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Entrevista

Pablo Benegas, guitarrista de La Oreja de Van Gogh: “Nos insultaron y miraron con odio por protestar contra ETA”

“Pasar miedo juntos protestando contra ETA nos unió mucho”. La Oreja de Van Gogh compartió militancia antes que música, cuando todavía eran un grupo de amigos de San Sebastián que estudiaban en la misma universidad. Allí se manifestaron, fueron insultados y odiados. Pero no todas sus infancias fueron iguales. Para el guitarrista Pablo Benegas, “vivir en alerta” había sido una constante desde pequeño. Su padre, el político del Partido Socialista de Euskadi Txiki Benegas, estuvo amenazado por la banda terrorista.

El local de ensayo se convirtió en su lugar de refugio, donde comenzaron a juntarse “sin ninguna pretensión”. Allí compusieron sus primeras canciones y fueron dando forma –entrada de Amaia Montero mediante– a la que ha terminado siendo una de las bandas de pop más importantes del país. Benegas ha contado su origen, dejando que acordes y biografía compartan protagonismo, en Memoria (Plaza & Janés). “Queríamos que nuestra música fuera un canto a la vida, pero fue inevitable que se colaran el terrorismo y los atentados”, reconoce a este periódico haciendo referencia a temas como La carta, Lloran piedras y Jueves.

La primera vez que pisó un escenario fue en un mitin de su padre, ¿qué recuerdo tiene de aquel día?

Tenía siete años y había ido a ver a mi padre con mi abuela, que era muy fan. Estábamos en primera fila y después de un rato sentado escuchando señores a los que no entendía mucho, supongo que por aburrimiento, aproveché que había tomado la palabra para subir y estar con él. Ahí descubrí que había 10.000 personas y me quedé un poco bloqueado. Entre los que hablaban estaba un amigo íntimo de mi padre, Enrique Casas, que me hizo señales para que me acercara a él.

En el libro reivindica a las familias de los políticos que vivieron amenazados por ETA.

Es un papel poco reconocido y que hay que rescatar. Los políticos que se jugaban la vida contra ETA tenían la meta de conseguir transformar la sociedad y que todos viviéramos en paz. Lo que hacían era increíble pero al lado tenían a sus parejas, que pasaban el mismo miedo que ellos y tenían que proteger muchas veces a sus hijos. Defender ese entorno familiar y sufrir casi en silencio, tragándose todo ese miedo y angustia.

¿Recuerda cuándo se dio cuenta de que su vida no era como la del resto?

El día que asesinaron a Enrique Casas me encontré a mi madre llorando en la cama. Los papeles se invirtieron. Me vi consolando a mi madre cuando siempre había sido al revés. A partir de ahí, aunque no era consciente de todo, sí que empezaron a cambiar ciertas cosas. Mi madre blindó mi infancia y la de mi hermana hacia dentro; pero una vez empezamos a salir a la calle, ir solos al colegio, al instituto y a la universidad, el odio se presentó.

Llegaron a decirle: “Dile a tu padre que le vamos a matar”. ¿Cómo logró convivir con ello?

Mi padre llevaba siempre escolta. Estábamos acostumbrados a las situaciones de riesgo. El miedo siempre estuvo ahí. Fui entendiendo que por llevar el apellido de mi padre, de repente había gente que me odiaba. Yo no me había planteado que el odio se podía heredar. Ahí empezó el vivir alerta, pero no fue exclusivo nuestro. Lo vivieron todos los hijos de dirigentes y cargos electos del PP, PSOE y algunos del PNV del País Vasco. Era habitual.

¿Qué ocurrió en los pasillos de la facultad de Derecho del País Vasco?

Muchas cosas. Recuerdo que con el atentado contra Gregorio Ordóñez, decidimos que no podía ser que pasaran estas cosas y que la universidad mirara hacia otro lado. Que no parara o no saliera a la calle. Hicimos una pancarta y escribimos: “Sin tolerancia qué nos queda”. Fuimos clase por clase convocando a todos los alumnos de todo el campus y conseguimos sacarlos a una manifestación hasta el ayuntamiento de Donosti. La pancarta estuvo colgada en el balcón principal del Ayuntamiento más de dos meses. Fue muy emocionante. Lo hicimos porque lo necesitábamos. Teníamos que acabar con esa anestesia general que muchas veces se apoderaba de nuestra generación.

¿Cuál fue la reacción de la gente que no estaba de acuerdo?

El que tiene el monopolio de la violencia, tiene una confianza muy grande en ella porque sabe que intimida y les da mucha seguridad. Cuando escribíamos la pancarta nos tiraban colillas encendidas desde el piso de arriba para ver si nos quemaban. Recuerdo estar con Borja Sémper mirando hacia arriba. No se escondían, no apartaban la mirada, les daba igual. Conseguimos hacer lo que queríamos pero el ambiente era de mucha tensión, mucho odio, mucha violencia. No era fácil dar pasos. Fueron momentos duros.

