El cineasta italiano Bernardo Bertolucci, una de las figuras más relevantes del cine italiano de la segunda mitad del siglo XX, ha fallecido en Roma a los 77 años después de una larga enfermedad, según informan medios como Reppublica o Corriere della sera.
Su cine mantuvo siempre la autoría aún trabajando con grandes estudios, arriesgando siempre en su forma de narrar y mirar los acontecimientos históricos del siglo XX. También apostando por determinado experimentalismo que cambió la forma de consumir y entender cine de considerables ambiciones y presupuestos gracias a films como El último emperador, con el que ganó ocho Oscars incluyendo Mejor Película y Mejor Dirección. Cineasta, también, políticamente significado con una izquierda militante, cuya historia repasó en Novecento, y cuyas utopías y contradicciones quiso comprender en Soñadores.
Nacido en Parma, hijo del poeta Attilio Bertolucci, Bernardo Bertolucci estudió en Roma donde empezó a coquetear con la poesía. Hasta que un día su hermano Giuseppe le requirió para ayudarle en cortometrajes de bajo presupuesto rodados en 16mm. Así descubrió una pasión que le llevaría a ser testigo y dejar huella en un arte para el que siempre fue una figura incómoda. Tanto como lo fue su cine, siempre al margen del discurso imperante hollywoodiense.
Una carrera entre abucheos y alabanzas
Bertolucci fue en vida tan vilipendiado como elogiado. Entre los numerosos premios que recibió fue galardonado con el León de Oro honorífico por toda su trayectoria en el Festival de Venecia en 2007 y la Palma de Oro, también honorífica, en el Festival de Cannes en 2011.
Tras haberse iniciado en el mundo del cine gracias a su hermano, Bertolucci entró en la industria del celuloide con veinte años, y lo hizo de la mano de Pier Paolo Pasolini, a quien asistió durante el rodaje de Accattone. Su primera producción propia fue La cosecha estéril, el inicio de una carrera que le situaría entre las figuras más importantes de la cultura audiovisual italiana contemporánea.
Tras esta cinta dirigió Antes de la revolución y El conformista, obras con las que se consagró como un director que trabajaba los entresijos de la mente de sus personajes. Su salto al terreno internacional llegó con El último tango en París que le supuso dos nominaciones al Premio Óscar como Mejor Director y Mejor Actor en 1973. El mismo año que recibiría otras dos nominaciones en los Globos de Oro a Mejor Película y a Mejor director.
No consiguió ninguno, pero gracias a la relevancia del film protagonizado por Marlon Brando y Maria Schneider, pudo costearse Novecento, una obra monumental de cinco horas de duración, dividido en dos actos, que retrata la vida de dos jóvenes de Italia rural a lo largo de décadas convulsas entre la Gran Guerra y el auge del fascismo.
En 1987 llegó su momento cúlmen: El último emperador acabó reconocida con cuatro Globos de Oro y nueve premios Óscar, tras recuperar y reivindicar la figura de Puyi, el emperador de China derrocado por la revolución de 1911.
Seis años después, en 1993, estrenó otra recordada producción, El pequeño Buda, la historia de un niño estadounidense en quien unos monjes budistas creen ver la reencarnación de uno de sus lamas. En 2003 dirigió Soñadores, tras la que se vio obligado a quedar postrado en silla de ruedas por un grave problema en la espalda. Su última película, Tú y yo, volvió a retrarar a una juventud inquieta en un siglo cada vez más cercano al idealismo y al fatalismo, del que impregnó a muchos de sus personajes.
Un tango rodeado de polémica
Bertolucci fue protagonista de una polémica en 2016, cuando salió a la luz una entrevista del director en 2013 donde afirmaba que se había portado de “una manera horrible” con Maria Schneider durante la escena de la violación en El último tango en París, protagonizada por Marlon Brando y la actriz de 19 años. El director confesaba en la entrevista de la Cinemateca francesa que, junto a Brando, habían engañado a la actriz para rodar la famosa escena.
Tras la difusión de sus declaraciones, en 2016 el director matizaba que Schneider estaba al tanto de la naturaleza de la escena y que lo único que desconocía era el uso de la mantequilla que Brando, que entonces tenía 48 años, usaría como lubricante.
A pesar de todo, su cine recorrió y marcó profundamente el cine europeo de la segunda mitad del siglo XX. Sin su huella, el cine político contemporáneo no sería lo que eso, y sin su influencia difícilmente se comprenderían hoy las miradas sociales de cineastas como Matteo Garrone -Gomorra-, Marco Tullio Giordana -La mejor juventud-, Stefano Sollima -Suburra- o Alice Rohrwacher -Lazzaro Felice-.