su poemario en lengua catalana es extenso y fructífero. Hace dos años publicó la que tal vez sea su obra cumbre, Cor Pirinenc, el poema de Fontalba i Gotanegra (Lleonard Muntaner, 2022), que fue incluida en una reciente lista de las 50 obras más influyentes en lengua catalana de los últimos 50 años, realizada por diferentes editores, críticos y escritores y publicada por la sección Quadern de El País.
Pero además de la poesía y la novela, Calvo también ha frecuentado con éxito el ensayo en catalán, un género no tan minoritario como pueda ser el de la lírica y las obras de ficción. Tras publicar L'infiltrat: Estratègies d'intrusió, anonimat i resistència (Arcadia, 2019), obra centrada en el valor social del individuo y su capacidad de autonomía frente a las tendencias mayoritarias, ahora regresa con El segrest de la política (Anagrama, 2024), una reflexión sobre la necesidad de quitar protagonismo a los partidos políticos en favor de la responsabilidad ciudadana, que no debe limitarse en ningún caso a votar cada cuatro años.
Se trata de un ensayo corto pero intenso, que expone el problema (los partidos políticos han secuestrado la política en nombre del orden establecido y no permiten iniciativas ciudadanas más allá de hechos simbólicos y testimoniales ), ofrece testimonios de dicho problema (desde Carl Schmitt a Simone Weil o Joseph Beuys) y da soluciones, al menos parciales pero sin duda sensatas.
Todo El segrest de la política respira frescor libertario, y anarquista en el mejor sentido de la palabra, y Calvo conviene durante la entrevista que es necesario actualizar algunas partes del ideario anarquista de los utópicos al siglo XXI para poder aplicarlo a la política. También apela a la responsabilidad de la ciudadanía frente a la dejación de los asuntos que atañen a la sociedad en manos de lo que el autor tilda de “profesionales de la política”. No obstante, matiza que su ensayo no aboga por acabar con los partidos políticos, sino por hacer que estos vuelvan a escuchar la voz de la sociedad y actúen en consecuencia.
Lo que pretende usted con este ensayo no es tarea baladí...
Ya lo creo, porque verdaderamente están los ánimos muy crispados en torno a la política. Pero precisamente por eso, porque se crispan a partir de unos elementos muy retóricos, muy externos a los ciudadanos, que nos pillan muy lejos, creo que debemos recuperar nuestra capacidad de análisis interno, y hacerlo de una manera calmada y al mismo tiempo activa, sobre lo que supone la política. Es decir que debemos replantearnos las cosas como ciudadanos más allá de ese teatro de los partidos que nos exaspera y nos impide a veces pensar con algo de ecuanimidad.
¿Cómo podríamos explicar a aquellas y aquellos que lean esta entrevista cuál es la tesis de El segrest de la política?
La tesis es muy sencilla y la expongo ya en las primeras páginas: la política está en buena parte secuestrada por los partidos políticos. Si tomamos el grueso de la ciudadanía, si no nos centramos en los núcleos activistas que están haciendo política, a veces a diario, veremos una carencia absoluta de actividad y responsabilidad política a nivel ciudadano.
La tesis también es que cada ciudadano debe ser consciente de que la democracia no consiste en ir a votar cada cuatro años y delegar luego los problemas como quien delega las cuestiones de su finca en un gestor de fincas, o quien tiene cuenta corriente y delega al banco un dinero que no sabe dónde está ni cómo se invierte ni quién lo gestiona. La política debe ser algo que va mucho más allá de esto y de estas instituciones llamadas partidos. Debe ser una responsabilidad que nos interpela a cada uno de nosotros.
Cuando usted habla en el libro de ese “secuestro” me pregunto hasta qué punto no hemos sido los ciudadanos los que hemos subcontratado la gestión política a los partidos, y me viene a la cabeza el relato de Kafka El mensaje imperial, donde al protagonista se le comunica que nunca podrá llegar a responder al Emperador, que le ha enviado un mensaje, porque el poder máximo es inaccesible para él.
