El proyecto que renombra las calles para recordar los puñetazos homófobos y asesinatos racistas

“¿Tú qué miras, maricón de mierda?”, fue lo que escuchó Roberta La Flaca, hostelero y drag queen, antes de encajar el puñetazo que le tiró al suelo. Tras el impacto recibió 15 puntos de sutura y fue intervenido de urgencia para un trasplante de córnea. Su vida cambió para siempre precisamente en un lugar en el que, en teoría, no había peligro: en el barrio madrileño de Chueca. Pero las calles, aunque a veces puedan parecer seguras, no siempre lo son. 

Tal y como recopila un informe la asociación Arcópoli (PDF), uno de cada tres incidentes por lgtbifobia en Madrid se producen en la calle. En 2019 hubo 59. En años anteriores, en cambio, los casos superaron el centenar. Muchos de ellos son noticia en el momento de la agresión, pero acaban ocultos entre el olvido y la sobredosis informativa. Precisamente por ello, para recordar que las ciudades (y la sociedad) tienen una cuenta pendiente con colectivos históricamente maltratados, nace el proyecto de María LaMuy. La diseñadora ha decidido resignificar las míticas placas de cerámica que cuelgan de las paredes de la capital y ahora, sus protagonistas son aquellos contra los que cometieron un delito de odio.

El resultado es una exposición con coartada de iniciativa activista llamada Madrid Me Mata, financiado por VEGAP, que puede verse en el Espacio cultural CentroCentro Cibeles hasta el 9 de enero de 2022. Sirve para tomar conciencia de que pasear por las calles con seguridad es todavía un privilegio de quienes no se sienten amenazados. No fue el caso de un amigo de LaMuy, que al igual que Roberta perdió el ojo de un puñetazo. “Fue en Malasaña, y al vivir algo así de cerca te das cuenta de que esto es real. Te puede pasar a ti o a cualquier persona cercana”, comenta la artista a este periódico sobre uno de los sucesos que le llevó a poner en marcha esta serie. 

El mismo nombre del proyecto, Madrid me mata, hace referencia a modo de ironía a la revista creada en la Movida Madrileña que estuvo activa hasta 1985 y cuya cabecera ha acabado como lema de la modernidad. “Se ha dado mucho bombo a que Madrid es una ciudad muy gayfriendly, pero esto es algo comercial. Hay pequeño lobby de comercios y sitios de ocio enfocados a las personas gays con dinero, pero eso es un poco marketing dirigido a un público para tener turismo. El problema es que nos hemos creído que ese mensaje era para toda la población LGTBIQ”, critica la diseñadora.

La iniciativa está compuesta por 10 postales que a su vez cuentan la historia de 10 delitos de odio. La selección no ha sido fácil y, según señala la diseñadora, ha decidido dejar fuera los casos de misoginia o violencia machista. No porque no los considere agresiones igualmente importantes, sino porque el número de estos es mayor y ya existen otros proyectos dedicados en exclusiva a ellos. Pero había un perfil del que no tenía dudas: el de Lucrecia Pérez Matos.

Lucrecia fue asesinada a tiros en Madrid el 13 de noviembre de 1992 en las ruinas de la discoteca Four Roses, en el barrio madrileño de Aravaca donde cientos de dominicanos se solían reunir cada jueves. El guardia civil Luis Merino Pérez (25 años) y los menores Felipe Carlos Martín, Víctor Julián Flores y Javier Quílez, de 16 años, irrumpieron encapuchados disparando contra las personas que estaban cenando en la zona. Pérez Matos, de 33 años, que llevaba solo un mes y tres días en España, fue alcanzada por dos balas que acabaron con su vida. Es considerado el primer asesinato racista de la historia de la democracia española. No es la única historia destacada en esta muestra.

Otra “calle” está dedicada a un incidente más reciente: el del rapero Isaac López, conocido como Little Kinki. El joven de 18 años, que tenía síndrome de Asperger, había quedado con un amigo para grabar un videoclip cuando a su paso por el barrio de Pacífico recibió cuatro puñaladas por la espalda. Antes sufrió acoso por tener trastorno del espectro autista. De ahí que la artista de este proyecto lo catalogue en su serie como un delito de odio relacionado con el capacitismo o la discafobia. 

Además, según cuenta LaMuy, quiso llamar la atención sobre otras vertientes del racismo que en ocasiones no se suelen tener en cuenta: “Normalmente cuando pensamos en el racismo lo hacemos en personas migrantes o racializadas, por eso también quería incidir en el que existe hacia las personas gitanas”. Es lo que ocurrió a una familia en el barrio de Argüelles, que se despertó con esvásticas y la frase “Go home” en la ventana de su casa. 

En la muestra también hay una placa dedicada a los hinchas del PSV, que humillaron a un grupo de mujeres que pedían limosna en la plaza Mayor de Madrid. Porque, a veces, en un delito confluyen varios “odios”. “Las fobias se pueden mezclar y las opresiones confluyen. Por ejemplo, la aporofobia con la romofobia. O las personas trans, que al final a veces acaban siendo victimas de transfobia y aporofobia porque precisamente por ser transexuales no consiguen trabajo y acaban en situación de prostitución o acaban viviendo en la calle”, destaca la diseñadora. 

A pesar de que la exposición está centrada en delitos ocurridos en la capital, a través de sus carteles informativos también se relatan otros como el de la brutal agresión que acabó con la vida de Samuel Luiz. Porque las agresiones, a juzgar por los hechos, no parecen tener fronteras. 

El proceso para imitar las cerámicas de Ruiz de Luna

Además de la investigación de los delitos de odio, otra parte del trabajo ha sido hacer diseños que imiten a la perfección las icónicas placas de cerámica de las calles de Madrid. “Han habido de diferentes épocas, pero las más famosas son las que se pusieron en los años 90 continuado con la tradición de la familia Ruiz de Luna”, apunta María LaMuy.

El problema es que las letras de cada cartel no son homogéneas, sino que cada versión es única. ¿La razón? Que no es una tipografía al uso, sino una rotulación. “Ruiz de Luna en ningún momento quería hacer una tipografía ni buscar unas normas, sino que iba inventando. Por ejemplo tiene una ‘S’ muy especial, que a pesar de haberse hecho en los 90 está realizada de forma anacrónica porque encajaba con el estilo del casco antiguo de Madrid”, explica la artista.

Por tanto, la diseñadora decidió fotografiar diferentes placas para analizarlas y encontrar un patrón en común. “Una vez lo tuve busqué darle una norma a todas las letras juntas. Hay muchas cosas en las que he tenido que tomar decisiones, como exagerar el serif o hacerlas más estrechas, ya que la caligrafía del autor original variaba en función del espacio que tenía”, aprecia. Un trabajo que, como añade, también le ha servido para poner en valor la labor del mítico ceramista.