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Depeche Mode desafía a la muerte en el primer día de vida del Primavera Sound en Madrid

10 de junio de 2023 08:46 h

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No se debe aislar un concierto de su contexto. Y en un festival, el contexto lo es todo. Depeche Mode, unos arrolladores animales escénicos, dejaron lo mejor de sí mismos este viernes en la edición madrileña de Primavera Sound. El festival había apresado el paso por España del gran grupo de pop electrónico, en su gira de Memento Mori. Hay fans que decidieron no aceptar este trato y buscar otras fechas por Europa donde ver en mejores condiciones el concierto; otros, aceptaron con mayor o menor conformidad el plato que se les ponía sobre la mesa.

El concierto de Depeche Mode inserto dentro del Primavera Sound pierde cinco canciones respecto a cualquier otro de su gira. Es más corto, por lo tanto, y por supuesto es mucho más caro, en especial si a uno no le interesa ningún otro grupo del día, lo cual no es raro, pues no abundaban en el cartel propuestas de la misma, digamos, cuerda. Salvo Lebanon Hanover, quizá, que tocaron nada menos que en el extravagante horario de las 4:35, a lo que el dúo, con evidente sorna a lo largo de su actuación, aludió al presentarse al público con un “buenos días”.

Muchos de los fans que decidieron aceptar las condiciones y ver a su grupo en un campo en tierra de nadie cerca de Arganda del Rey, llegaron enfadados, asfixiados y corriendo, pues un desesperante atasco a la entrada del recinto, así como las colas para coger los autobuses que gratuitamente conectaban el recinto con Madrid, ocasionó que el viaje que la organización estimó en 35 minutos, pudiera prolongarse hasta las dos horas y media. En afán de evitar que sus fans se lo perdieran, el concierto del grupo de Dave Gahan y Martin Gore fue retrasado 45 minutos, aunque las pantallas anunciaran nada al respecto. Solamente hubo un mensaje en redes sociales.

Al recortar canciones, se caen sobre todo las del nuevo disco, por lo que el set de festival se parece más a un concierto de grandes éxitos que a una presentación de Memento Mori, un álbum brillante que la crítica califica como el mejor desde Playing The Angel, y en algunos casos por encima de este. Gahan y Gore, acompañados de Christian Eigner (batería) y Peter Gordeno (teclados), rinden con este impecable espectáculo tributo al miembro ausente, el fallecido Andy Fletcher, y en general a la muerte, con un mensaje bastante consciente sobre la finitud de la vida y el disfrute de lo que nos queda.

Depeche Mode es un grupo de liturgias, mucho más que otros. Cualquier seguidor sabe lo que hay que hacer en momentos clave a lo largo de la actuación. Y, si no lo sabe, no hay más que mirar a la persona de al lado y dejarse llevar por el sacerdote Gahan, que va dirigiendo a la masa. Aquí van algunas: hay que corear la línea del teclado al final de Home, cantada por Martin, incluso cuando esta ya ha acabado, y habrá que seguir haciéndolo hasta que Dave regrese de entre las bambalinas y dirija la orquesta humana, consiguiendo un fade out cuando decida acabar con ello pidiendo un aplauso para “mister Martin L. Gore”. Si este último hubiera cantado una segunda canción, como haría fuera del festival, probablemente su público más devoto habría coreado su nombre; pero esta noche no sucedió. Otro momento ineludible de esta misa oscura sucede cuando la gran masa negra alza los brazos para crear un gran campo de trigo ondulante en Never Let Me Down Again. Y uno más, lo que desde ya se ha convertido en un homenaje a Fletcher, será juntar las manos en forma de ojos con plumas (es difícil de explicar) durante World In My Eyes, la favorita de Fletch y uno de los momentos más emotivos de la noche, con su lado del escenario (el derecho) vacío y su rostro juvenil proyectado en las pantallas.

Sin barro

El recinto en el que se iba a celebrar el Primavera Sound 2023 era un barrizal el pasado miércoles. Dos días después –trabajo de reacción de la organización y mejora meteorológica mediante–, el viernes amaneció con sol y no cayeron más que algunas pequeñas gotas de madrugada. Atravesadas todas las puertas, la inmensa Ciudad del Rock dejó patente que los festivales de música son una especie de universo paralelo en el que conviven distintos escenarios que, al mismo tiempo, acogen shows completamente diferentes. En uno puede estar tocando una formación como los rockeros The Mars Volta y en otro, de forma cilíndrica, estar botando como si de una discoteca se tratara al ritmo de la uruguaya que mezcla experimentación y electrónica Lila Tirando a Violeta. Ambos, además, rodeados de la sensación de estar en un centro comercial al aire libre, con tiendas de ropa, joyas y puestos para maquillarse e incluso tatuarse. Hay restaurantes dispares con menús dispares que incluyen empanadas argentinas, pizza, hamburguesas, tacos y crepes.

