La anticrónica del Dcode 2015, el festival despechado

Existen dos formas de evidenciar la progresión en un evento musical. Un poder de convocatoria capaz de colgar el cartel de sold out y la disposición para reinventarse acallando a los más inconformistas. El Dcode 2015, vanagloriado como festival digno de capital europea, cumplió con la primera arañando las primeras horas del sábado. La segunda quedó en un intento empañado por actividades familiares y horarios de parque infantil que perdieron valía al estallar la bomba.

Sam Smith, premio gordo de la noche amparado por un buen puñado de Grammys, cancelaba su concierto. Sería de recibo que la noticia se hubiese extendido como la pólvora, pero no fue así. A las cinco de la tarde, un correo electrónico y un par de tweets se encargaron de sembrar la decepción entre los 26.000 asistentes que habían patrocinado el autobombo inicial. Para los afortunados que se encontraban sin cobertura en el recinto de Cantarranas, el jarro de agua fría llegaría dos horas después.

“El artista se encuentra enfermo y sin voz, lo que le imposibilita poder actuar esta noche en Dcode”, confirmaban desde la organización. El tardío anuncio se cobraba un cabeza de cartel y a varios adeptos del festival al mismo tiempo, agravado por los vacuos mensajes y emoticonos tristes de su community manager. Pero era sábado, los últimos rayos del verano brillaban en Ciudad Universitaria y Madrid retumbaba al ritmo de su última experiencia estival. Unos ajustes en el horario y el show debe continuar.

La liga de extraordinarios que salvó el festival

El carrusel de veinte conciertos tuvo también este año un aroma británico. El pop-rock del Reino Unido convenció a su corte de seguidores, en su mayoría españoles, pero no atrajo a un reclamo internacional. Una lástima, porque si algo puede agradecer el Dcode es la entrega de sus artistas invitados y de las miles de personas dispuestas a aguantar tal decatlón. En este caso, el vacío en el prime time del jovencísimo Smith no hizo más que favorecer a sus compañeros de cartel. Un agujero en la programación que, dicho sea de paso, cedió todo el protagonismo sensiblero a la radiofórmula española.

Según avanzaba la tarde, las colas para conseguir los preciados y nada económicos tokens (la divisa festivalera) serpenteaban como nunca antes en el evento madrileño. La noche acechaba y la cerveza corría tras despedir al bálsamo emergente, los moderados Gold Lake, la ligereza de The Parrots y una desalentada Natalia Lafourcade. En la puerta giratoria, los niños abandonaban el recinto para dar paso a los que prefirieron incorporarse en la cresta de adrenalina. Las encargadas de dar el pistoletazo de salida a la sesión adulta del Dcode fueron unas desafortunadas Hinds, que se salvaron por un pelo y un resfriado de cerrar la franja menos concurrida del día.

Se necesitaba nervio para olvidar. Y eso dieron los héroes de esta segunda vuelta de la programación, que no entienden de atmósferas cocinadas a fuego lento. Así, el césped de Ciencias de la Información acogió uno de los partidos de tenis sonoros más disfrutables del verano. Entre los dos escenarios principales, las cabezas viraban de uno a otro con apenas unos minutos para recuperar el fuelle. Fueron los mallorquines L.A los que se subieron al escenario con la confianza de quien ha compartido plantel con Foo Fighters y The Black Keys. Su último disco From the city to the ocean side dejaba ese regusto a candor californiano para abrir paso a The Vaccines en su faceta más ágil, para decepción de los críticos.

Tras estos acordes livianos llegaron dos de los líderes indiscutibles de la escena indie nacional. Supersubmarina, que atravesaron Despeñaperros hace casi una década para no volver a pisar su Baeza natal, e Izal. Los jienenses son una presencia clave en cualquier festival español y apuntan a capitanear carteles también con su nuevo disco. Entre canción y canción, los de Chino recogieron el testigo de Vetusta Morla en 2014 e hicieron aullar a sus seguidores ante la noticia de su merecido ascenso escenográfico: tocarán la próxima primavera en el Palacio de los Deportes de Madrid. Izal, por su lado, convirtieron las panorámicas aéreas del Dcode en una masa coordinada de gente que canturreaba hasta sus temas inéditos.

