Llega a la entrevista y se pide “sólo un vaso de agua”. Pero unos segundos después se lo piensa mejor y cambia de opinión radicalmente. “Bueno, mejor un Gin-tonic”. Es la última de un largo día de promo y ya no tiene prisa. Quique González nació en Madrid hace 42 años y había pasado mil veces por el café-librería Ocho y Medio, pero nunca había entrado.
Mira con interés las obras dedicadas al cine que ocupan las estanterías. Su gusto por el séptimo arte es bien conocido y tiene mucho peso en el que es su décimo disco de estudio, Me mata si me necesitas. Por primera vez no lo firma en solitario sino junto a su banda habitual de los últimos tiempos (“me hacen más falta que cualquier multinacional”), rebautizada Los Detectives para la ocasión.
Las diez canciones (excepto una, Charo, que es además el descubrimiento de Caroline Morgan) las escribió en el transcurso de un año, “más escupidas que otra cosa. Por instinto y porque necesitaba sacarlas”. El que quizá es el disco más confesional de su carrera contrasta con el anterior, Delantera Mítica, que constituía una oda a la amistad a través de metáforas futbolísticas y contaba con cierta mirada social en plena crisis. En los tres años transcurridos entre uno y otro falleció su padre. A él se lo dedica. A su madre la perdió a los 18.
Su padre no dejó de acudir a sus conciertos hasta los 81 años, “de repente le veía en la Riviera de pie dos horas seguidas”. Y eso teniendo “una oreja enfrente de la otra. Sin embargo, era capaz de sentirse bien con eso”. Confiesa que le costará mucho tocar en directo algunas de estas canciones. Probablemente la que más, La casa de mis padres, que ha entrado directa en la lista de sus cuatro favoritas de toda su carrera. Ese tema cierra el disco con una frase demoledora que cogió prestada a la niña de un amigo suyo: “papa, la casa huele a mama”.
“El disco trata de cómo recibimos el impacto de la pérdida y de cómo gestionamos ese dolor con empaque”, dice. Aunque también cabe el amor. Y la ruptura. Un vaivén emocional de doce meses. “Da igual, cuando aprieten el gatillo ya sabrás que estoy loco por ti”, canta en Cerdeña. “El disco surfea de un lado a otro. De la tragedia a la felicidad, a la luz. La vida también es eso, supongo”.
La cabalística del diez
El single Se estrechan en el corazón no lo eligió él. Recuerda que esa canción “probablemente sencilla” la escribió en medio de una especie de “crisis de ansiedad” que había visto en otros pero nunca sentido. “Obsesionarme con esa canción, convertir ese dolor y esa angustia en algo casi amable, naíf y simple... No te digo que me salvó, pero me reconfortó”.
“No creo especialmente en la cabalística, pero hay algo redondito en el número diez que sobre todo me hace pensar en cómo he sido capaz de hacerlo”, reflexiona, echando la vista atrás. Afirma ser consciente de que alguna vez le puede volver “a ir peor de lo peor que me ha ido”. Este 2016, además, cumple 15 años uno de sus discos más celebrados, Salitre 48. Pero el ejercicio de repaso ya lo hizo la primavera pasada con la gira Carta Blanca, en la que defendía con acústica y piano una selección de 80 canciones elegidas por el propio público.
Me mata si me necesitas está compuesto a medias con su “súperhermano” César Pop y producido por Ricky Falkner, con quien realizó a modo de prueba Clase Media, otra de las canciones preferidas de su vida y que finalmente se ha quedado fuera por motivos logísticos (“me da un poco de pena”). Admirador de su labor con Zahara o Iván Ferreiro, quería trabajar con el productor desde hace mucho, y por cómo se refiere a él no cabe duda de que no ha decepcionado.
El ciclo natural
Quique vuelve cada vez menos a Madrid, en otras etapas una de sus principales musas, desde su refugio de los cántabros Valles Pasiegos. “Pese a que esta es mi ciudad, cada vez me siento un poco más extraño. No tengo casa ya, voy del apartamento de un amigo a un hotel o a otro sitio, y eso también hace sentir un poco de desamparo”. Pero gracias a su oficio viajero tampoco deja de entrar y salir, de ir y venir de un sitio a otro. No podría vivir sin alguno de los dos ambientes: “en general vivo mucho así. Toco en acústico para no cansarme de tocar en eléctrico, y al revés”. De ese modo mantiene “la ilusión, la emoción y la sorpresa”.
Efectivamente, lleva tiempo sin parar de enlazar diferentes formatos: “me hace estar en forma. Luego el disco lo canté en dos horas y media”. De la gira de Delantera Mítica a una conjunta con José Ignacio Lapido; de ahí a la mencionada Carta Blanca, y en verano al estudio en Tarragona. Era la primera vez que grababa en España después de tres discos realizados en Nashville. En diciembre se fue de gira americana, con la que volvió a pisar Nueva York y tocó en México por primera vez. Sobre todo del DF se llevó “una mochila emocional enorme”. “Ves ahí más ganas de vivir que en Estados Unidos. Pasan más cosas, o al menos cosas que a mí me interesan más”.
En abril comienza otro tour por nuestro país, en medio de un clima político que le parece “un circo”. “Todo lo llevamos al rollo deportivo, como si hubiera dos bandos: Madrid, Barça; nosotros, ellos. Es muy difícil construir cosas. El hecho de que hayan salido nuevos partidos, de que la gente que estuvo en el 15-M ahora esté en el parlamento, creo que va a sanear un poco todo”. “Necesitábamos saber que había otra opción. Ojalá tengan tiempo y toda la maquinaria de las grandes corporaciones no aniquile algo bueno que puede pasar y a gente que tiene buenas intenciones y que creo que tiene mucho más que aportar que cualquiera de los dos partidos tradicionales”, opina.
A lo largo de estos años y discos, Quique se ha convertido en una rockstar, de forma y de fondo. Ha pasado de tener referencias a serlo para los que ahora comienzan. Él “flipaba” con Enrique Urquijo, con Antonio Vega y con Joaquín Sabina, y soñaba con estar ahí. “Para mí es un orgullo que haya gente que me vea un poco como yo a ellos”, recalca precedido por un “no quiero que suene pretencioso”. Simplemente “ese es el ciclo de las canciones, de la cultura popular”.
Por cierto, la lista de sus cuatro favoritas la completan Su día libre y Polvo en el aire. Y a pesar de tanto rodaje y de ese aspecto de 'chico duro', todavía titubea cuando se enciende el piloto de la cámara.