Los looks de los asistentes también son muy distintos. Hay quien hasta se atreve a acudir con botas de tacón de aguja, pero sobre todo zapatillas y, a medida que avanza la noche, cada vez más sudaderas. El público del sábado queda advertido: por la tarde aprieta el calor pero de noche baja de golpe la temperatura. Hace falta saltar para entrar en calor. Lo notó hasta el propio Kendrick Lamar, que en mitad de su actuación optó por cerrarse la cremallera de la chaqueta de color rojo que lució en su show.

Hay grupos de amigos, mezclas generacionales, parejas y más de una “primera vez”, por supuesto inmortalizada. En el césped que rodea el escenario Amazon en el que actúa The Mars Volta, una madre hace una fotografía a su hijo de seis años para tener el recuerdo de su debut festivalero. De momento, eso sí, con tapones en los oídos. Mientras tanto, Cedric Bixler-Zavala canta vestido con un traje negro junto a su compañero desde hace más de 20 años Omar Rodríguez-López. Ambos imprimen un sonido que por momentos emula un viaje espacial, con puntos psicodélicos y divertidos. Una cámara subida encima de una grúa graba al público que, cada vez que aparece en las pantallas, se viene más arriba que con el estribillo de más de un tema.

Depeche Mode y Kendrick Lamar consiguieron congregar al mayor número de personas en torno a los dos escenarios principales gemelos, permitiendo que por fin se sintiera el calor propio de un festival, a pesar de que, en general, la sensación por momentos es de que la afluencia no es masiva y se disfruta de una comodidad espaciosa que quizá no es la que esperaba la organización.

Kendrick Lamar llevó el hip hop al Primavera Sound con un show liderado con su imponente presencia vestido de rojo –con gorra negra hacia atrás y gafas de pasta– , acompañado de una puesta en escena que incluyó una tela gigante que mostró varias ilustraciones detrás de él, fuego, un grupo de bailarines, luces y Baby Keem, artista invitado con quien cantó su colaboración The Hillbillies. El griterío se instauró desde su salida, con la cabeza agachada, prácticamente a oscuras y quieto, antes de que explotara la primera canción.

“¡Más alto!” fue la frase que más se escuchó proclamar a esta primera fila del rap, que constantemente quiso apelar a sus fans para que “hicieran más ruido”. Sus letras políticas fueron clamadas por las masas, siendo Humble, DNA, Family Ties y Saviur algunas de las más laureadas. En la primera pintura que coronó la escenografía, pudo leerse el mensaje: “Warning shots not requiered” [“No se requieren disparos de advertencia”]. Lamar acabó prometiendo que regresaría a Madrid y lanzó un mensaje de amor: “¡Os quiero a todos!”.

Skrillex terminó de incendiar la noche —con llamaradas literales que a diferencia de lo ocurrido en Barcelona, no supusieron ningún contratiempo, y aparecieron también en el concierto de Baby Keem unas horas antes, en las mismas tablas. “¿Qué pasa guapos y guapas?”, gritó el cantante rodeado de luces de colores que se encendieron y apagaron intermitentemente pareciendo querer coreografiar los saltos del público. En su setlist no faltaron los remixes de temas de otros artistas como In da Guetto de J Balvin, Levels de Avicii y Linda de Rosalía y Tokischa.

Las ideas locas de los programadores de festivales generan situaciones improbables y, en este caso, algo que solo puede definirse con la palabra fantasía: la actuación de Kyary Pamyu Pamyu en un contexto de electrónica, raperos y viejas estrellas del pop, como es este festival. La mente brillante que decidió que tenía sentido que Kyary estuviera en el Primavera Sound, contra todo pronóstico, acertó de lleno. Su presencia allí, a pesar de las altas horas de la madrugada en las que la japonesa, vestida de punta en rosa, salió a escena, permite soñar con una noche en la que la cantante de J-pop hizo estallar por los aires cierto tono homogéneo en la programación. Como una máquina imparable, acompañada de dos bailarinas, Kyary dotó de cierto aire rave su éxito Candy Candy e hizo la delicias de todos aquellos que veían como la artista de YouTube saltaba a la vida real, cantando clásicos como PonPonPon. Y si Dave Gahan es capaz de organizar a miles de personas para que muevan los brazos al unísono, Kyary Pamyu Pamyu también consigue que cientos de personas hagan algo aún más difícil (y nunca antes visto en un concierto), dar unos pasos, todos juntos, hacia la derecha, y luego otros pasos a la izquierda.

Primavera Sound culminará este sábado con una primera edición complicada, con Rosalía como cabeza de cartel y, quizás, más llamaradas inesperadas, notas discordantes y nuevas liturgias. Porque asentar un festival no se consigue en un día.