Ese es el tema: ¿el poder nos pilla muy lejos o eso es lo que nos han hecho creer los partidos a medida que se han ido convirtiendo en grandes corporaciones profesionales? Yo defiendo la segunda tesis: el poder parece lejano pero esa es una falsa impresión, porque reside en nosotros y en nuestra acción responsable.
El problema es la jerarquía, el elitismo, el clasismo y la burocracia. Y todos estos filtros que nos encontramos hasta llegar a los políticos y la acción de poder no son casuales. Están hechos precisamente para que no podamos tomar la iniciativa. Después se hacen farsas de procesos de participación, como si con ello se pudiera solucionar algo... Es esa lejanía que comentas la que debe acabar.
¿Y cómo acabar con ella?
Desde el momento en que considero que todos nosotros, todos los ciudadanos, somos políticos, los que ejercen hoy la política deben ser considerados “políticos profesionales”. Entonces debemos determinar cómo queremos que se ejerza la política, si de una manera profesional o no. Si queremos que se haga profesionalmente, no debería ser tan complicado, debería haber un diálogo constante del político con sus votantes, especialmente en el nivel más local.
Todos los filtros que nos encontramos hasta llegar a los políticos y la acción de poder no son casuales
También deberíamos modificar el sistema de listas totalmente cerradas. No digo que las abiertas sean la gran solución, pero estas listas cerradas tampoco favorecen a la democracia. Cada político debería responder ante un electorado concreto que puede ser el municipio o su distrito comarcal, provincial, como queramos...
En principio el sistema representativo británico funciona de esta manera, pero no parece que los británicos estén muy felices con sus políticos...
Cierto [risas], pero yo creo que es porque siguen este modelo solo en apariencia. Fíjate la cantidad de escándalos surgidos en las últimas décadas, por no hablar desde el Brexit o la pandemia... Los políticos británicos en el fondo también tienen secuestrada la política. Pero el problema va más allá, tiene que ver con cómo está montada la democracia.
¿Y cómo está montada?
En un corto plazo de cuatro años, los que separan una elección de la otra y, claro, toda decisión que implique un plazo mayor a cuatro años es un problema. Si eres político piensas: “Si tomo esta decisión, si hago esta ley: ¿gustará para las próximas elecciones o me dejarán de votar?” Con este escenario hasta los políticos progresistas se vuelven conservadores, cortoplacistas, inmovilistas... Ahí tenemos al SPD alemán, a la socialdemocracia europea en general.
Esto es un gran hándicap para unas transformaciones como las que necesitamos con urgencia en el mundo actual, especialmente en Europa, tan complejas y tan globales. En la estructura democrática actual los políticos no tienen incentivos, al contrario, para tomar decisiones a largo plazo. Por tanto, aquí debe ser la ciudadanía que se organice.
Hoy he leído que ha surgido una Assemblea Catalana per la Transició Ecosocial. Son 273 entidades muy diversas y que explican que se han organizado ante el hecho de que las instituciones no están a la altura de todos estos retos, ni de los retos sociales ni del reto ecológico. No estar a la altura significa no querer ponerse las pilas. Es una buena muestra, en mi opinión, de lo que se debe hacer.
Para mí lo que está claro es que si decimos que no buscamos follones, si rehuimos las controversias, si dejamos las cosas como están, tendremos un futuro complicado. Existe una extrema derecha y unos poderes económicos que son muy activos. La extrema derecha está subiendo mucho y los poderes económicos son los que son y ellos sí se mueven.
¿Debemos entonces prescindir del político profesional?
Humanamente puedo entender esta figura que tiene un punto de patetismo o de dramatismo en sus contradicciones; aquí podría surgir una novela o una obra teatral... Políticamente estoy totalmente en su contra; no puedo entender que alguien que ingresa de repente en la política pueda ir a clubes, hoteles, restaurantes que antes no pisaba y vea cómo se le abren toda una serie de puertas, cómo le van llevando de un sitio a otro...
