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20 anécdotas para 20 años sin Carlos Berlanga

4 de junio de 2022 22:20 h

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Los elegidos de los dioses mueren jóvenes y veinte años después de su fallecimiento, el compositor y cantante madrileño sigue despertando admiración y también intrigando a un grupo de fans que quizás no sea tan pequeño. He aquí veinte anécdotas reunidas con la simple intención de compartir el recuerdo de Carlos Berlanga que guardamos los que le conocimos en vida.

Por gustos y manías comunes y por nuestras raíces valencianas, mantuve con el cantante mucha complicidad durante los primeros años de su carrera. Su tendencia autodestructiva y su cohorte de sicofantes nos separaron cuando el éxito comenzó a desestructurar la vida y el estado anímico de un joven hipersensible e inseguro que era capaz de sacar grandes canciones de nadie sabe dónde…

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El público que iba a ver a Alaska y los Pegamoides no tenía manera de saber si aquel chico guapo y larguirucho pertenecía o no al grupo. En compañía de Javier Pérez-Grueso (el pintor y músico Javier Furia), tan delgado como él, Carlos Berlanga aparecía y desaparecía del escenario, siempre pegado al amplificador más grande. Moviéndose como si quisieran partirse en dos, sacudían sus cabezas como aquellos perritos de los coches, cantaban a grito pelado algunos estribillos y desaparecían rápidamente mientras el grupo continuaba su actuación.

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Carlos Berlanga era introvertido y tímido. Sin embargo, las primeras palabras que crucé con él no fueron las de una persona tímida: “¿Tú quién eres?” me espetó a bocajarro. Estamos en el Ateneo de Madrid y acaba de debutar el grupo del gran Herminio Molero, Radio Futura, en el cual Carlos había militado.

Eran tiempos de Nueva Ola y proto-Movida: se estaba incorporando a la sociedad musical madrileña gente muy joven que cortaba nuevos patrones e imponía una nueva escala de valores y también una nueva manera de vestir que servía para que sus componentes nos reconociesen entre sí.

Un poco cortada, le pedí al Zurdo (Fernando Márquez, excompañero de Carlos en Kaka de Luxe): “Preséntanos, por favor”. Carlos había leído alguno de mis primeros artículos y se lanzó a proclamar su amor por Donna Summer y Diana Ross, informar sobre sus veraneos en Oropesa (Castelló) y los libros prohibidos que su padre (Luis García Berlanga) compraba en una librería de Castelló donde le confundieron con Juan Antonio Bardem. Le conté que mi padre era uno de los proveedores de libros de El Ruedo Ibérico y aproveché para decirle que mi madre había conocido a la niña vidente de Les Coves d'Avinromá que había inspirado a su padre en Los jueves milagro.

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Carlos tenía costumbre de preguntarte directamente sobre sus gustos musicales: ¿Te gusta este, te gusta aquel, te gusta el de más allá? ¿Te gusta Blondie, te gusta la música brasileña, te gusta Cristina Monet? Sus gustos musicales tendían a ser sofisticados y atípicos, chocaban con los de su grupo y se veían frustrados por su escasa formación musical. No fue hasta los tiempos de Dinarama cuando, tras muchas tensiones y con un buen presupuesto de grabación, logra que sus preferencias se adivinen en sus discos.

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Le gustaba mucho lo que ahora llaman yatch music: Michael McDonald, Daryl Hall & John Oates o incluso una cantante como Carly Simon. Una vez me dejó un disco de Alessi: gemelos de pelo setentero con excesivo tratamiento de aerógrafo pero de cuya música no guardo ningún recuerdo.

A Carlos le gustaba muchísimo un disco de Julie London que había en su casa. Sus favoritos eran los inevitables Bowie y Roxy Music.

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Fue él quien me informó de que en la Universidad Autónoma aceptaban todos los traslados de expediente y, que si aceptaban el mío desde la Universidad de Valencia, iríamos juntos a clase.

