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Ismael Serrano: “La derecha tiende a sobreactuar cuando pierde el poder, es algo recurrente en la historia de España”

Antes de saltar a los escenarios, Ismael Serrano recorrió los bares y salas de medio Madrid. Se confiesa deudor de todo lo que aprendió entonces, guitarra y cerveza en mano. Hace más de veinte años que publicó su primer disco, Atrapados en azul, pero la canción con la que abría aquel debut sigue sonando en multitud de casas, radios y hasta en mítines. Forma parte del patrimonio cultural de una generación que empezaba a votar y significarse políticamente en los noventa.

Sigue cantando Papá cuéntame otra vez  y sostiene que la canción ya tiene otro sentido, ahora que el padre es él. De hecho, no son pocas las letras suyas que han vuelto, de una forma u otra, parecen adquirir de pronto una actualidad férrea. 

En su habilidad para tomarle el pulso al sentir de la calle, defiende que “hay que participar en política” porque sino “otros lo harán por ti”. En esta entrevista, sin ir más lejos, habla de la atomización como uno de los males endémicos de la izquierda. Días después un tuit suyo sobre la no confluencia de Izquierda Unida con Podemos en las elecciones autonómicas, se convertía en objeto de debate en la red social.

Tampoco se muestra demasiado afectado por la proyección que ha alcanzado como músico y como figura pública en nuestro país o fuera de nuestras fronteras. El ruido no le hace, jamás, alzar la voz.

Tras más de dos décadas dedicándose a la música, esta es su primera incursión en la ficción. ¿Cómo nace El viento me lleva?El viento me lleva

Es mi primera incursión, sí, aunque ya había escrito algunas obras de teatro. También he comenzado alguna novela. Pero tenía esa cuenta pendiente de probar en el relato. A mí me encanta contar historias no solo en mis canciones, sino también entre canción y canción. Soy muy dado a contar historias. Es una tradición que viene de los juglares, los trovadores y las canciones río tipo romance, algo que entronca con la tradición anglosajona del storytelling.

Me gusta mucho, pero a veces me cuesta sintetizar. Soy un tipo que tiene canciones muy largas. Y el relato me permitía precisamente solventar ese problema, añadir matices, enlazar historias... En el libro pasa que cuando estás con una narración empieza otra. Son como las cerezas, que tiras de una y caen veinte.

En uno de los relatos menciona que en los bares la música en directo se convierte en un diálogo. ¿Es lo que intenta hacer sobre el escenario: dialogar con su público?

Ese es el reto, sí. A mí me gusta entender las actuaciones como una especie de gran relato, aún cuando cantas canciones muy diferentes. Creo que la puesta en escena y la manera de estar en el escenario es también una forma de contar. Y cada vez me gusta más pensar en esa puesta en escena y ese guion que hila las canciones, darle un carácter teatral.

Por otro lado, esta voluntad a veces contradice el diálogo, que siempre nace de algo más espontáneo. Se trata de encontrar el equilibrio porque yo crecí y me formé musicalmente en los bares y en estos el diálogo era parte natural de la actuación. Era constante e inmediato. Mientras que en un teatro es más tácito. En esas estoy [risas].

En ese diálogo, usted ha construido una figura pública opuesta al artista alejado de la sociedad. Se ha implicado y significado políticamente en muchos temas. ¿Cree que eso le ha alejado o le ha acercado al público?

Me acerca a una parte y supongo que me aleja de otra. No sé si es consciente o inconsciente esa decisión, es natural para mí. Soy una persona a la que le interesa la política y que se siente interpelada con debates sociales. Soy consciente de que si no participas en política, otros lo harán por ti. Por eso quiero asumir ese papel en mi vida. De hecho, me cuesta entender que alguien no quiera hacerlo.

A veces también me pregunto si como figura pública debiera ser más prudente, pero luego me doy cuenta de que no sabría hacerlo de otra forma. Soy dado a meterme en todos los charcos. También hay que tener claro que no le puedes gustar a todo el mundo y tus opiniones tampoco. Pretenderlo me parece un error. Sé que es difícil en un país como el nuestro que suele ser bastante sectario en determinadas cuestiones políticas, así que asumo que mi visión sobre un tema de actualidad puede provocar que alguien se aleje de mi propuesta artística. Pero bueno, qué le vas a hacer. No sé hacerlo de otra forma.

