María de la Flor es una de esas grandes voces que brotan de la escena, amante de la música tradicional en tiempos de Auto-Tune. La voz de De la Flor no se adultera con efectos digitales, es orgánica. Sus letras costumbristas, legado vivo que se nutre de “lo de aquí”, de lo nuestro; pues esta artista canta y compone desde la raíz.
De la Flor (Madrid, 1993) también es una apasionada del violín, que comenzó a estudiar cuando tenía tres años. Este amor por la música de cámara queda registrado en el cuarteto de cuerda –Esther Marco, violín; Milena Brody, viola; Helena Martínez, violoncello; y Anika, violín–, que la acompaña en muchos directos. Así como cuando actúa en dúo, junto al chelo de Martínez. O en formato banda con la cual, el pasado 13 de marzo en el Teatro de la Abadía de Madrid, colgó el cartel de “no hay entradas”. Ahora pretende hacer lo mismo el día 20 en el Centro Cultural Paco Rabal de Vallecas, también en la capital. Además, Temple, su primer EP, se publica el 2 de abril.
“Soy una viejoven, muy señora para mis cosas, pero con la mirada en hoy. No soy vieja, tengo 27 años y no tengo ni idea de un montón de cosas de las que habla la tradición. No puedo tomar esa palabra, la puedo admirar y replicar formas o estéticas, pero yo no tengo esa voz ni esa vivencia. Me emociona profundamente y, a lo mejor, por eso, desprendo esa sensibilidad similar, probablemente, pero las cosas hay que colocarlas en su contexto y el pasado está atrás”, dice a elDiario.es María de la Flor.
El arte (sacro) de la autogestión
María de la Flor nació en el madrileño barrio de Carabanchel, tiene genética maña y, además de su notorio interés por las músicas populares, no por ello conservadoras, también se nutre de la canción latinoamericana y no se cierra puertas en cuanto a investigar con sonidos más contemporáneos; pues, como cuestionó Gabriela Mistral en su poema Puertas, “¿Por qué fue que las hicimos para ser sus prisioneras?”.
“Estamos muy acostumbrados a que todo suene perfecto, y luego lo perfecto no nos emociona como lo imperfecto”, expresa María de la Flor. “El Auto-Tune a lo mejor emociona a un nivel compositivo, más intelectual, pues fíjate qué inteligente ha sido colocar esto así, en términos de producción. Seguro que tiene su valor, a lo mejor yo lo aprecio menos que otras cosas. Pero para mí, claramente, lo que más me emociona es escuchar una voz humana con sus matices, con sus flemas, incluso, con la personalidad de quien canta”, opina.
La artista madrileña confiesa que no tenía muchas cosas claras cuando empezó a crear Temple, pero fácilmente podía reconocer lo que echaba de menos en la música que estaba escuchando. “Lo orgánico de los instrumentos, de las imperfecciones, de la unión que no nace de la simultaneidad, sino de la complicidad (...) Ahí hay un diálogo que a mí es el que, la mayoría de las veces, me emociona en la música. Instrumentos de verdad, que suene la madera del contrabajo”, señala De la Flor.
Además de la autogestión de María de la Flor y de las artistas que forman su proyecto, destaca la labor del productor y músico Diego Galaz –miembro del dúo Fetén Fetén–, pues, según la cantante, fue “un poco el culpable” de grabar Temple. Así como Álvaro Ayuso –bajista y una de las voces múltiples de la madrileña banda Club del Río–, ya que, como cuenta De la Flor “desde el principio, él visionó muchas cosas de mi proyecto. Toqué dos temas con cuarteto y voz, y fue y me dijo: ‘Oye, estoy hay que grabarlo’. Me ha ayudado mucho”.
“Te brindo mi vientre alado”
“Todo lo que nos aleja / Es lo mismo que nos une / Es la luz que nos alcanza / Por el cristal que nos separa / Que de colores se abrazan”, así comienza la canción Vidrieritas de María de la Flor.
“Vidrieritas nació como una necesidad muy grande. Además, fue un ocho de marzo de hace tres años. Estaba muy emocionada por el momento huelga, manifestación (...) Estaba muy conmovida viendo a todas aquellas mujeres y hombres caminando por esa causa. Así nació la canción. Habla un poco de una mezcla entre mis historias personales, amorosas, pasionales, y cómo yo las he vivido; y de cómo a veces siento que se le achaca al perfil de la mujer vivir las historias de amor”, rememora De la Flor sobre cómo fue el germen del primer adelanto de Temple.
Para la cantante existe “tradición” en su voz, aunque eso no implica necesariamente que su música sea tradicional. “¿Estoy haciendo folklore? No lo sé. Yo no hago una jota tal cual son las jotas, pero bebo de las jotas, me encantan y todas las referencias habidas y por haber me van a parecer maravillosas. Y el día de mañana seguro que experimento con otros tipos de sonoridades, estéticas, referencias; seguro”, adelanta María de la Flor.