El titular llamó la atención: se inauguró el primer museo feminista del mundo, y en Suecia, nada menos. El lugar no dejaba espacio a la duda: en Umea, capital de la cultura en 2014, y en el país dónde la mitad de los representantes políticos se autodefinen como feministas, dónde existe un partido Iniciativa Feminista que tuvo suficiente popularidad como para presentarse a las elecciones, y en un estado que se sitúa en el cuarto puesto en el índice global de la brecha de género.
Pero, ¿qué quería decir “un museo feminista” y por qué su existencia? Su desarrollo es un tanto peculiar: no tiene colección permanente, pero sí dos exposiciones paralelas. Una trata el envejecimiento, y la otra se titula Raíces. Esta última se centra en el poder y la influencia de cómo se narra la historia y explora las raíces de las viejas ideas, normas y estructuras que determinan las decisiones vitales y oportunidades tanto de hombres como mujeres. Desde la institución se explica que “la historiografía es injusta. La mayor parte de la gente que ha vivido no estará incluida. La mayor parte de las cosas que la gente ha hecho, pensado, sentido y creído será olvidada”.
Más allá de lo novedosa que pueda parecer la iniciativa, lo cierto es que se enmarca en una tradición de lo que es conocido como “los museos de las mujeres”, que comenzó en la década de los ochenta. Tal y como describe la estudiosa Elke Krasny, “los museos que investigan, coleccionan y exhiben las vidas y trabajos de las mujeres nacen con la segunda oleada del movimiento feminista”. Así, podemos encontrar, especialmente en los países escandinavos, los primeros museos dedicados al derecho de las mujeres a ejercer el control sobre la presentación del papel histórico, económico, social y político de estas, ya en 1981 en Bonn y poco después en 1982 con la aparición del Kvindemuseet Aarhus en Dinamarca.
En la década siguiente, proliferaron alrededor del mundo museos sobre la historia de las mujeres, como el National Women's History Museum en Estados Unidos, creado por Karen Stase con la voluntad, ya no de “reescribir la historia sino de posicionar la historia de las mujeres y expandir el conocimiento de la historia de Estados Unidos”. De esta manera, el WHM contiene exposiciones como Mujeres inmigrantes y la experiencia americana, en la que se explica la relevancia, injustamente olvidada, ya que formaron el 50% de la población que llegó, de las mujeres en la emigración a Estados Unidos. “Las motivaciones para la migración de las mujeres eran variadas y complejas, y el género influyó tanto en las oportunidades de emigrar como en su llegada”, se relata. Así, a lo largo de todo el museo se encuentran historias y casos como el de Annie Moore, la primera mujer, niña, en realidad, admitida en la frontera estadounidense, o se explora el rol de las migrantes involuntarias, las esclavas afroamericanas.
De la historiografía a la museología crítica
¿De dónde viene el intento de museizar la experiencia de las mujeres? La académica Eilean Hooper-Greenhill, experta en museología, narra que el espacio del museo ha sufrido una serie de cambios en la historia, “pasando de ser templo y espacio colonizador a una nueva clase de institución”, con las transformaciones que eso implica. Así, como explica Hooper-Greenhill, si los museos son, entre otras muchas cosas, instituciones de la memoria, estos como “agentes privilegiados han pertenecido a una dimensión no necesariamente emancipadora, sino acrítica, excluyente y mediada por los discursos científicos y estéticos predominantes”. Por tanto, una oleada crítica con esta corriente buscará contextualizar y hacer explícito el conflicto y la exclusión presentes, y prestar atención a la existencia de las memorias colectivas olvidadas, enfatizando la necesidad del reconocimiento de la diferencia.
Los discursos de género no son los únicos presentes en corrientes de museología crítica. El National Museum of African American History and Culture, que trata la historia de los afroamericanos en Estados Unidos abrirá en 2016, y ya forma parte del Instituto Smithsonian. Desde America Latina, por otro lado, se incide en que la museología crítica tiene que tratar no solo lo representado, sino los factores históricos, estructurales, profesionales y sociales que marcan la relevancia de qué se museiza y qué no, y los efectos que las últimas crisis económicas han tenido sobre los museos.
Mientras crece y se debate el espacio dedicado exposiciones de un tipo u otro, se abre el Museo de las Mujeres en Turquía, se inaugura un Museo del Género en Ucrania, y el Museo de la Mujer en Buenos Aires establece nuevas iniciativas. Todos recogen, en mayor o menor medida, las luchas de los movimientos feministas y la historia de las mujeres en general. Más allá del posible optimismo, Elke Krasny advierte de que la proliferación no es necesariamente síntoma de cambio: “los museos de mujeres y la curaduría feminista comparten un horizonte común. Sin embargo, casi nunca se cruzan en el diálogo o en la producción conjunta de conocimiento.” Por lo tanto: setas, sí. Organizadas, no, por el momento.