Es cierto que he crecido en un entorno en el que la política estaba en la sobremesa, en el día día. Y supongo que lo he incorporado con naturalidad a mi vida. Resulta extraño explicar por qué alguien se define políticamente en la esfera pública, cuando debiera ser lo natural, ¿no? Quizás lo que debería ser más difícil de entender es cómo uno puede ser capaz de abstraerse y aislarse del mundo. Más en un momento como el que vivimos en el que hay temas que merecen nuestra atención urgente.

¿Por qué cree que ocurre esto? ¿Por qué impera la figura del cantante no-posicionado?

Parece que toda propuesta musical tiene que ver de manera obligatoria con el entretenimiento y el escapismo. Así que cuando lo que propones es un espacio de reflexión ya sea con tus canciones o en la esfera pública, de repente suena raro. Pareciera que el artista tiene que evadirse y ser esa estrella rutilante y extraña que no tiene los problemas del común de los mortales. Como si se impusiera esa figura del artista sobre las otras. Pero yo no creo en esa figura y me resulta llamativo que haya gente que prefiera no posicionarse.

A veces me he preguntado por qué. Me acuerdo de un vídeo de Andy y Lucas, que venía de una polémica con la madre de Gabriel, en el que uno de ellos decía 'nosotros no hacemos nada político, nosotros vivimos de los ayuntamientos'. Y pensé: a lo mejor eso está instalado en el cerebro de muchos músicos. Como que no pueden hablar de política. Incluso puede que no lo hagan de forma consciente sino que ya sea un lugar común eso de que hay que cuidarse y no molestar a nadie porque al fin y al cabo el músico vive de los ayuntamientos. ¿No?

Esa percepción me resulta llamativa porque en todo caso uno podría pensar que un músico vive de su público. Del que acude a tus conciertos y compra tus entradas. Pero lo de los ayuntamientos me resulta, cuando menos, llamativo.

Escribía usted en 2007 en la letra del tema Si se callase el ruido : “Una estruendosa jauría se empeña en hacer callar las preguntas, los matices”, y “ruido de patriotas que se envuelven en banderas”. Parece que se trata de una canción que ha adquirido una inesperada actualidad. ¿Le ocurre a menudo esto? Si se callase el ruido Si se callase el ruido

¡Últimamente me ocurre mucho! Me acuerdo cuando era adolescente e iba por Moncloa, que era un clásico ver por allí a las bandas de neonazis pululando. Y tratabas de esconderte y de evitarlos. Incluso tuve amigos que recibieron palizas. Entonces escribí Mi vida, no hay derecho a salir con miedo a la calle. Hoy me digo, joder: tendré que volver a cantarla si se alientan discursos que tienen que ver con el odio, la intolerancia y el racismo.

Con Si se callase el ruido, que como comentas ahora parece haber adquirido un sentido de actualidad, me ha pasado también. Y con Al bando vencido, que decidí incluirla en un disco que he hice hace poco en acústico porque me parecía urgente el apelar a la memoria histórica y al derecho de los familiares que tienen muertos en cunetas a darles una sepultura digna. Me parecía urgente recordar que ese drama está ahí y que es una vergüenza y una deuda moral e histórica que tenemos como país.

Sí, sí que es curioso como canciones que ojalá se hubieran quedado obsoletas de repente recuperan su vigencia. Igual es que aquí la derecha siempre ha sido tendente a tener un sentido patrimonial del poder. Así que cuando lo pierde, cree que le han quitado algo suyo. Si se callase el ruido  nació cuando el Partido Popular perdió las elecciones ante Zapatero. Entonces vimos un discurso que tenía que ver con agitar banderas, aunque en aquella ocasión era sobre las negociaciones con ETA. Esa tendencia a la sobreactuación de la derecha cuando pierden el poder es algo recurrente en la historia de España. Lo que pasa es que a veces esa sobreactuación ha adquirido tintes dramáticos.

