Hay productos culturales que no pueden ser entendidos sin su apartado sonoro. Es el caso de películas como Whiplash (2014), donde la música no es un mero añadido a la imagen, sino que es inherente al discurso narrativo de la historia y termina condicionando desde aspectos como el montaje hasta el tipo de planos utilizados en pantalla. Otra de esas obras inseparables de su melodía es precisamente una de las series más icónicas de la historia de la animación: Cowboy Bebop.
El jazz, el blues o el rock forman parte del universo creado por ShinichirÅ Watanabe hasta tal punto que sus capítulos eran concebidos como “sesiones”, como si de una interpretación de jazz se tratara. El director ha continuado explorando su espíritu melómano en series más recientes, Carole & Tuesday o Kids on the Slope, pero fue Cowboy Bebop la que puso la primera semilla.
La banda sonora de la serie no era demasiado accesible (a menos que se recurriera a ediciones especiales o YouTube), pero eso ha cambiado. Spotify ha publicado recientemente una lista de reproducción con 46 canciones correspondientes de diferentes álbumes oficiales creados por Yoko Kanno, la compositora oficial. Pero ¿quién era realmente?
Como el periodista de eldiario.es Francesc Miró cuenta en el libro Réquiem por un vaquero espacial: el universo de Cowboy Bebop, Kanno estudió desde los 15 años solfeo y piano en la perfectura de Miyagi, en Japón, a mediados de los años 70. Era una alumna aplicada a la que su profesor le obligaba a tocar una y otra vez partituras del músico francés Maurice Ravel, reconocido por revolucionar la música para piano y para orquesta al buscar casi de manera obsesiva la perfección formal en sus melodías.
Kanno también fue reflejo de aquella obsesión. Según Miró, la artista empezó a componer para evadirse del ruido habitual de las urbes niponas, como los hilos musicales de los supermercados o los transportes públicos. En su mente transformaba aquellos sonidos molestos en melodías que intentaba descifrar. Era el remedio que encontró para lidiar con un estrés particular que sufría y que le dificultaba algunas de las acciones más cotidianas, como ir a comprar a grandes almacenes.
No fue casualidad que empezara a ganarse la vida escribiendo temas para promocionar marcas comerciales. El objetivo principal objetivo de estas piezas es ser recordadas por las personas para que así la asocien al producto, y Kanno, por su experiencia, sabía mucho de esto. Posteriormente llegó a hacer arreglos de canciones para grupos de j-pop como forma de ganarse la vida, aunque en realidad el trabajo no tenía demasiado que ver con ella.
Coincidió con Watanabe en Macross Plus, una serie de animación de mechas (vehículos gigantes con forma humanoide controlado por un piloto). Pero el director japonés guardó su contacto y poco después la llamó para participar en otro anime que, según él, iba a ser diferente a todo lo hecho hasta entonces. Kanno no recibió muchas más indicaciones, pero aceptó.
Como señala el periodista cultural en su obra, la compositora tuvo un año para crear la banda sonora a base de fotografías y storyboards que iba recibiendo, aunque realmente hizo lo que quiso. El resultado fueron 7 álbumes con 86 temas y más de 5 horas de música a medio camino entre el funk, el blues y el jazz clásico.
Toda la serie acabó bañada por las partituras de Kanno como si fueran un personaje más. Sesiones (o capítulos) como la de Simpatía por el diablo no podrían ser entendidos de la misma forma sin el blues y lo que despierta un estilo musical íntimamente ligado al sentimiento de la melancolía y la tristeza, ya que se cree que podría haber nacido con la gran inundación de Misisipi en 1927.
El bebop como renovador del jazz
La influencia musical en la serie de Watanabe queda patente desde su apellido. El bebop, como señala el autor del libro, “se fraguó alejado de los cauces comerciales de la música popular del momento, en jam sessions nocturnas de garitos en los que los mejores músicos alternaban arte y alcohol, y en giras de grupos itinerantes que no tenían miedo de ser tachados de elitistas”. Nació en los años 40 en los ambientes más turbios de los Estados Unidos.
En realidad, también surgió como respuesta a las expresiones más populares del jazz del momento, mayoritariamente convertido en swing para bailar. Se transformó en el estilo más aclamado por los jóvenes estadounidenses, seducidos por su carácter enérgico, dinámico y que daba pie a la improvisación.
Sin embargo, Miró apunta que las ansias de progreso de músicos como Charlie Parker, Jimmy Blanton o Dizzy Gillespie quisieron dejar de lado los sencillos riffs y las letras accesibles para explorar complejas progresiones de acordes donde se demostraba el virtuosismo instrumental de quien, por ejemplo, tocaba el saxo.
“Los beboppers crecieron desde la marginalidad que presuponía ser ciudadano negro en los años cuarenta y en Estados Unidos. Habían visto cómo los músicos afroamericanos habían triunfado como gente del espectáculo, pero el hombre blanco seguía negándoles cualquier derecho que no fuese el de entretenerles”, se puede leer en la obra.
El bebop fue con el tiempo desplazándose de las pistas de baile a los locales más cotizados de Nueva York, revolucionando así los estándares del género y expandiendo sus posibilidades al eliminar los corsés de lo comercial. No es de extrañar que Watanabe, que quería descubrir nuevos horizontes del anime, se apropiara del término como muestra de sus intenciones.