Lo que Kraftwerk ha hecho por Europa debería recogerse en la historia de la UE como un capítulo aparte. Ningún artista ha remado tan a favor de la construcción de la conciencia europea como estos cuatro hombres de Düsseldorf que ya no son los mismos hombres —salvo Ralf Hütter— que fundaron el grupo en 1970; pero no importa, pues permanecen fieles a las ideas del hombre-máquina tal y como las asentaron hace más de cuatro décadas.
El espectacular concierto que ofreció el grupo este lunes en el festival Icónica de Sevilla certifica que toda las claves sobre el progreso y sus riesgos fueron anticipadas por Kraftwerk y siguen vigentes: la energía como gran tema de nuestro tiempo (el nombre del grupo, de hecho, significa en alemán planta de energía), el mundo altamente computerizado (y las agencias de espionaje y control de los gobiernos) como característica esencial en la evolución de la economía de mercado, y las infraestructuras de cohesión territorial de Europa. Todo eso estaba en Kraftwerk mucho antes del Tratado de Maastricht, del accidente de Fukushima y de internet.
Kraftwerk ha dado en Sevilla el primero de los cinco conciertos que realiza en España en la presente gira, que les lleva a lugares singulares como la Acrópolis de Atenas, el Anfiteatro delle Cascine Ernesto De Pascale de Florencia, el Teatro Real de Madrid (27 de julio) o el monumental emplazamiento de Icónica en la plaza de España. Además de en Madrid, actuará en las salvajes montañas de Huesca (Pirineos Sur, 21 de julio), en una plaza de toros (Alicante Summer Festival, 26 de julio) y en los bellos Jardins de Terramar de Sitges (29 de julio).
El escenario de este festival hispalense se sitúa delante del elemento central del conjunto arquitectónico creado por el arquitecto del regionalismo, Aníbal González, para la expo de 1929. El edificio semicircular de la plaza, que simboliza el abrazo de España a sus antiguas colonias, ha sido intervenido con una imponente iluminación que los técnicos de luces pueden utilizar de manera coordinada con el set del escenario y la música. En manos de los operarios de Kraftwerk, esta asimilación del espacio arquitectónico a su propuesta narrativa les permite abrazar a su público de manera aún más rotunda. La historia del progreso a la que tanto alude el grupo alemán, adquiere un simbolismo circular todavía más potente.
Lo que Kraftwerk ha aportado al arte no es solo música: es un relato audiovisual cuya máxima expresión sucede en directo; el disco resulta un formato superado para ellos. Entre sus cuatro componentes actuales —a Hütter se le suma Fritz Hilpert, Henning Schmitz y Falk Grieffenhag— al menos dos de ellos se dedican a engarzar el show visual, en el que se refuerza no solo con imágenes sino también con palabras o frases-idea que conceptualizan el mensaje. Por ejemplo, la expresión “cocina dietética” está muy cerca de la “era atómica” y la transición entre una y otra se hace sobre un “arte poético”.
Otra de las enseñanzas de Kraftwerk como pionero de la música electrónica es la apreciación de la belleza de la ingeniería y el patrimonio industrial. En uno de sus himnos, Computer Love, los visuales nos hablan de la estética de la representación gráfica de la onda de sonido. Y la canción, de 1981, anticipa, en verdad, la era Tinder: “Another lonely night / Stare at the tv screen / I don't know what to do / I need a rendezvous”.
En el concierto, a esta canción le siguió The Model, que precisamente se publico como cara B del single Computer Love. Una cara B que probablemente se comió a la principal con el paso de los años, convirtiéndose en una de las más pop, y por tanto de las más raras. Con su interpretación, comenzó a asomar la luna llena cerca de la Torre Sur de la plaza de España, como si tal acontecimiento formara parte del espectáculo de luz y sonido. La gran pantalla al fondo del escenario mostraba a las modelos en blanco y negro del videoclip a una escala gigante, mientras los cuatro componentes de Kraftwerk, sin apenas movimiento frente a sus consolas, se veían a contraluz como pequeños muñecos.
Poco después el grupo interpretó Radioactivity, con una potencia de graves tan elevada que las estructuras vibraban como medidores Geiger en total saturación. Cuando cantan “radioactivity / is in the air for you and me”, sin duda se hizo perceptible. Las pantallas proyectaban un mensaje que parecía una adenda contemporánea a la canción: “Stop radioactivity”. Una extraña e innecesaria advertencia para evitar ambigüedades y malentendidos. Cuando Kraftwerk compuso esta canción en 1975, las referencias eran Hiroshima y Nagasaki. En las pantallas, de nuevo la citada contemporaneidad kraftwerkiana aludía a Chernóbil y Fukushima. Si no hay suficiente responsabilidad en la Europa actual, Kraftwerk tendría que seguir actualizando los visuales, esta vez para incluir Zaporiyia.
No faltó la pasión de Ralph Hütter por el ciclismo, glorificada en Tour de France ni la apreciación de la mecánica de los coches alemanes en Autobahn. Los únicos que faltaron fueron los robots, los androides idénticos a los músicos que en otras giras les sustituían y tomaban el control en We Are The Robots, en la confusión total entre el ser humano y el ser autómata. En consonancia con el mundo de hoy, los robots aparecieron en las pantallas. Con la arquitectura de la plaza iluminado en rojo y blanco, los colores del disco Die Mensch-Maschine, en español el hombre-máquina, al que pertenece esta canción, resultaba estremecedor.
Florian Schneider, el creador de este singular grupo junto a Hutter, falleció en 2020. Se había desvinculado del grupo años antes. El día que Hutter tampoco esté, el proyecto podría seguir, y debería seguir, pues Kraftwerk es mucho más que un grupo de música: es un legado, una superestructura, una industria. Un manual de instrucciones de nuestro tiempo.