Había más gente de la música estudiando en la Autónoma: Isabel San Gabino, guitarrista entonces de Los Bólidos y varios componentes de Aviador Dro aunque solo recuerdo hablar con Servando Carballar en el autobús de Plaza de Castilla.

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Carlos era dibujante compulsivo. Lo mismo que en música, carecía de técnica —le suspendieron la entrada en Artes y Oficios— pero poseía habilidad innata. Todos sus amigos hemos tenido sus caricaturas y bocetos en servilletas, catálogos, hojas de apuntes, etc. Hablando de Alaska en el bar de la facultad, Carlos dibujaba sus piernas con tacones de aguja y minifalda en el primer papel que tuvo a mano… Cuatro trazos a boli pero a la vista se reconocía a la joven cantante. Durante toda su vida, Carlos Berlanga insistió en que prefería que le considerásemos pintor antes que cantante.

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Carlos tenía detalles como comprar sándwiches para compartir con locutores y técnicos de radio e ir picando durante la entrevista. Tengo infinidad de recuerdos y anécdotas sobre un chico dulce y encantador, hipersensible, amistoso y atento aunque un poco desdeñoso con las cosas que no le gustaban. Volviendo de Tres Cantos, me acompañó a la primera entrevista que tuve en Radio España FM Onda 2 con su director, Jorge de Antón.

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De cara a halagar a sus artistas, las discográficas y distribuidoras prefieren que vaya mucho público a sus eventos. Por lo que fuera, a la gente de RCA no le gustó nada reconocer a Carlos que me acompañaba a la rueda de prensa de Hall & Oates. Recibimos un rapapolvo de alto voltaje y fue el programador de Onda 2, Gonzalo Garrido, quien intercedió por nosotros.

Poco duchos musicalmente, a los Pegamoides les costó un poquito más de lo que cuentan las crónicas ser aceptados en el mundo musical.

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Mavi Margarida, de Línea Vienesa y Los Garridos y colaboradora de Dinarama, guarda un autógrafo de Carlos que parece de la revista de tebeos DDT: “Para Mavi, la vocalista, que además de guapa es lista”. Siempre atento con sus amigas, me enseñó en un trastero un saco de zapatos de mujer de números y estilos variados quizás de las películas de su padre. No había de mi número pero escogí unos escarpines sadomaso que, por su talla microscópica, no conseguí llevar nunca. Lo que guardo como oro en paño es magnífico regalo de un taco de elepés americanos de Nancy Wilson preciosos.

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Durante el verano del 80, la familia Berlanga no fue a veranear al Levante y Carlos me mandaba cartitas con dibujos contando los problemas que tenían con Hispavox, la discográfica que les había fichado. Iban a hacer frente común con Nacha Pop que se encontraba en la misma situación. Es fácil dilucidar que los cazatalentos del sello, en algún momento de debilidad modernista, habían fichado a una serie de grupos inexpertos con los que ahora no sabían qué hacer. Tras el fracaso de Radio Futura, en primavera del 80, no se decidían a arriesgar más dinero.

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Poco a poco, Carlos fue adquiriendo protagonismo en los Pegamoides. Era el único que componía pero no tenía madera de jefe, ni suficiente arrojo para serlo.

Al grupo le había costado mucho conseguir una formación estable. Cuando lo lograron en primavera del 80 —con Ana Curra Fernández y Eduardo Benavente—, editaron un primer disco en verano pero, a punto de editar el segundo y antes de terminar el año, ya se habían separado. El quinteto se reuniría en el 81 para grabar y promocionar su primer y único álbum.

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En uno de los muchos momentos desesperados del grupo, Carlos anuncia que va a continuar el grupo con Olvido y Ana Curra mientras Nacho y Eduardo forman Parálisis Permanente, grupo punk que le interesaba poco. No sé si Olvido llegó a enterarse, pero me consta la sorpresa de Curra cuando le comenté recientemente de aquel plan de Carlos.

