“En aquellos días se decía que los DJs eran dioses. Pero eran los peluqueros quienes entonces eran los verdaderos dioses”, cuenta Grace Jones (Spanish Town, Jamaica, 1948) en sus memorias, recordando los años previos al nacimiento de la música disco. El libro lleva semanas dándonos titulares, antes incluso de su lanzamiento: las teorías sobre género y sexualidad de la artista, sus opiniones sobre las nuevas estrellas del pop global, de Miley Cyrus a Kim Kardashian, y hasta los detalles de su primer orgasmo, que precisamente fue con Andre, un peluquero de dedos prodigiosos que primero esculpió y pintó su cabeza y luego le hizo disfrutar de un “sexo de otra era, de otro sistema solar”.
El título del libro no es una boutade de una artista especializada en el escándalo. I'll Never Write My Memoirs hace referencia a algo que ella mismo escribió y cantó una vez: que nunca escribiría sus memorias. “Pero no puedes ir por la vida sin romper tus promesas. Y algunas reglas. Bueno, un montón de reglas”, escribe. Una actitud que ilustra la facilidad con la que Jones ha ido desprendiéndose de sus identidades pasadas, de las otras Grace Jones que ha ido creando para luego desechar como bocetos agotados. “No una cantante, ni una modelo, ni una bailarina, ni una actriz, ni una artista de performance: todo eso y algo más”. Es a lo que aspiraba como artista. A definirse por todo lo que no era.
A sus 67 años, Jones se ha sentado con el veterano periodista británico Paul Morley y se ha despachado a gusto. En sus páginas se mueve escurridiza por el espacio que hay entre la publicidad y el arte, la moda y el nudismo, la industria musical y la industria de Hollywood, los novios y las novias, un único marido, un hijo y una nieta.
Como en toda biografía, episodios y lugares importantes -la escena disco en EEUU, su contacto con la moda en París, el nacimiento de su hijo- comparten páginas con otros anecdóticos -una conversación por teléfono con Marlene Dietrich, sus bromas privadas con la familia real británica-, si bien estamos ante uno de esos casos en los que todo, los aciertos y los fallos, el glamour y la paranoia, ayudan a fijar una cara donde los lados malos y buenos se confunden como en un retrato cubista.
1. Miradas que matan
Jones ha dejado muchas imágenes inolvidables para la posteridad, pero es difícil esquivar esos ojos desorbitados que parecen salirse de las cuencas, traspasar el objetivo y rebañarte los huesos. Una mirada de lunática que aprendió del que fuera el segundo marido de su abuela, la encargada de cuidar de ella y de cuatro de sus cinco hermanos durante los años en que sus padres daban el salto a EEUU.
Era, según recuerda, un “monstruo gótico” conocido con el nombre de Mas P. Obsesionado con ascender en la iglesia, Mas P. los colocaba a todos en fila, les grababa a fuego que no podían escapar de los ojos de Dios ni de los suyos y, en caso de desobediencia les enseñaba a base de golpes. “Pensar en él todavía hace que se me pongan los pelos de punta”, cuenta. “Un auténtico sádico que tenía una excusa para ser cruel porque era nuestro guardián” y alguien “que usaba la religión y el miedo para controlarnos”.
A punto de entrar en la adolescencia, Jones abandonó su Jamaica natal para volver a los brazos de sus padres en EEUU. Fue mucho más tarde cuando le llegó la oportunidad de sacar partido al recuerdo odioso de Mas P. “Había algo malvado y vengativo en sus ojos cuando iba a pegarnos que era monstruoso. Fue esa mirada la que yo usaría más tarde en mi propia vida cuando necesitaba crear un impacto en una fotografía o en una película”.
Fueron aquellos ojos inflados como ranas croando los que sacó a la hora de posar como modelo, en el videoclip de Private Life (1980) y también en Panorama para matar (1985), donde interpretaba a May Day, “una despiadada dominatrix” desesperada por cortar el pescuezo a Bond. “Por favor, deja de mirarme de esa forma, con todo ese veneno”, se quejaba Roger Moore, incómodo y más bien blandito a su lado, durante el rodaje. “Fue mi manera de enfrentarme al monstruo”, de domar a Mas P., de hacerlo suyo, se defiende en su libro, como si estuviera lamiéndose los dedos.