Los que se llevaron el trofeo a los más generosos en minutos fueron Suede y Foals. Ambas formaciones, consolidadas durante años, regalaron un repertorio dilatado y heterogéneo. Consciente de liderar la franja menos agradecida de la noche y de preceder al caramelito final, Yannis Philippakis llenó su espectáculo de obligada sorpresa. Todo brinco es poco para aplacar bostezos.

¿Quién dijo Sam Smith? A esas alturas de la velada, no quedaban secuelas de su sofisticado plantón. A diferencia del heredero de Adele, sus compatriotas los Crystal Fighters han reconocido que nuestro país se encuentra entre sus directos favoritos. Buena cuenta de ello dio su vocalista Sebastian en un eterno speech en español. Los británicos poseen un importante séquito de fans ganados, entre otras cosas, a golpe de uno de los directos más dinámicos del panorama actual. No hicieron falta fuegos de artificio para que Madrid temblara al son de Love is all I got, Plage y, por supuesto, I love London.

El conformismo no regala segundas oportunidades

La realidad es que Madrid sigue huérfano de grandes festivales. Para los amantes de la música es fácil salir del recinto de Cantarranas habiendo olvidado los tragos amargos. Pero lo que el año pasado no eran fracasos lacerantes el paso del tiempo los puede convertir en una dejadez intencionada. Es cierto que en su quinto cumpleaños, e ignorando las calabazas, el Dcode se aleja cada vez más de sus competidores en las localidades limítrofes de la capital. Tiene una personalidad marcada, ofrece novedades, pero no enmienda errores.

Los controles policiales, que se endurecen según avanzan las agujas del reloj, no son un elemento suasorio. Los alrededores presumen de más ambiente en cualquier botellón universitario que en esta fiesta de la música. Una situación que repercute en el agudo dolor de bolsillo que queda tras invertir como mínimo un token (3 euros) para sobrevivir a las 10 horas dentro del recinto. Sin contar con el desembolso de la entrada, que ronda tranquilamente los 60 euros y en comparación con la oferta de otros festivales resulta todo un despropósito.

Con un lustro a sus espaldas, es hora de que el Dcode utilice los muchos componentes a su favor para evolucionar y dar el salto definitivo.

Una capital de segunda división

“Queremos que se convierta en un festival urbano parecido a lo que se hay en verano en París, Berlín o Londres”, afirmaba César Andión, organizador del evento, al diario El Mundo. Y hablando de la capital alemana, Sam Smith sí ofreció allí su prometido concierto apenas 14 horas después de la cancelación. Imprevistos aparte, si comparamos este evento con otras grandes ciudades de países vecinos, el resultado es desolador.

Es bueno apuntar alto, pero la capital de Gran Bretaña luce un abanico envidiable y muy poco realista a la luz de las comparaciones. LoveBox, British Summer Time Hyde Park, Wireless o el Calling Festival encumbran a Londres como reina indiscutible de la música europea. Budapest en cambio solo tiene uno, pero para qué más. El Sziget Festival, reconocido como el segundo mejor evento de Europa tras el Tomorrowland, es un dechado de virtudes. Desde la organización hasta la limpieza, actividades “extramusicales”, localización y artistas invitados. Como Berlín, que acaba de estrenar su recién nacido Lollapalooza y los resultados han firmado su contrato indefinido en el panorama otoñal. Y sin irnos tan lejos, nuestra allegada geográfica, Lisboa, cuenta con varios grandes encuentros a nivel internacional, entre los que destacan el Optimus (ahora NOS Alive) y el Lisb-On.

Para que la cita madrileña mueva masas a la altura de las capitales que cita el señor Andión, lo primero que tiene que hacer el Dcode es dejar de apoyarse en unas bandas diligentes que salvan a la memoria colectiva de sus propios fallos.