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Carlos no pertenecía al grupo cuando, en 1981, los Pegamoides consiguen horas de saldo en el estudio de Hispavox para grabar su elepé. No recuerdo en qué momento se fue o le echaron, porque solían separarse y reunirse día sí, día no: muchas personalidades heterogéneas, algunas amistades profundas y demasiadas expectativas de fama y fortuna. Los conflictos surgían como setas.

Fuimos sus amigos los que insistimos para que participase en las sesiones dado que se iban a grabar sus canciones y, fuese cual fuese su relación con sus compañeros, un contrato seguía atándole a Hispavox.

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Un entusiasmo vocacional y a veces temerario, llevaba a los Pegamoides a aceptar conciertos en condiciones precarias. Para ahorrar, viajaban todos en el furgón con el equipo: a oscuras, sin ventilación, medio echados en una colchoneta, violando imprudentemente el Código de Circulación y jugándose la vida alegremente. Carlos se negaba a hacerlo y durante una larga temporada le sustituyó a la guitarra Ángel Altolaguirre, el Iggy Pop de Donosti.

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Un par de anécdotas mal intencionadas pero no ofensivas: cuando empezaron a aparecer las cabinas telefónicas con teléfonos a poca altura para usuarios de silla de ruedas, Carlos dijo: “¡Anda, para Olvido!”.

Volviendo de ver a Depeche Mode en la Escuela de Caminos con Pedro Almodóvar, ante la imposibilidad de parar taxi en la avalancha de espectadores, Carlos soltó: “Los más famosos de Madrid y nos va a tocar volver a pie”. La ironía posmoderna tiene muchas lecturas.

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Carlos estaba fascinado por Bernardo Bonezzi. De seguido repetía el mantra: “Voy a hacer un grupo con Bernardo”, pero cuando tuvo ocasión de colaborar con él en Barrios altos, el film de su hermano José Luis, se dejó llevar por la pereza —y quizás sus inhibiciones— y acabó dejando el trabajo en manos de Bonezzi.

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Nacho Canut y Carlos Berlanga solían reunirse para escribir las letras de sus canciones. Entre bromas y risotadas, dedicaron una canción a la población valenciana de Burjasot y Carlos, envalentonado, podía llegar a proponer cosas como: “Vete de mi vida, evapórate, húndete en las aguas del moaré de mi sillón Luis XVI”. Ambas canciones, con sus letras definitivas, aparecen en el álbum No es pecado del siguiente grupo de los dos amigos, Dinarama.

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Durante la primera fase de grabación de dicho álbum en Hispavox, Carlos, que solía dejar todo para el último momento, llevaba cada día una canción nueva que simplemente cantaba con su guitarra. Con su extraña creatividad, componía por encima de sus posibilidades y a menudo tenía que decir a los músicos: “Ese acorde lo pones tú, que yo no sé”.

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Carlos se hizo construir un loft en el jardín trasero de la casa paterna. No se preocupó de arreglarlo y recibía frescamente a amigos y entrevistadores en una colchoneta en el suelo. En sus últimos años, se quejaba mucho de las discográficas alternativas en las que había recalado. De esa época recuerdo con cariño que, en un reportaje para Rolling Stone sobre la universidad, dijera que lo mejor de sus tiempos en la Autónoma habían sido nuestros viajes en metro hablando de música.

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Un amigo común, Pablo Sycet, pintor y letrista, me dice: “Carlos se dejó caer en un proceso autodestructivo cuando sus expectativas dejaron de estar a la altura de lo que deseaba y había disfrutado antes. Todo le sabía a poco y la vida dejó de interesarle”.

Me paro aquí. Como Nacho Canut dice en el catálogo de la exposición Viaje alrededor de Carlos Berlanga (2009/10), odio hablar de Carlos en pasado.