Humanamente puedo entender la figura del político profesional, que tiene un punto de patetismo o de dramatismo en sus contradicciones
Creo que este tipo de gente, en general, pierde absolutamente el sentido de la realidad, la noción de que siguen siendo ciudadanos de a pie. Porque a mí también, como ciudadano además de como ensayista, me cabrea profundamente cuando veo que esta gente que está totalmente enajenada de lo que es el mundo. Esto ya lo denunciaba Simone Weil en 1943, en un ensayo en contra de los partidos que se publicó en la revista Table Ronde en 1950.
Y también exponía muy claramente la dicotomía que representa para cualquier político la libertad individual y la disciplina de partido. Si el político pierde su opinión, pierde su matiz, su punto de vista en favor del dogma del partido, de lo que conviene, de lo que hay que decir, se convierte en una figura de declaraciones enlatadas, poco creíble y poco convincente: se convierte en un personaje de un guion de teatro.
¿Cree que el político no es necesario?
A ver, el político es necesario porque tiene que hacerse política, de otro modo caemos en una política de partido único. Y evidentemente ahí no hay lugar a iniciativas, disidencias, discrepancias ni nada. La discrepancia es fundamental, como lo es la existencia de partidos donde confluyan las posturas a nivel amplio y se organicen, eso lo dejo claro en el libro y cito ejemplos como el de Carl Schmitt, que dijo que la ausencia de distinción entre el amigo y el enemigo supone la desaparición de la política.
Pero el político debe estar sujeto a las iniciativas de sus votantes y estas enfocadas a marcar la agenda de lo que debe hacer. Y no a la inversa. Los políticos no representan a un programa, representan a unos ciudadanos, son ciudadanos y como tales deben ayudarnos a gestionar estas ideas que son mayoritarias y posiblemente nos afectan a todos.
¿Y cómo podemos hacer los ciudadanos para incidir de esta forma sobre los partidos, de modo que nos tengan en cuenta o como mínimo no nos impidan nuestra acción política?
Yo creo que en algún momento debemos empequeñecernos, hiperlocalizarnos porque estamos en una sociedad cada vez más global. Cada vez hay más población en el mundo y manejar procesos democráticos con cientos o miles de millones de personas es complicadísimo. Y con el tiempo acabaremos como las elecciones en esa pseudodemocracia que es la India, que duran varios meses...
Así que por un lado estaría la segmentación de la política por territorios súperlocales, y por otro la organización de los ciudadanos según iniciativas y asuntos políticos. Todo ello sin obviar la toma de conciencia individual de todas y todos sobre nuestra responsabilidad política; creo que debemos respirar política de una vez por todas, al levantarnos y al acostarnos. Esto es ser consciente de que la política que nos afecta está en nuestras manos, no en la de los partidos políticos.
Es una constante en su ensayo esta llamada a la responsabilidad, y suena a un alegato por la actualización del anarquismo, al menos en su versión más socialista.
Es que esto entra dentro de mi pensamiento libertario: la responsabilidad máxima del individuo en pos del orden social. Se ha dejado de leer y reinterpretar a Kropotkin, Prudhomme o Bakunin, y deberíamos regresar a su lectura porque tienen muchas ideas interesantes para aplicar en la mejora democrática. Pero dicho esto, tampoco quiero que nadie piense que mi ensayo es un alegato anarquista. Hay otras formas de anarquismo que obviamente no son recuperables en tanto que reivindican la violencia como modo de acción política.
Para terminar, conviene observar que dos de los ejemplos que usted menciona en el libro de iniciativa ciudadana, como son el 15M o el 1-O, terminaron saboteadas tanto judicialmente como policialmente, además de dar lugar finalmente a partidos políticos como Podemos y Junts.
Es que nadie dice que vaya a ser fácil cambiar las cosas; evidentemente, cuando se ha intentado el sistema ha respondido con violencia policial, presos, exiliados o bien con persecución mediática y acoso de las personas hasta la puerta de sus casas, falsas causas judiciales, etc. El sistema se defiende de manera feroz para preservar su estatus, pero a la vez no se da cuenta de que le queda poco tiempo, de que los retos globales cada vez son más grandes y más acuciantes y el populismo y la extrema derecha entran en las preferencias de la ciudadanía cuando dejan de creer en la eficacia del sistema democrático.
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