En 2015 se estrenaba “Falsos artísticos”, una exposición bastante especial que ha estado de gira por toda España. Las obras expuestas no venían de ningún museo o colección privada, sino de los almacenes de la Brigada de Patrimonio Histórico de la Comisaría General de Policía Judicial, unidad encargada de investigar todas las agresiones contra el patrimonio histórico, artístico y cultural.
En la visita se podían observar burdas imitaciones de Joan Miró, Juan Barjola, González de la Serna o Manuel Millares, parte de la colección Roca incautada en la “Operación Malaya” contra la corrupción en el Ayuntamiento de Marbella. Pero también se podían admirar falsificaciones contemporáneas de gran altura, de autores como Pinazo, Rusiñol, Cecilio Pía, José Mongrell o Muñoz Degrain.
El trabajo de la brigada de patrimonio histórico no es fácil. Hay varios métodos para aseverar la falsedad de una obra de arte, fundamentalmente análisis químicos ligados a instrumentación científica de alta gama. Muchos de estos métodos se basan en la búsqueda de anacronismos mediante técnicas de análisis como la espectroscopia infrarroja (FTIR) o la espectrometría Raman.
Con estas técnicas se pueden descubrir incongruencias temporales que alertan de que la obra no es auténtica: por ejemplo, lienzos que no se corresponden con la época del autor, retoques posteriores o pinturas con componentes (pigmentos y aglutinantes) actuales.
Estos métodos son muy utilizados para certificar la autenticidad de obras clásicas. Así fue como los responsables del Museu d’Art de Girona descubrieron que tres tablas del retablo de San Juan Bautista compradas en subasta y atribuidas al pintor renacentista Pere Mates (1490-1558) eran falsas. Detectaron en ellas blanco de titanio, usado a partir de 1921.
El problema con las falsificaciones de obras modernas
Pero, ¿qué sucede en el caso de obras de arte modernas con menos de 25 años de antigüedad?
En estos casos la búsqueda de anacronismos se hace más compleja debido a que los materiales son más comunes y pueden estar al alcance de los falsificadores actuales.
OBJECT
Elmir de Hory, famoso pintor y falsificador húngaro, desafiaba a mediados del siglo XX a marchantes de arte a diferenciar sus obras de los cuadros de artistas de su tiempo a los que plagiaba como Picasso o Matisse. Este pintor reconoció en el documental realizado por O. Welles F for Fake haber vendido más de 1.000 copias durante su vida.
Entonces, si el autor que plagia la obra es bueno y dispone de los materiales apropiados, ¿no hay forma de detectar su falsificación?
Un time-lapse químico de la pintura
time-lapseLa idea de datación química como posible herramienta para la detección de falsificaciones reside en un concepto sencillo: intentar estimar la fecha de creación de una obra a partir del conocimiento de las pautas de degradación de los componentes que la conforman.
Las falsificaciones son creadas, por fuerza, después de la obra real, y el poder aseverar la edad de la obra cuestionada puede indirectamente detectar si es falsa. Aunque el concepto en sí no es novedoso (existen técnicas de datación química como la datación por radioisótopos), nuestro equipo ha desarrollado en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) un método singular.
Consiste en construir, a partir de pequeñas probetas de pintura acrílica comercial con “edades diferentes”, es decir, diferentes periodos de envejecimiento, un modelo matemático predictivo que pueda estimar la edad de la obra cuestionada.
Para crear este modelo, se tomaron medidas espectrales FTIR de estas probetas con edades variadas, obteniendo un espectro para cada cada momento de la degradación de la pintura acrílica. Algo parecido a un time lapse pero con fotos químicas. Para ello, las muestras se introdujeron en una cámara de envejecimiento acelerado bajo condiciones controladas de luz, temperatura y humedad, logrando en pocos meses un envejecimiento equiparable a varios años de envejecimiento natural.
Con toda esta información espectral y mediante el uso de algoritmos matemáticos multivariantes, se obtuvo un modelo de predicción que permitió estimar el tiempo de una obra de arte cuestionada, únicamente tomando el espectro FTIR de una de las pinturas acrílicas que la conforman. La validez y eficiencia de este modelo fue comprobada en obras reales cedidas por autores contemporáneos de renombre como Jesús Mari Lazkano (Vergara, 1960) o Luis Candaudap (Bilbao, 1964) obteniendo estimaciones aceptables para algunas de sus obras de 2, 18, 20 y 22 años de antigüedad.
Un perfil de envejecimiento de cada componente
Adicionalmente, durante el desarrollo y estudio de este modelo de predicción y de las distintas “fotografías químicas” recogidas, hemos obtenido una información muy valiosa sobre cuales son los compuestos que más influyen en la degradación de las pinturas.
De las tres grandes familias de componentes más habituales (aglutinantes, surfactantes y pigmentos), hemos comprobado como los cambios fisico-químicos de los aglutinantes marcaban ostensiblemente la degradación de la pintura. Además, el estudio de distintas marcas comerciales de pintura acrílica, nos permitió aseverar que estos cambios en los aglutinantes pueden ser distintos dependiendo de la marca comercial, de los surfactantes o pigmentos que les acompañan o del intervalo de tiempo en el que se encuentra la pintura.
Este modelo de datación química, por tanto, no sólo posibilitará la estimación de la edad de una obra de arte moderna, permitiendo detectar si los materiales utilizados coinciden con la época de la obra auténtica, sino que también aportará información de gran utilidad para los profesionales de la conservación y la restauración. Para ellos es vital la información química a la hora de definir estrategias que eviten la degradación o para establecer pautas de restauración en los casos necesarios.
Si todo avanza en la buena dirección, y seguimos en la brecha, puede que “Falsos artísticos” y exposiciones similares tengan fecha de caducidad. O, quién sabe, que acabemos descubriendo que muchas más obras de las que creíamos son falsas y confirmando lo que Elmir de Hory afirmaba.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.The Conversationaquí