Ahora tiene un tanto de esperpéntico pero empieza a adquirir un tinte trágico con la falta de pudor de ciertos elementos fascistas cuyo discurso de repente se normaliza. Eso es lo más preocupante. Antes esto era una anécdota y ahora es como lo normal y tiene un deje agresivo. Decía Marx que la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa. Pues convengamos que cuando se repite tres veces pudiera parecer que estamos volviendo a la tragedia. Ojalá no.

En ese sentido, parece haberse instalado la sensación de que es la derecha la que dicta el tempo del debate político, la que marca la agenda de lo que se habla y de lo que no. ¿Cree que es un error de cálculo de la izquierda o que es un tema de responsabilidad de los medios de comunicación?

Creo que hay parte de las dos, pero principalmente es una responsabilidad de los medios de comunicación. Ahora, por ejemplo, el llevar a debates de televisión el tema de la tenencia de armas. Esto no hay que hablarlo. No es un tema que preocupe a la población. Hay problemas mucho más importantes que tienen que ver con el bienestar de la ciudadanía y sus derechos. Creo que en ese sentido los medios sí están sirviendo para amplificar y normalizar ciertas cuestiones que ni siquiera debieran estar presentes.

Aunque no olvidemos que cuando tú incorporas a toda esta gente que tiene discursos de tintes fascistas a las instituciones, también los estás normalizando. Tienen capacidad de influencia en tanto en cuanto pactas con ellos un gobierno. Y si pactas un gobierno pactas una agenda. Les das un carácter institucional normalizando su discurso.

Pero esto ha pasado tradicionalmente: esa capacidad de la ultraderecha de imponer cuales son los temas sobre los que hay que debatir. Efectivamente la izquierda tiene que replantearse por qué está ocurriendo. Ocurrió en Brasil con Bolsonaro, ocurrió en Estados Unidos con Trump... han creado dinámicas que, por así decirlo, se imitan unos a otros.

Así que sí, la izquierda debiera reflexionar sobre por qué no es capaz de tener la iniciativa. Hay instalada en ella una vocación de fracaso. Estamos tan acostumbrados a perder que yo creo que lo hemos incorporado a nuestra cultura política. Empezamos la carrera creyendo que vamos a perder. Ese sentimiento era algo con lo que rompió Podemos hace años. Pero hemos perdido ese impulso inicial y hemos vuelto otra vez a las actitudes derrotistas que parecen inherentes a la izquierda. Ahora parece estar en el imaginario que la derecha va a arrasar en las próximas elecciones. Joder, pues no lo sé. Si consiguieras convencer a esa multitud de abstencionistas que están ahí esperando a que alguien les diga qué va a ser de su vida, a lo mejor no.

También creo que tiene que ver con el hecho de que la izquierda a veces parece más preocupada en mirarse los unos a nosotros, en las competencias y conspiraciones que en estar en primera línea del debate político. Como que está revisándose todo el trato y haciendo un ejercicio de autocrítica constante. Y lo que hay que hacer es avanzar y no perdernos en el debate de las formas, el cómo, el dónde, el quién... esa búsqueda de líderes infinita...

En lo que respecta a esos debates instalados de repente en los medios, recuerdo la controversia que vivió usted en Twitter por alertar del peligro de los antivacunas. ¿Cree que las redes sociales han alentado cierto clima de crispación y polémica constante?

Es posible. No hace mucho leía un artículo que explicaba por qué Facebook no operaba contra las fake news. Y fundamentalmente es porque les salen rentables, generan tráfico y movimiento. En psicología, dos de los principios que más hacen que la gente se revele proactiva, es decir, que influyen en nuestros ánimos a la hora de actuar, son el sexo -bien lo saben los publicistas-, y la ira. El odio genera más movimiento y más actividad que el bienestar y esto hace que actuemos en las redes cuando algo nos indigna de manera más contundente que cuando algo nos reafirma en nuestra entidad.