El que tiene el monopolio de la violencia confía en ella porque sabe que intimida

En medio de este contexto, el local de ensayo se convierte en su refugio. ¿Cómo fueron los inicios?

Empezamos sin ninguna pretensión. Era una excusa para estar juntos, pasarlo bien. Allí no entraba nada que no quisiéramos. Éramos nuestros jefes, no teníamos profesores, no teníamos padres. Disfrutábamos mucho y poco a poco empezamos a hacer canciones.

Fue el responsable de que Amaia Montero entrara en la banda, ¿cómo se conocieron?

Fue casualidad. Coincidí con ella en una cena. Le dije que teníamos un grupo con amigos en el que no había cantante y ella me dijo que siempre le había gustado cantar. Le propuse venir. Ella se integró con muchísima naturalidad. Fue muy emocionante escucharla en el local horroroso y húmedo donde ensayábamos. De repente se llenó todo de luz. Completamos la banda y eso daba otra sensación. Pero nuestra idea era la misma, seguir pasándolo bien. Lo demás vino después.

En 1996, después de su primer concierto, decidieron grabar una maqueta, a la que pertenecía Pesadilla, que después formaría parte de su primer disco, pero en inglés.

Bueno, pseudoinglés. Pesadilla estaba en la primera maqueta, con la que no nos hicieron ni caso en el concurso de los 40 Principales reafirmando su buen criterio, porque era infumable. Luego recuperamos la canción.

Nuestra primera maqueta era infumable

La primera vez que se presentaron a ese concurso, el Pop-Rock Ciudad de San Sebastián, Amaia y Xabi San Martín fueron a preguntar por qué no os habían cogido.

Sí, estaban indignados. Él, muy amable, se lo explicó y lo entendieron. Aquello nos dio pie a proponérnoslo en serio al año siguiente, trabajar mucho, ensayar; y al final ganamos. Fue uno de los días más bonitos que hemos vivido como grupo.

¿Cómo convivió el inicio de su éxito con su militancia? ¿Hasta qué punto les unió?

Muchas veces nos hacían contramanifestaciones donde nos insultaban, nos miraban con odio, nos tiraban cosas. Pasar miedo juntos une mucho y ahí se generó un vínculo muy fuerte entre nosotros. El grupo fue avanzando, seguían pasando cosas terribles como el asesinato de Miguel Ángel Blanco, que fue tremendo y lo vivimos todos con muchísima intensidad.

En la canción La carta no se le menciona explícitamente a él, pero por lo que relata en el libro, está inspirada en lo que pudo escribir estando encerrado.

Coincidió con que José María Aldaya y José Antonio Ortega Lara estuvieron muchísimos días secuestrados. Hay un momento en el que es inevitable escribir de estas cosas. En nuestra discografía hemos hablado mucho de atentados y terrorismo, aunque nuestra música intentaba ir por otro lado. Explicar que en el Donosti en el que vivíamos estas situaciones tan tremendas; la vida, la amistad y el amor también se abrían paso. Que también había hueco para poder ir a la playa y mirar las estrellas y la luna. Nuestras canciones eran un canto de esperanza a la vida, a esas historias pequeñas que en el fondo cuentan lo universal.

En Lloran piedras introducen un verso de su padre. ¿Cómo lo vivió él?

Con mucho orgullo y emoción. Disfrutó mucho. El grupo le dio mucha vida. Escuchaba todas las maquetas que llegaban a casa, las analizaba, me decía lo que pensaba. Venía a los conciertos que podía.

Queríamos que nuestra música fuera un canto a la vida pero fue inevitable que se colara el terrorismo

Una vez ganaron el concurso, no les hace falta llegar a discográficas, porque la maqueta le llega a Jennifer Ces, de Sony, ¿cómo?

Jennifer Ces era profesora de inglés y una amiga mía, Eider, había sido alumna suya en el colegio. Jenny decidió irse a Madrid cuando el sello Epic la fichó para buscar nuevos talentos. Un día ambas coincidieron y Eider le dijo que había un grupo que se llamaba La Oreja de Van Gogh para ver si podía mandarle su maqueta. Ella le dijo que sí y, a raíz de ese envío, llamó a Amaia para decirle que le había gustado mucho. El problema fue que ella, para atar bien la llamada, le dijo que teníamos 25 canciones, pero solo teníamos esa maqueta. Nos pusimos a componer casi una canción cada dos días, las íbamos grabando y enviando a Madrid.

Cuenta que la grabación de su debut, Dile al sol, no fue cómo se lo habían imaginado.