2. Mujer y no-mujer
“Mierda, siempre olvido que tú no tienes grandes tetas”, bromeaba con ella el fotógrafo Helmut Newton. Durante su carrera, Jones jugo al despiste con su edad, su género y su sexualidad. “Hay mucho en mí que es masculino. Soy muy femenina, pero también soy extremadamente masculina”. Otros fotógrafos como Hans Feurer y Jean-Paul Goude supieron sacar partido a su androginia, algo que ha explotado en su corte de pelo y su forma de vestir, en su manera de cantar y de moverse en el escenario y una sensibilidad no heterosexual que ya estaba en sus primeros éxitos, como I Need a Man, “que se convirtió en un himno gay no-oficial en todo el país”.
Grace comenzó a ir a clubs gays con su hermano Chris en una época en que “la vida gay existía escondida en los márgenes de los márgenes del mainstream, un entramado de rumores, insinuaciones y escándalos”. A Chris lo considera tan cercano como a un gemelo, como una mitad. “Yo nací un poco más masculina, una chica con parte de la masculinidad que le faltaba a él. Y Chris tenía algo de la feminidad de la que yo carecía”. En su opinión, la sexualidad es algo fluido y la feminidad en un hombre o la masculinidad en una mujer nunca deben vincularse por sí mismos al hecho de ser gay.
Además de la anécdota de su primer orgasmo, en estas páginas la artista confiesa ser incapaz de masturbarse, que antes de una actuación junto a Pavarotti (2002) tuvo una increíble sesión de sexo oral que le hizo cantar como los ángeles y que, entre sus novias, estuvo la actriz Sarah Douglas, con quien compartió rodaje en Conan el destructor (1984). Y que cuando comenzó a salir con el actor Dolph Lundgren, el mayor interés de Andy Warhol era saber si el nuevo novio de su amiga la tenía grande.
3. Negra y no-negra
“Soy la última persona que jugaría la carta del racismo, porque nunca he sentido que la raza fuera algo que tuviera que ver conmigo”, cuenta Grace Jones, que en Jamaica creció “en un mundo donde nuestra familia estaba en lo más alto, tanto en religión como en política, así que la discriminación nunca significó nada para mí. Ser negra no es algo que vincule a Jamaica y raramente pensaba en ello en América”.
Para Jones, el racismo era “algo que veía en el cine, que representaba a gente de lugares que no tenían nada que ver con el mío. Y yo no me identificaba con ellos solo por el hecho de no ser blanca”. Tampoco a su llegada a EEUU, porque entonces “yo todavía no pensaba en mí como negra, en el sentido afroamericano”.
Poco después la cosa fue más evidente. En sus años en la Filadelfia hippie, “solía ser arrestada casi a diario, cuando Sam [Miceli, su novio en la época] y yo salíamos. Policías blancos y negros, en cuanto nos veían juntos en su coche, me arrestaban por prostitución. Era su única respuesta a por qué un chico blanco estaba con una chica negra”.
En ese contexto vivió de cerca -aunque no participó- las revueltas posteriores al asesinato de Martin Luther King y sus consecuencias, unos días en los que todo joven negro era sospechoso y podía ser arrestado.
En sus primeros trabajos como modelo a comienzos de los 70 nunca pensó que su piel pudiese ser un problema, más allá de un problema técnico: su color era tan oscuro que le hacía parecer una sombra en el blanco del estudio fotográfico. Entró en el grupo de “modelos exóticas” y, siguiendo los consejos de su agencia, viajó a Europa con la idea de que eso le hiciera triunfar en EEUU.
En París, sin embargo, el respetado John Casablancas, capo de Elite, le fue dando largas hasta que ella le pidió explicaciones y tuvo que oír que “vender una modelo negra a la gente de París es como intentar venderles un viejo coche que nadie quiere comprar”.
Su opción fue volverse “más extrema” e incómoda para todos “porque siempre he querido poner a prueba a la gente, provocar una reacción”. La cabeza afeitada “me hizo parecer más abstracta, menos atada a una raza o sexo o tribu específicos, pero a la vez moviéndome entre unos y otros, perteneciendo a todos sin pertenecer a ninguno. Yo era negra y no negra; mujer y no mujer; americana pero jamaicana; africana y ciencia ficción”.
En lo artístico, se veía a sí misma creciendo “como cosa, sin sentimientos, un objeto, ni siquiera humana”.
