Reventa, colas, entradas dinámicas y códigos codiciados como polvo de oro: ¿cuál es el precio de un concierto?

Clara Nuño

14 de septiembre de 2024 21:33 h

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El día que se pusieron a la venta las entradas de la reunión de Oasis, Lourdes Barragán pasó ocho horas delante del ordenador y no consiguió nada. “Salían a las 9 de la mañana, un amigo mío había conseguido unos códigos de preventa y estábamos, desde nuestras casas, con el ordenador encendido, preparados para una sesión maratoniana”, recuerda en declaraciones a este periódico.

Ella pasó por dos colas virtuales distintas. En la primera esperó unas dos horas, un tiempo en el que aprovechó para poner lavadoras y hacer la comida. Después, le pasaron a otra pantalla. Ahí podría elegir el destino que más le interesase. “En ese momento entré paralelamente en tres colas distintas, las únicas en las que me permitieron el acceso, ya que yo había abierto la página de Ticketmaster en distintas pestañas del ordenador”, explica.

Su colega, desde su dispositivo, estaba haciendo la misma operación. Estuvieron así hasta el mediodía, cuando por fin pudieron seleccionar el destino y acceder al mapa del escenario donde, por fin, seleccionar si querían butaca, palco o pista. Sin embargo, cada vez que escogían un asiento les daba error y la página les instaba a volverlo a intentar. “Estoy segura de que, para entonces, ya estaban todas vendidas. Yo creo que Ticketmaster mantenía la operación abierta para generar tráfico en su página”, opina. Lo intentaron hasta las cinco de la tarde en seis ciudades distintas. Entonces se dieron por vencidos.

Era el 31 de agosto de 2024 y, en aproximadamente diez horas, todas las entradas del gran grupo de britpop se habían vendido. El primer concierto de los hermanos Gallagher se celebrará en Cardiff el 4 de julio de 2025. Aún falta casi un año.

Entradas de conciertos como carreras en Uber

El precio original de las entradas del grupo era de 175 euros, pero llegó a doblarse alcanzando los 210 al hacer uso del concepto ‘precio dinámico’, que varía en función de la demanda. Una práctica que no solo han utilizado ellos, pero que comienza a colocarse en la picota: la Autoridad de la Competencia y Mercados (CMA, en inglés) del Reino Unido informaba la semana pasada que investigará a la compañía Ticketmaster en relación con la venta de entradas tras haber recibido numerosas quejas de que los billetes se habían inflado. Y, aún así, los vendieron todos.

Según datos de Ticketmaster, la ticketera líder global propiedad del gigante de la producción de conciertos Live Nation, aunque las entradas son más caras, se venden más que nunca.

La pregunta que se abre en estas circunstancias es si el ser humano, ahora, está dispuesto a ―casi― todo por una experiencia.

Este FOMO es una ruina

Según el psicólogo Álvaro Gallego Martínez de la Casa, estas circunstancias permitidas son consecuencia de lo que hoy se denomina como FOMO (del inglés Fear of Missing Out), el miedo a estar perdiéndote algo importante. “El FOMO se origina por la aparición de angustia a consecuencia de una falta de experiencias gratificantes”, explica Martínez a elDiario.es, “lo que hace que una persona se tire tremenda cantidad de horas para conseguir una entrada se explica por dos factores: la aprensión de que otras personas estén viviendo grandes experiencias en las que uno no está presente y por otro lado la necesidad percibida por parte del individuo de tener que estar presente en todos los eventos en los que participen personas de su propia comunidad”, desarrolla.

En el campo de los conciertos tiene un gran arraigo y está “muy naturalizado”. “Depende también en parte de nuestro entorno social actual digitalizado, donde la validación y comparación social son constantes, por eso lo asumimos de forma natural”, continúa el psicólogo.

“También ha cambiado mucho la forma en la que consumimos”, opina desde su experiencia el periodista Héctor G. Barnés. “Ahora mismo hay demasiada demanda para la oferta existente y eso produce mucha frustración. Yo recuerdo el primer concierto al que fui, el de Springsteen en el 99, en el Madrid Rock de Móstoles. Entonces ibas a la tienda y comprabas las entradas, o hacías un poco de cola y no había problemas”, recuerda. Llegar, comprar y se acabó.

Sin embargo, ese es un mundo que ya no existe. O existe aún para pequeños conciertos en salas. No para figuras de primera línea a las que todo el mundo ―de manera literal― desea ver en directo. “Ahora, siempre te vas a quedar sin entrada. Hay gente haciendo colas virtuales de horas para Oasis o, en su momento, Taylor Swift, ¿cómo vas a conseguir un ticket si hay capacidad total para 600.000 personas y la demanda es de más de un millón y medio?”, se pregunta. En su opinión, “dentro de lo malo”, mejor hacer cola por internet que tener que desplazarse a una gran ciudad a ver si.

Entre la frustración y el deseo entra otro elemento en la ecuación: la reventa de entradas.

Los grises de la legalidad

“En España, en muchas comunidades autónomas, esta prohibido vender una entrada a un precio superior al de salida si no existe autorización tanto del organizador como de la administración”, explica Rubén Sánchez, secretario general de FACUA - Consumidores en Acción. El problema es que no hay ninguna vigilancia sobre el asunto. “Dudo que nadie lo controle”, opina Sánchez

La única manera real que tienen los consumidores de defenderse en este asunto es el de la denuncia. “Debes denunciar que se incumple la normativa para que las comunidades actúen y abran un expediente sancionador, pero poco más”, explica.