Pasamos mucho tiempo preparando la grabación del disco y de repente, cuando llegamos a Madrid y empezamos a grabar, vimos que algo iba mal. Hablaron con nosotros y nos explicaron que teníamos que grabar una canción al día. Nosotros todavía éramos un grupo sin experiencia, sobre todo en grabación. Hubo unos músicos de estudio maravillosos que nos ayudaron bastante. La voz de Amaia está ahí, están los teclados de Xabi, yo pude grabar con Josu García alguna guitarra, Haritz alguna percusión. Si no nos hubieran echado una mano habría sido imposible. Nos llevamos una decepción porque nuestra idea era grabarlo.

Si no nos hubieran echado una mano habría sido imposible grabar nuestro primer disco

¿Esto les influyó de cara a afrontar los directos?

Comprendimos que fue por el tiempo. Nuestro segundo disco lo grabamos entero sin ningún problema. Y vimos que muchas veces esa inseguridad del músico, que cierta forma de tocar y de grabar son parte de las canciones. Y más cuando ha sido el propio grupo el que las ha compuesto. En Dile al sol no está tanto eso, en cambio en El viaje de Copperpot es evidente. Ahí sale el grupo por todos lados. Es uno de los discos donde más nos vemos y reencontramos. Hay discos que aguantan mejor el tiempo y otros que no. El viaje de Copperpot lo aguanta muy bien. Cuando escribes de cosas que son universales por ser tan cotidianas, pasan los años y las generaciones se van sumando dándole otro enfoque.

Al principio tenían que responder muchas preguntas sobre ETA y llegó a haber un bulo que decía que habíais donado dinero a una ONG proetarra. ¿Cómo lo vivieron?

Con mucho disgusto. Fue triste y doloroso. Imagina que después de todo lo que hemos hablado, encima te relacionen con una ONG proetarra, diciendo que damos dinero a ETA. Mi padre llevaba con escolta veinte años y le quedaban otros tantos. Tener que estar justificando estas cosas fue muy duro. Sobre todo porque el bulo llegó también a ayuntamientos que nos habían contratado y hubo muchas dudas. Ha habido muchos bulos sobre nosotros pero este era especialmente sangrante y dañino. Cada vez que sacábamos disco volvía aparecer.

¿Cómo fue la salida de Amaia Montero?

Muy complicada. Que Amaia nos dijera que quería dejar el grupo fue la primera gran mala noticia que tuvimos como banda. Fue duro. Ella quería empezar su carrera en solitario. Tenía todo el derecho del mundo a hacerlo y nosotros a seguir. A los días comprendimos que podíamos hacerlo. No sabíamos qué iba a pasar con nosotros pero queríamos intentarlo. Nos devolvió algo que habíamos perdido. Esa esencia del origen, habíamos perdido un poco de vista por qué, diez años atrás, nos metimos en un local de ensayo para escribir canciones y disfrutar juntos.

Dice que ha escrito el libro pensando en sus hijos, en las primeras generaciones que van a crecer sin el terrorismo de ETA. ¿Cuánto de importante era dejar legado y contar lo que pasó?

Les he tenido muy presentes todo el tiempo. Ya sabía que la memoria individual tiene sus sesgos y cada uno la vamos adecuando dependiendo de lo que queramos; pero la memoria colectiva también se olvida. Ellos ya no se van a encontrar en Donosti una pintada de ETA para preguntarme qué es. Tenemos la responsabilidad de contarles que en esas calles donde ahora pasean con sus amigos, cogen el autobús o andan en patinete; antes se asesinaba por pensar diferente. Muchas personas como mi padre dieron la vida por defender esos derechos y esas libertades de los que hoy disfrutan. Es necesario contarlo porque va todo muy rápido.

Quizás no se vayan a encontrar una pancarta pero sí que todavía se sigue hablando sobre ETA, en especial algunos partidos políticos. ¿Querías hablarlo para recordar lo que sí fue y no lo que quizás otros pretenden desvirtuar?

Tendría que haber un poquito más de respeto y perspectiva sobre muchas cosas que se dicen. La gente no es consciente. Cuando allí escuchamos “¡Que te vote Txapote!”, por ejemplo, es desgarrador, demoledor. No sé por qué se hace pero duele muchísimo. Esa utilización de todo eso y muchas veces de las víctimas, es demoledor. Deberían darle una vuelta y reflexionar sobre todo eso que están haciendo porque hay mucho odio todavía. Está ahí y todo el problema lo que generó fue el odio. Y el odio sigue en Euskadi pero está en otros sitios. Y hay que sacar el odio porque no tiene nada bueno y tenemos que tirarlo por la borda en cuanto podamos.

Entrevista completa. Vídeo: Javier Cáceres

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