A lo que voy es que gran parte de la dinámica de las redes sociales se basa en eso. En nuestra reacción ante la indignación. En un clima de crispación cualquier debate en redes es insostenible: es como apagar una llama con gasolina. Gran parte de esa dinámica de las redes vive de eso, así que difícilmente van a cambiar estas dinámicas por más que nosotros intentemos a través de nuestros perfiles, tratar de calmar las aguas y tener otro tipo de comportamientos.

Hace unos días, millones de personas salían a la calle con el 8M. Sin embargo, existe el debate de si la izquierda es capaz de transformar ese movimiento en las calles, en votos en las urnas. ¿Qué opina? ¿Puede estar relacionado con el hecho de que los líderes políticos de nuestro país siguen siendo 'muy hombres y mucho hombres'?

Claro, es que es muy necesario feminizar la política. De hecho, creo firmemente que lo que nos puede salvar del desastre en el futuro es el movimiento feminista. Y sí: la izquierda tendría que reflexionar sobre por qué el feminismo no se está canalizando en proyecciones de voto. Por qué no se siente representado. A lo mejor tiene que ver con eso. No ya con que exista una visión masculina, sino que el machismo sigue imperando en los discursos y en las formas de hacer política.

Pienso en lo de Rivera hablando de feminismo con cuatro mujeres detrás sin dejar hablar a ninguna de ellas. O en la foto -aunque él luego se desmarcase- de Pablo de Iglesias con ese Vuelve 'Él', que parecía un anuncio de Varón Dandy. Entonces, claro. El machismo está ahí y hay que revisar donde está presente y apostar por candidaturas feministas y femeninas en las que haya presencia de mujeres. En Podemos hay mujeres increíbles con las que me siento muy representado.

Dos décadas después, sigue cantando Papá cuéntamene otra vez sobre los escenarios. Sin embargo, ¿ha sentido alguna vez que debía de dejar de interpretar determinadas canciones?Papá cuéntamene otra vez

Bueno, por ejemplo a los 18 años escribí una canción que se llamaba Tierna y dulce historia de amor, que compuse cuando Álvarez Cascos se divorció y se casó con una persona más joven. Pretendía reírme de esa doble moral del político que dice una cosa y hace otra. Y sobre todo retratar el patetismo del personaje, que resulta ridículo. Pero a día de hoy no me gusta demasiado cantarla. Primero porque ha cambiado la sensibilidad y la mirada, y segundo porque no sé hasta qué punto pudiera haber gente que no la interpretase en el sentido que yo la compuse.

Entiendo que puede dar lugar a interpretaciones que no se adecuan a lo que yo imaginé y como tampoco es que sea mi canción favorita, pues pienso si merece la pena seguir cantándola y si realmente me siento cómodo haciéndolo. Pero lo cierto es que no hay tantas canciones que crea que no debo cantar. Fíjate en que sigo cantando Papá cuéntame otra vez porque ha cambiado de sentido para mí. Y como ella otras tantas.

Papá cuéntame otra vez  es prácticamente un himno de la izquierda española. Pero tiene ya dos décadas y existe la sensación de que siempre se entonan los mismos cantos: L'estaca, Al Vent... ¿Nos faltan referentes en el ámbito de la cultura que generen nuevas conciencias y nuevos himnos?Papá cuéntame otra vezL'estacaAl Vent... ¿

Yo creo que sí. En lo musical al menos ha habido un alejamiento entre lo que es la vida social y política, y la propuesta cultural que haces porque se ha impuesto el escapismo y la evasión permanente. Un himno nos ancla a una realidad, es una cuestión identitaria que nos define como colectivo. Pero le hemos cantado tanto a las aspiraciones individuales que difícilmente algo que tenga que ver con un 'nosotros' y no con un 'yo' se puede convertir en himno.

El himno nos identifica como parte de una sociedad con un proyecto común, pero cuando la música no habla de proyectos comunes sino personales e individuales, se generan otro tipo de fenómenos generacionales. La música ha dejado de hablar del colectivo y del ser humano como parte de una sociedad con la que se compromete. El 'nosotros' se ha desdibujado en el terreno musical.