4. No solo disco
Grace Jones conoció los días en que el disco todavía no se llamaba disco, cuando la figura del DJ iba cobrando importancia y templos como Better Days y Le Jardin (“Studio 54 antes de Studio 54”) tenían más que ver con la suciedad y la clandestinidad que con el glamour. También estuvo en Studio 54 cuando tenía que estar, grabó tres álbumes disco, Portfolio (1977), Fame (1978) y Muse (1979) y fue considerada una diva a su pesar.
Para Jones, las discotecas tenían mucho de iglesia y “la música disco, en el más puro sentido, equivalía a salir de un local después de una jornada en plena euforia”. Un éxito de los 70 era “el sonido de una erección: mezclar la música para controlar completamente tus emociones, haciéndote subir y bajar, bajar lentamente para luego subir rápidamente, haciéndolo suave, haciéndolo fuerte”.
Curiosamente, su etapa disco surgió mientras vivía en París “por accidente”, y respondiendo al olfato de su relaciones públicas, John Carmen, “un mago de la publicidad que me hizo famosa en Nueva York, al igual que lo hizo después con gente como Donald Trump”. El productor Tom Moulton trabajaba en sus primeros éxitos en EEUU mientras ella hacía de modelo en la capital francesa, aunque sus viajes en Concorde fueron habituales cuando sus canciones comenzaron a sonar en la radio y las discotecas. Por ser justos con su legado, ese material suena hoy descafeinado y con menos coherencia y colorido que el resto. Como ella se lamenta, no era una música que tuviera que ver con Grace Jones, sino con un productor “que usaba a Grace Jones como la cara para promocionar su música”.
Jones también se lamenta en estas páginas de los intentos de la industria musical por conseguir de ella un pelotazo. Tras la oleada antidisco que sacudió el mundo en los 80, supo mudar de piel buscando inspiración en el arte y en sus raíces jamaicanas. La Grace Jones cantante quería tomar distancia de otras artistas y plasmar ideas sacadas de las vanguardias o el teatro japonés, tan interesada en la tradición de Elvis como en la de Bertolt Brecht. “Soy disco pero también soy dadá. Soy sensualista y surrealista”.
5. Con una ayudita de mis amigos
“Hay gente que seduce al público. Otra sabe agasajarlo y hay quienes le ruegan. Grace, tú has violado a tu público: verte en directo es un ataque sexual”, cuenta que le dijo Orson Welles en el talk show en 1979. El primer tour mundial de Grace Jones se llamó One Man Show y muestra a la artista en el mejor de sus estados, poniéndose y quitándose máscaras continuamente delante de un público que no sabía si tenía que aplaudir, que no sabía debajo de cuál de aquellos clones, parte samuráis pop, parte robots, estaba la verdadera artista. Grace Jones interpretando a Grace Jones.
Del afro-futurismo a las vanguardias alemanas, el montaje era minimalista y geométrico, tan industrial y metálico como lo era todo en los 80. El directo estuvo nominado a un Grammy y es en gran parte obra del fotógrafo Jean-Paul Goude, pareja y colaborador de la cantante durante mucho tiempo y padre de su hijo Paulo. Goude buscaba plasmarla como una “amenaza erótica” y como una “Marlene Dietrich negra”. “Amplificó mi propia exageración” y acentuó que “el camino para la supervivencia femenina pasa a menudo por la seducción”, resume Jones.
“Siempre ha habido novios y amantes, y al mismo tiempo, mentores, colaboradores y gente muy cercana, ayudándome, que no fueron amantes”, escribe. De todos aprendió algo. El minimalismo y el teatro japonés de su amistad con el diseñador Issey Miyake. A posar como un objeto con Warhol y a hacer de su cuerpo un lienzo con Keith Haring, que tras pintarle la piel le hizo parecer “tanto una emperatriz egipcia como una astronauta”.
Se reinventó tras la etapa disco con otra trilogía junto a Chris Blackwell (Island) y Sly & Robbie que suena a la vez reggae, post-punk y new wave. Y trabajó con Trevor Horn y Nile Rodgers en sus dos álbumes más ambiciosos en cuanto a producción.
