En los años del punk y en el absolutamente contrapuesto Primer Festival de la Mente, el Cuerpo y el Espíritu de Londres, unas ancianas muy amables regentaban el stand de la Sociedad Händeliana. Aparte de tener cassettes maravillosas del protagonista, la sociedad editaba unos folletos en los cuales se explicaba que grandes genios de la música como Bach, Mozart, Händel o Hendrix, en realidad no habían muerto y que vivían en el planeta Venus. Cabe imaginar que a David Bowie le ha sucedido lo mismo. Al fin y al cabo, nadie allí se lo va a discutir y en la Tierra solo había caído por casualidad.
Trazar una biografía de David Bowie en tono informativo no es tanto un reto baldío sino superfluo: solo con un par de páginas en la Red hay para llenar varios libros. Y libros los hay a docenas. Pero sí pueden apuntarse momentos que significaron mucho en la música y en la misma percepción del pop. La aparición de Bowie a principios de los 70, hoy clasificada como etapa glam, era y significó bastante más que eso. Cuando un John Lydon (Rotten) y sus compañeros de generación punk y post-punk vieron por primera vez a Ziggy Stardust actuar el Top Of The Pops (BBC) entendieron dos cosas: que había vida más allá del post-hippismo y que en pop se podía hacer cualquier cosa. Una impresión trascendente, a la vista está.
Aquel Ziggy no es que fuera una broma. En realidad bebía de los mundos lejanos de los que hablaba Sun Ra o de una concepción de los movimientos y la gestualidad desarrollada tanto por Lindsay Kemp como por el Kabarett alemán de principios del siglo XX o por grupos de performance japoneses herederos del Gutai. Que hubiera una componente muy andrógina en épocas de pelo en pecho resultaba notable, sobre todo porque se unía a las de Lou Reed o Brian Eno. Bowie desarrollaba el tema en el fondo y en la forma, yendo mucho más allá que ponerse una chaquetilla de lentejuelas muy ajustada y pintarse los labios.
El Delgado Duque Blanco
Pero aunque no fuera ninguna broma, ni siquiera una moda, esa etapa debía llegar a su fin. Desde luego, no en el sentido de desdecirse de ella, sino más bien al estilo de Miles Davis o el mismo Bob Dylan, dando otro paso adelante sin mirar demasiado hacia atrás. Su transformación de Ziggy a The Thin White Duke (El Delgado Duque Blanco) y su traslado a EEUU hacia 1974, no eran solo debidos a una obsesión por triunfar allí, que también, sino para aprovechar las fuentes directas de una música americana que seguía formando la base del pop. Se dice y es rigurosamente cierto que su primera influencia allí sería el soul. El resultado fue un soul algo mutante, hay que decirlo, pero que fue recibido como lo que era: la única incursión británica (¿blanca?) en el género que no venía a ser una copia esclava de los originales sesenteros.
Pero no solo era eso. Sus letras regresaron muy firmemente al mundo y su actitud pasó del artificio extremo a la austeridad más absoluta. En su gira Stage (disco en vivo de 1978) Bowie, sobre un fondo de fluorescentes muy minimalista apenas se movía del micrófono. Y seguía transmitiendo. ¿Cómo? Pues adoptando las técnicas desarrolladas por crooners como Frank Sinatra, una tipología icónica en su nuevo centro de operaciones. Es decir, tras ser sorprendente en el exceso se podía pasar a un tipo de elegancia austera que abofeteaba de manera muy parecida a la generación del hippismo. Todo aquel que comenzaba entonces a cabalgar sobre la Nueva Ola se lo agradeció mucho.
Tendríamos así a un Bowie ya maduro y que podría haber mantenido una larga carrera como cantante de masas alternando algunas giras mundiales con estancias en Las Vegas. Igual alguien lo esperaba, él no estaba por la labor.
El enésimo giro y Tin Machine
En realidad, Stage venía después de otro de los momentos definitorios en el trabajo de Bowie. Emigrado de lujo en Berlín y bajando de lo que era una adicción reconocida y casi letal a la cocaína (durante la cual soltó bastantes boutades), Bowie reencontró a Brian Eno y de esa química surgieron dos álbumes que harían mucho para popularizar la electrónica entre las masas. Sobre todo Low y Heroes (ambos de 1977) eran, de nuevo, otra música. Y que Kraftwerk le mencionara en una letra suponía el pleno reconocimiento de una escena que entonces comenzaba a florecer. Luego, en otro giro dramático y cuando ya la cosa de un baile elegante -que no podía ser el pogo- empezaba a echarse de menos, editó Let's Dance (1983) y contribuyó al renacimiento de las discotecas en el amplio mundo del pop. Al fin y al cabo estaba producido por Nile Rodgers (Chic). Insistió algo en esa línea, sin tanto éxito; y decidió acabar ya no con un personaje: sino consigo mismo como solista.
De ahí surge la frustrada idea de Tin Machine. Un grupo mucho mejor, tanto en disco como en directo, de lo que ha quedado para la posteridad. El problema estaba cantado desde el principio y es que Bowie podía cambiar de piel muchas veces, pero no difuminarse. Tin Machine era un grupo y trató de funcionar como tal, pero sencillamente no funcionó: la gente iba a escuchar y ver a David Bowie cantando canciones de Bowie y los demás serían siempre los acompañantes. Esas expectativas se veían frustradas, claro. Era normal y ni siquiera él podía evitarlo.
A todo esto, Bowie también llegaba por otros canales, especialmente el cine, con algunos papeles de aquellos que se recuerdan. Y también por su relación con las artes visuales, sus vídeos, cuentos infantiles y la ya continua avalancha de biografías o libros de todo tipo que iban apareciendo.
La pluridisciplina y el retiro que nunca llegó
Durante los 90 hizo un poco de todo. Volver a colaborar con Neil Rodgers o con Brian Eno en Outside (1995), un disco de sonido casi industrial que en principio trataba de un asesinato ritual pero que venía a ser una visión muy distópica del final de milenio que se acercaba. En ese momento parecía que Bowie seguía haciendo cosas interesantes pero con cierto ambiente de búsqueda sin demasiado rumbo. Eso puede pasar. Es más, suele pasar. Que se lo pregunten a su admirado Picasso.
Y un poco como Picasso, cuando ya se le tenía por semi-retirado con su familia y descansando en una merecidísima jubilación, tras diez años de silencio, editó The Next Day en el 2013. Ya desde la portada -no es que tenga muchas malas- el disco era brutal. Brutal en su calidad y en su éxito. En realidad y como decía Tony Visconti era un disco de rock bastante directo. Pero es que claro, poca gente ha concebido el rock como había sido capaz David Bowie. Es lo que se llamaba un retorno a la forma poco antes de enfermar definitivamente, acompañado de videos fantásticos de artistas como Tony Oursler. Según parecía, Bowie quería demostrar que no hay una trayectoria prefijada ni una decisión definitiva (el retiro) y que, siguiendo sus palabras, no es que lleguemos a alguna parte y ya está. Lo cierto es que continuamente estamos iniciando caminos y finalizándolos. A Bowie, como a otras grandes personas, parece que no le gustaba mucho recorrer siempre el mismo pequeño parque al que le llevó un sendero.
Y Blackstar. De nuevo otra cosa. Un disco que tres días tras su lanzamiento ha de sonar a testamento meditado. Impresiona. Está visto que saber vivir consiste también en saber morir.