Noticia servida automáticamente por la Agencia EFE

Las memorias del escritor Enrique López Viejo o el otro lado de la Transición

EFE

Madrid —

0

Las memorias del escritor Enrique López Viejo (Valladolid, 1958), “La culpa fue de Baudelaire”, cuenta el otro lado de la Transición desde el punto de vista de un joven que se mueve en distintos escenarios poco contados por la memoria “oficial” de aquellos años.

El título de este libro, publicado por la editorial El Desvelo, viene a cuento de que el autor hace responsable al poeta francés Charles Baudelaire de su afición por “il dolce far niente”, los paraísos artificiales y el vértigo hacia el abismo que pudo llevar su vida hacia la ruina.

Autor, entre otras biografías, de “Tres rusos muy rusos: Herzen, Bakunin y Kropotkin”, “La vida crápula de Maurice Sachs” y “Pierre Drieu La Rochelle”, fueron las horas pasadas en una cama hospitalaria lo que le condujo a escribir estas memorias.

Según López Viejo, “el recuerdo de algunos momentos de mi niñez me llevó a escribir el primer capítulo sobre mi frustrado aprendizaje del piano, algo que fue horroroso. Luego decidí continuar pensando únicamente en dejar recuerdo escrito de algunos asuntos de mi infancia y adolescencia”.

A diferencia de la biografía, que requiere un esfuerzo documental, “unas memorias te permiten ser muy libre al poder jugar con el recuerdo de forma selectiva”.

Y añade: “En una biografía no puedes engañar, hay que ser lo más riguroso posible; en unas memorias sí. Esa es la realidad, y aunque estas sean muy sinceras, siempre están los matices, las apreciaciones sensibles propias, o la perspectiva que se quiera tomar de uno mismo”.

La cartografía que Enrique López Viejo dibuja en estas páginas empieza con una rememoración de una vida familiar de clase media en el Valladolid de los años sesenta, y donde el autor, rodeado de mujeres, hace un poco de su capa un sayo.

“Nací en un gineceo -explica-. Siempre he tenido tantas amigas como amigos y me ha interesado el mundo femenino, y pienso que las mujeres son, en mucho, más inteligentes y, generalmente, más divertidas que los hombres”, destaca.

Niño y muchacho en los años sesenta, jovencito nervioso en los setenta, López Viejo vivió plenamente la Transición y formó parte de una generación eufórica y a la vez desencantada.

“Pero estos procesos de euforia y desencanto se repiten en las sucesivas generaciones; nuestros padres también tuvieron su momento de ilusiones y esperanzas, luego, su contrario”, explica.

Podría decirse que el denominador común de esa generación, afirma el autor, “sería la relativización de toda verdad, del desvelo de mucha falsedad, de lo relativo de la ética, la religión y las costumbres, proceso de relativización que tampoco es extraordinario en la historia humana”.

Los primeros años 80, “los viví sin límite” reconoce el autor, y, quizás, “la mayoría, nos lanzamos a una carrera sin muchos frenos, provocando accidentes de todo tipo y cometiendo excesos en todos los órdenes sociales, morales, económicos”.

Como dice metafóricamente Enrique López Viejo, la culpa de ello pudo ser de Baudelaire, aunque estas memorias no tratan de dar respuestas sino de formular preguntas entre un pasado más o menos perfecto y un presente imperfecto lo que crea un raro contraste que resulta muy sugestivo.