Su lema vital era “prueba de todo al menos una vez. Si algo te gusta, sigue haciéndolo”, lo que incluía las drogas. Tuvo su primer viaje de ácido en una comuna hippie, bajo la supervisión de un “doctor, el equivalente a un Timothy Leary, de quien me convertiría en buena amiga mucho después”. De hecho fue con Leary con quien probó su primer éxtasis, “lo que es un poco como volar a la Luna con Neil Armstrong”. Entre sus preferencias están las pastillas. Entre las cosas que no: fumar marihuana antes de una actuación porque se vuelve paranoica y descoordinada. “No soy una persona excesiva, excepto con el tequila, quizá”, dice.
6. Decisiones equivocadas
Es posible que otro gallo hubiese cantado en su carrera como actriz si Tina Turner no le hubiera “robado” el papel de Acid Queen en el musical Tommy (1975), basado en el disco de The Who y con un reparto plagado de rock stars. O si no hubiera rechazado el papel de Zohra en Blade Runner (1982), a pesar del interés que mostraba un entonces emergente Ridley Scott. Pensó que aquello sería un movimiento demasiado comercial y que participar en una película era una forma de explotación, un golpe a su integridad. Se arrepintió y poco después dijo que sí a la supervillana de Bond, un papel que ya habían rechazado Bowie y Jagger porque básicamente era un personaje pensado para el lucimiento de un doble.
Con el tiempo, Jones se fue alejando de la industria de la música (después de un acuerdo con Capitol que no fue como ninguna de las partes esperaba y donde “tenía que comportarme como una zorra para mantener cualquier tipo de autoridad. Si hubiese sido un hombre, nunca hubiera sido considerada una zorra”) y de Hollywood (un trabajo en cadena donde eres fácilmente reemplazable, reconoce).
También se cansó de servir como imagen en eventos publicitarios porque en ellos sentía que era contratada no para comportarse como ella misma, sino como una propiedad que la marca puede colocar donde más le interesa según el momento, como la decoración o las flores.
Su anécdota en España, durante la presentación de una nueva bebida de una marca de vodka, es ilustrativa en este sentido: cansada de la actitud de la gente de la publicidad, se plantó y negó a salir hasta que le pagasen. Desesperados, los responsables del acto llegaron a ofrecerle el bebé de uno de sus empleados como garantía del pago. “No lo cogí. Tampoco iban a llevarme el dinero. Así que no hice mi parte”. ¿Ya ves que están completamente locos?, le decía Jones a su agente.
7. ¿Y ahora qué?
Grace Jones rompió en 2008 un silencio discográfico de 19 años con el álbum Hurricane. En lo personal, en las últimas dos décadas se casó y se separó después de ser amenazada de muerte por su marido, se concilió con sus raíces familiares y con Jamaica, fue abuela y se enfrentó a la muerte de amigos y colaboradores con los que compartió excesos en los locos 70 y 80. Y se enorgullece de haber cambiado la vida a su padre tras presentarle a Nelson Mandela.
Y todavía tiene entre manos proyectos interesantes. En el momento de cerrar su biografía, Jones ha colaborado en una película sobre su también polifacético hermano -una suerte de superobispo pentecostal- Noel Jones, dirigida por Sophie Fiennes, colaboradora del filósofo Slavoj Žižek en las cintas The Pervert's Guide to Cinema y The Pervert's Guide to Ideology. Y también ha terminado un corto con Chris Cunningham, que ha trabajado con Björk y Aphex Twin.
Actualmente trabaja en un nuevo disco, el segundo de una nueva trilogía que comenzó con Hurricane. Consciente del tirón, la industria discográfica ha reeditado sus tres primeros álbumes bajo el nombre Disco y también el fundamental Nightclubbing (1981).
En la parte final de sus memorias, a Jones le es inevitable compararse con Norma Desmond, dueña de un bagaje que le permite dar consejos a las nuevas divas del pop, a las que ve dirigidas, condicionadas y limitadas a “repetir posturas y ropas que muchas de nosotras llevamos hace 40 años”. Entre sus vástagos, enumera, están “Lady Gaga, Madonna, Annie Lennox, Katy Perry, Rihanna, Miley Cyrus, Kanye West y FKA twigs”. De las modelos que llegaron después que ella, apenas salva a Kate Moss, que como Jessica Lange, Jerry Hall y la propia Jones, es hoy una superviviente en un negocio sin alma “que solo busca usarte, coger de ti lo que necesita y después cambiarte por el siguiente ejemplar. Hemos acabado incomprendidas y un poco distorsionadas, pero nos negamos a que nos chuparan la sangre”.