La reventa de entradas es un negocio muy jugoso y, para no pillarse los dedos, la plataforma Ticketmaster tiene la opción de vender las entradas Fan to fan. Esta consiste en que un fan que ya no puede, o no quiere, ir a un evento pone a la venta las entradas en la plataforma y otro usuario se las compra. Ninguno de los dos recibirá el pago/reembolso del otro hasta que el evento haya sucedido, esto provoca que durante mucho tiempo Ticketmaster cuente con una gran bolsa de dinero con el que gestionar otros eventos y actividades en un procesos similar al de los bancos.

“Esto es legal, sí, mientras la aplicación no tenga comisión en la venta, así la plataforma puede lavarse las manos porque los precios no los establece ella, es solo un medio.”, explica Sánchez.

Marcos García utilizó el sistema Fan to fan para uno de los conciertos que Taylor Swift hizo en Madrid el pasado mes de mayo. “Mis amigos y yo habíamos conseguido entradas para Lisboa después de un periplo agotador, estresante y llenos de ansiedad. Nos habían costado en torno a 145 euros las entradas y estábamos ubicados en un lugar con la visión obstruida. Prácticamente detrás del escenario. Entonces salió la segunda fecha en Madrid, sin avisar”, relata. Cuenta que se lanzaron de inmediato a la caza de unas entradas. Se podían conseguir cuatro por persona. Les sobró una.

La compañía holandesa TicketSwap, fundada hace 12 años, es una de las plataformas de reventa que operan ahora mismo en España. Se llevan un 5% de lo que gane el vendedor y otro 5% del comprador y limitan el sobrecoste a un 20% sobre el precio original, que es el recargo de reventa máximo que fijan leyes como la de la Comunidad de Madrid.

Al igual que también es legal, en España, el uso de las entradas dinámicas. Con una condición, eso sí, que no tengan un precio fijado de entrada y luego lo encarezcan. La forma de denunciarlo es la misma: solicitar que se abra un expediente sancionador.

Precios que se mueven

Según explicaba recientemente el portavoz de Ticketmaster en un comunicado, en torno al 75% de las giras europeas e internacionales hacen uso de los precios dinámicos. Algunos ejemplos de artistas que han comenzado a aplicar este sistema en sus giras son Taylor Swift, Harry Styles o Paul McCartney. También Bruce Springsteen, quien lo hizo solo en Estados Unidos, y la medida no tuvo muy buena acogida entre el público norteamericano, que se quejó de lo difícil y caro que era conseguir una entrada en su país en comparación con otros territorios. 

La justificación que ha dado la plataforma, hasta la fecha, para aplicar esta estrategia es la de que se trata de una herramienta que se ofrece a promotores y artistas cuando la demanda de entradas supera en gran medida a la oferta disponible. “Lo que ofrecemos es la posibilidad de aplicar el precio dinámico sobre una selección limitada de entradas de muy buena calidad”, han asegurado. Además, sostienen que esta táctica “disminuye el fraude y la especulación”. 

A la pregunta de si se puede poner un tope al precio dinámico ―más allá de que la gente pueda o no permitírselo― la respuesta es sí. Desde Ticketmaster España señalan que se puede establecer un precio mínimo y máximo, o unas reglas propias para cada concierto o festival. Todo depende del acuerdo al que se llegue con la organización del evento.

Aprovecharse de la desesperación

“Yo la vendí por 160 euros a través del sistema, me había costa unos 80 o 90. Era para el día 29 y me la compró una chica que quería ir con su novio, lo que sí que vi es que la gente las ponía a unos precios desorbitados aprovechando la desesperación de los demás, recuerda García quien, antes de conseguir las entradas, también había buscado en la reventa. ”Hay que tener mucho cuidado porque es muy fácil que te timen. Twitter se llenó de cuentas diciendo que tenían códigos y la mayoría eran falsas“, explica.

Andrea Proenza, de 28 años, también consiguió entradas para Taylor Swift en Lisboa. Ella fue con su chico y pasó un periplo similar al de Barragán. Muchas horas delante del ordenador, mucha tensión, muchas pantallas, muchos mails suyos y de familiares para hacer el registro. Ella lo consiguió. “Era mi sueño, llevo siguiendo a Swift desde que era muy joven y me habría llevado un disgusto si no lo hubiéramos conseguido. Lo pasé fatal”, confiesa. Pidió teletrabajar el día que salían para poder una oportunidad.

Las entradas le costaron cinco horas delante del ordenador y 200 y pico euros por cabeza. “Son una barbaridad, pero yo no suelo ir a conciertos y esto era algo que me hacía verdaderamente ilusión”, continúa.

Proenza confiesa que quiere creer que no hubiera caído en la reventa y en los precios abusivos. “Soy consciente de que lo digo después de haber vivido la experiencia, después de haber disfrutado del concierto, y eso es algo tramposo. Y, también, tengo casi treinta años, soy mayor, pero ¿qué pasa con las chavalillas de 18 y 20 años que se mueren por ver a su artista favorita? Yo conozco a gente a la que han timado”. Ahí entra el componente de la desesperación y, con las emociones, ya se sabe.